Una casa de Le Corbusier
Andr¨¦ est¨¢ a la espera de desalojar su casa de Boulogne Billancourt, en el extrarradio de Par¨ªs. Esta casa ha sido desde siempre para ¨¦l la imagen del hogar, y ha vivido en ella los ¨²ltimos 25 a?os. La casa, sin embargo, no es suya; un asunto de abogados, neoyorquinos en este caso.?Otro et¨¢n!, exclama Andr¨¦. ?Ojal¨¢ sea el ¨²ltimo! ?Con ¨¦ste ser¨¢n ciento veinticuatro! Et¨¢n significa "traslado" en ruso. Era la palabra que utilizaban los prisioneros del Gulag cuando los desplazaban de un campo a otro. Los traslados eran lo que m¨¢s tem¨ªan los zeks, y eran muy frecuentes. Lo desconocido parec¨ªa m¨¢s amenazador que lo conocido, por insoportable que fuera. No era f¨¢cil para el cuerpo, ya de por s¨ª agotado, adaptarse a otras condiciones. Y con cada nuevo traslado hab¨ªa que volver a reunir y a pegar los a?icos desperdigados de la propia identidad.
Al principio, Andr¨¦ no acat¨® la notificaci¨®n de desalojo y se atrincher¨® en la casa. Junto a la pesada cancela que daba a la calle guardaba una pala rusa, de las que tienen el mango corto. Con una de ¨¦stas, dec¨ªa, he visto decapitar a unos cuantos.
Resisti¨® durante a?os. Luego cambi¨® de opini¨®n. Hoy dice que si lo encontraran all¨ª destruir¨ªan todo a lo que pudieran echar mano s¨®lo por fastidiarle. No hay nada que merezca la pena vender. No te dar¨ªan nada, dice, pero para m¨ª son importantes todas estas cosas. Gui?a un ojo astuto, rasgado.
Las mudanzas hay que planificarlas como las fugas, insiste, no se te debe olvidar ning¨²n detalle. Todos los d¨ªas mete en cajas de cart¨®n numeradas papeles, retales, libros, dibujos, cartas, recortes de peri¨®dico, piezas sueltas de Dios sabe qu¨¦, una botella de pl¨¢stico para el aceite con la forma de un vaso griego que le hac¨ªa gracia a su madre. As¨ª espera fugarse con todo antes del traslado.
Ya se fug¨® en otras ocho ocasiones antes. Y escaparse de Kolyma fue todo un r¨¦cord. La de Boulogne Billancourt ser¨¢ la novena. Cuando por fin te ves al otro lado de la alambrada, dice, no es en hacer turismo precisamente en lo que piensas. Se mudar¨¢ a un apartamento con una sola habitaci¨®n de cinco por tres, en un quinto piso.
La casa que tiene que abandonar fue dise?ada por Le Corbusier en 1923 para la madre de Andr¨¦, Berthe, y su padrastro, que era escultor. Hoy, con el muro de cristal del estudio oscurecido y el hormig¨®n de la cubierta plana desmoron¨¢ndose, m¨¢s parece una gasolinera abandonada, de la que se hubieran llevado hace mucho tiempo los surtidores. Pero, en cualquier caso, es un asunto de abogados neoyorquinos.
Hay en la casa un doble retrato de la madre y del padrastro de Andr¨¦ pintado por Modigliani en 1917. Berthe, que era moscovita, est¨¢ a la derecha, y Jacques Lipchitz, a la izquierda. A veces me parece ver en la posici¨®n de los ojos rasgados de Berthe cierto parecido con Andr¨¦.
Un desconocido que juzgara s¨®lo por el aspecto podr¨ªa tomar a Andr¨¦ por un agente comercial de Renault reci¨¦n jubilado. Est¨¢ notablemente activo, tieso y joven para sus 78 a?os.
Una escalera interior de caracol conduce a la vivienda propiamente dicha. La primera habitaci¨®n que se encuentra al subir es un dormitorio hecho a la medida de Andr¨¦ cuando era un ni?o. Colgado sobre la cama hay un cuadro que representa un lobo estepario rodeado de nieve. Mi retrato bromea Andr¨¦, alzando la barbilla hacia el lobo.
?ste es mi ¨²ltimo traslado y me hace pensar en el primero. No s¨¦ si sab¨ªa ya entonces lo que significaba. Ten¨ªa 14 a?os. Cog¨ª el tren en la Gare du Nord, acompa?ado de Lunacharski, ?ni m¨¢s ni menos que el ministro de Educaci¨®n de la rep¨²blica sovi¨¦tica! Mi madre lo hab¨ªa arreglado todo. Cuando el tren estaba saliendo de la estaci¨®n de Berl¨ªn, la amante del ministro record¨® de pronto que no hab¨ªa comprado toda la ropa interior que hab¨ªa pensado comprarse -?ay, el mundo secreto de las prendas ¨ªntimas!-,. as¨ª que se levant¨® (yo iba en el mismo compartimiento) y puls¨® el freno de emergencia. El tren dio varias sacudidas y se par¨®. Los hombres se pusieron a jugar a las cartas hasta que ella regres¨® de hacer sus compras. Treinta y un a?os despu¨¦s, cuando a m¨ª ya me hab¨ªan rehabilitado y Lunacharski hab¨ªa muerto, la vi al volver a Mosc¨²: era una anciana vestida de negro.
