El mandato de Beemoth
Beemoth es una bestia de la mitolog¨ªa pol¨ªtica que m¨¢s de una vez he tra¨ªdo a estas p¨¢ginas. Representa el caos de los intereses particulares contrapuestos entre s¨ª, al orden y la norma. No se trata de la concurrencia social sino de la subversi¨®n de la propia sociedad y, para ello, tambi¨¦n del Estado por parte de fuerzas primarias, individuales, colectivas, corporativas o institucionales, carente, siempre, de sublimaci¨®n alguna.El mandato electoral es una noci¨®n mucho m¨¢s pac¨ªfica, pero, lastimosamente, no menos ex¨®tica en nuestras latitudes, aunque de uso corriente en cualquier democracia civilizada. Se trata del v¨ªnculo no jur¨ªdico pero s¨ª pol¨ªtico que une al electorado con los elegidos. El mandato que el elector les da en funci¨®n de su oferta electoral -la plataforma de los anglosajones, lo que en nuestro pa¨ªs debiera ser el programa- los habilita, obliga y limita. Y es claro que este mandato existe no s¨®lo en virtud de una oferta o programa concreto y expl¨ªcito, sino, como ocurre en cualquier relaci¨®n contractual, cuando se crea, por la v¨ªa t¨¢cita, una relaci¨®n de confianza, concierto entre un sector de la opini¨®n e incluso de lo que detr¨¢s de ella hay, y quienes solicitan su apoyo y voto. De ah¨ª la ventaja de los programas suficientemente explicitados, sobre las ambig¨¹edades, las imprecaciones y los gui?os.
La tesis de esta l¨ªneas es que si una fuerza pol¨ªtica llega al poder en virtud de elecciones democr¨¢ticas, pero cabalgando a lomos de Beemoth, por cierto innecesariamente porque hab¨ªa para el caso cabalgaduras mucho m¨¢s seguras, Beemoth se cree con derecho a exigir su raci¨®n de pienso; el cumplimiento de su mandato, de la relaci¨®n de confianza y esperanza que estableci¨® con su improvisado jinete. Y la consiguiente situaci¨®n resulta extraordinariamente dif¨ªcil y complicada porque depende de una raz¨®n mec¨¢nica, ajena a las voluntades individuales de quienes se creyeron sus protagonistas.
Por un lado, las exigencias de Beemoth no pueden en manera alguna satisfacerse. Subvertir¨ªan el orden pol¨ªtico y a¨²n social. Y eso lo comprenden cuantos llegan, con la buena voluntad que ha de presumirse siempre, a las responsabilidades del Gobierno. La luz de la raz¨®n de Estado es tan clarificadora, que en seguida se comprenden las exigencias de la estabilidad e incluso de la continuidad, la virtud suprema de las instituciones, los imperativos irrenunciables de la eficacia, a la hora no ya de criticar sino de actuar en pro del inter¨¦s general. En dos palabras, de la prudencia pol¨ªtica, insubstituible virtud.
Y es claro que no faltan pol¨ªticos con la textura humana necesaria para manejar las corrientes de opini¨®n y sus propios compromisos ante ella, como Wittgenstein recomendaba hacer en su famosa escalera: "Debe, pues, por as¨ª decirlo, tirar la escalera despu¨¦s de haber subido por ella" (Tractatus, 6.54). Eso, el romper con Beemoth y desembarazarse de ¨¦l, es, sin duda, mucho mejor que seguir a sus rastras y, desde la Raz¨®n de Estado, ¨²nica que importa aqu¨ª, es bueno ayudar a descabalgar al jinete y enchiquerar a su peligrosa montura. Pero tambi¨¦n es necesario reconocer el da?o, dif¨ªcilmente amortizable, que se causa al sistema democr¨¢tico tratando los compromisos y promesas preelectorales, expresos o t¨¢citos, pero siempre claros, como meros instrumentos para la conquista del poder sin que las expectativas creadas merezcan aprecio alguno. Aunque incumplir el mandato sea bueno cuando el mandante es Beemoth, sus efectos son fatales para la relaci¨®n de confianza que ha de inspirar los mandatos en s¨ª y sin la cual, a la larga, el mandato pol¨ªtico inherente a la democracia, se agosta.
Pero Beemoth no es f¨¢cil de dome?ar, sobre todo si se le ha dejado crecer, y la mec¨¢nica intencional o, incluso, ciega, de las fuerzas que simboliza, no cejar¨¢ en su empe?o. Ser¨¢n decisiones imprudentes o interpretaciones incendiarias de tales decisiones o rumores intoxicadores de la opini¨®n o exigencias institucionales y a¨²n personales que en otros campos se llaman chantaje o los efectos, no siempre queridos, de todo eso y mucho m¨¢s. En todo caso, una grave presi¨®n sobre el Estado. El Estado al que el Gobierno leg¨ªtimo tiene que conducir y defender, al que la sociedad y los pol¨ªticos tienen, de una vez, que aprender a no utilizar con audacia o imprudencia.
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