A Peres le sobra mucho Sim¨®n Peres
Con la victoria del l¨ªder del Likud, Benjam¨ªn Netanyahu, en las elecciones del mi¨¦rcoles pasado, ha comenzado en todas las capitales de Occidente un ejercicio de lo que se suele llamar sano realismo. Las embajadas israel¨ªes difunden, disciplinadamente, desde el jueves el mensaje de que las cosas no son tan terribles como parecen; que el l¨ªder nacionalista es, por encima de todo, un hombre pragm¨¢tico; que el proceso de paz no puede interrumpirse; que el inevitable Beguin ya dio la prueba de que los halcones saben retirarse de los sitios, como hizo del Sina¨ª egipcio hace una d¨¦cada.Todo eso puede ser incluso verdad, pero lo que es indiscutible es que una tragedia s¨ª que se ha producido en Israel. Los votantes han matado a Sim¨®n Peres.
El elector, como el cliente, siempre tiene raz¨®n. Y as¨ª, Israel ha preferido a quien parece garantizarle el presente en medio de todos los atentados de Ham¨¢s, del blindaje negociador de Siria y del desmantelamiento previsible de la colonizaci¨®n jud¨ªa en Cisjordania, que, muy a su pesar, se ve¨ªa como el terrible lastre en el bagaje pol¨ªtico del laborista Sim¨®n Peres.
Pero eso no quita que con la votaci¨®n del mi¨¦rcoles se haya consumado una historia amarga, se haya dado muerte pol¨ªtica a quien hab¨ªa sido capaz, como ninguno de sus antecesores, de pensar la paz para Israel y sus vecinos.
Sim¨®n Peres ha sido, sin embargo, el primer culpable de su derrota. Un pol¨ªtico siempre es responsable de no ser capaz de transmitir su mensaje; de haber dado, como en su caso, tantas veces prioridad a la pol¨ªtica del pasillo y la maniobra sobre el gesto gaullista; de no haberse forjado un pedigr¨ª militar como est¨¢ claro que se exige a todos los grandes candidatos israel¨ªes; de no haber sabido a tiempo dejar de parecer el Sim¨®n Peres de todas las estaciones.
La tragedia del primer ministro saliente es la de que su aparente conversi¨®n al gran mensaje, a la visi¨®n del mundo, a un plan para la posteridad, llegaba demasiado tarde. En Isaac Rabin, su antecesor e inmejorable coartada pol¨ªtica, alevemente asesinado, el gran brochazo hist¨®rico, el borr¨®n y cuenta nueva eran tan veros¨ªmiles como su propia ejecutor¨ªa de soldado. En Peres, el progreso de una visi¨®n se encarnaba, al parecer, en el hombre equivocado.
Y, as¨ª, aquel que nunca pudo ganar por s¨ª solo una elecci¨®n ha perdido de nuevo y esta vez para siempre, porque mientras predicaba en el desierto el ¨²nico futuro de la paz posible, a muchos electores les segu¨ªa pareciendo un embroll¨®n de conducta esquinada y trapacera.
La sabidur¨ªa convencional establece que Peres no pod¨ªa ir m¨¢s lejos en el camino de las p¨²blicas concesiones a su escurridizo partenaire, Yasir Arafat; que ante las elecciones deb¨ªa esforzarse en parecer Rabin; que no pod¨ªa proclamar que al final del camino s¨®lo pod¨ªa haber un Estado palestino independiente; que era preciso para hacer la paz fraguar alg¨²n tipo de arreglo sobre Jerusal¨¦n; que del Gol¨¢n no pod¨ªa retenerse ni una piedra.
Ser¨¢ verdad que diciendo as¨ª las cosas, caso de que hubiera habido voluntad de ello, los laboristas habr¨ªan salido a¨²n peor parados. Pero la grave incongruencia que ha pagado el primer ministro que ahora cesa ha sido la de querer ser, en la ¨²ltima etapa de su vida, el gran estadista del ma?ana sin despojarse de las vestiduras del pasado. Para ser un De Gaulle que supiera hacer de Cisjordania su inevitable Argelia, a Peres le sobraba mucho Sim¨®n Peres.
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