Despu¨¦s de Berl¨ªn, Varsovia, Brest-Litovsk y Minsk, llegu¨¦ a Mosc¨² en la ma?ana del d¨¦cimo aniversario. El 7 de noviembre de 1927.
Fui directamente a la plaza Roja a ver el desfile militar y a conocer a mi padre. Estaba subido a una tribuna, vestido con sus galas de general, recibiendo el saludo de las tropas. Lo mir¨¦, pero la temperatura era de 20 grados bajo cero y s¨®lo pod¨ªa pensar en el fr¨ªo que ten¨ªa. Llevaba la misma ropa que llevaba en Par¨ªs para ir al Liceo, un ligero traje de pantalones bombachos, una elegante gabardina con botones de ¨¢mbar y unos zapatos de gruesa suela de goma. Era bastante conspicuo y me estaba quedando congelado.
Unos oficiales apostados detr¨¢s de la tribuna se apiadaron de m¨ª. Por entonces yo no hablaba todav¨ªa mucho ruso. Uno de ellos se aproxim¨® a mi padre y le pregunt¨® discretamente al o¨ªdo qu¨¦ hac¨ªan conmigo. "?Envu¨¦lvanlo en una lona y ll¨¦venlo a mi casa!". Me enrollaron en una lona del ej¨¦rcito, me echaron a un sidecar y me entraron en volandas por la puerta principal de la casa. Mi madrastra crey¨® que era una alfombra nueva. Finalmente, le pareci¨® o¨ªr un susurro que sal¨ªa de la alfombra. Poco despu¨¦s me fui de su casa. Pas¨¦ dos a?os vagabundeando y hacia el invierno de 1930 ya era un enemigo del pueblo. Mi padre, el general, fue ejecutado en 1937.
Alrededor de la casa de Boulogne Billancourt se ven muchos bloques de piedra y de m¨¢rmol sin esculpir. Lipchitz se fue a Estados Unidos en 1940 y nunca regres¨®. Junto a la puerta trasera hay un plato de esmalte azul casi siempre lleno a rebosar de galletitas de esas que se les ponen a los gatos. Son para los p¨¢jaros, explica Andr¨¦, les gusta pico-
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tearlas... ?Ves ese cerezo? Brot¨® solo, un a?o despu¨¦s de la muerte de mi madre. En vida ten¨ªa la costumbre de escupir los huesos de las cerezas por la ventana del cuarto de estar. Le gustaban sobre todo las picotas.
En 1946, al terminar la guerra, Berthe insisti¨® en dejar Nueva York y volver a la casa de Par¨ªs: mi hijo est¨¢ vivo en alg¨²n lugar; lo presiento, dec¨ªa, y cuando lo liberen intentar¨¢ encontrarme en la casa de Boulogne, y si no estoy all¨ª cuando llegue, nunca volveremos a vernos en este mundo.
Regres¨® sola y tuvo que esperar 14 a?os hasta que Andr¨¦ volvi¨® a dormir en el dormitorio que le hab¨ªan hecho a su medida de ni?o. Para entonces ten¨ªa 45 a?os, hab¨ªa pasado 27 en el Gulag y hab¨ªa sido trasladado ciento veinticuatro veces. El hijo se ocup¨® de su madre hasta la muerte de ¨¦sta. En Par¨ªs se gan¨® la vida vendiendo p¨®lizas de seguros. Una de las primeras cosas que hizo al regresar fue colgar de un ¨¢rbol, casi al ras del suelo, una redecilla con una pelota de tenis dentro. Era para que los gatos de su madre pudieran jugar con ella. Sigue all¨ª colgada.
Embalando sus pertenencias ha encontrado una acuarela; se detiene y, extendiendo el brazo, la observa. Es mejor de lo que cre¨ªa cuando la pint¨¦, dice. ?La quieres? La acuarela representa una caba?a alpina en verano. Alrededor hay varios almiares de heno. Es claramente una escena inventada, como un dibujo infantil, no pintada del natural. S¨ª, claro que la quiero.
Te la firmar¨¦, dice, y con su letra grande y suelta escribe por detr¨¢s: "Querido John: en recuerdo de las maravillosas vacaciones que pas¨¦ en tu caba?a en agosto de 1905. Andr¨¦".
Se muerde el labio mientras escribe intentando sofocar la carcajada que estropear¨ªa la broma. En 1905 ninguno de los dos hab¨ªamos nacido ni hab¨ªamos sido trasladados nunca.
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