Un pasado de izquierdas
Hay una novela instant¨¢nea de lo que est¨¢ ocurriendo ahora mismo, una Comedia humana que se inventa y se escribe a s¨ª misma y se deshace luego en olvido y en nada con la misma mon¨®tona fatalidad con que se alza y progresa y rompe y vuelve a levantarse una ola enfrente de la orilla. Hay una novela de las cosas diarias, de los acontecimientos privados y p¨²blicos, de los ascensos y ca¨ªdas que est¨¢n ocurriendo en estos ¨²ltimos meses, glorificaciones obscenas y tragedias ¨ªnfimas, pavores de cesantes, soledades s¨²bitas de quienes de pronto ya no existen, y no reciben invitaciones ni llamadas de tel¨¦fono. En esa novela que sucede sin que nadie la escriba lo m¨¢s atrayente son los personajes nuevos, las caras ayer desconocidas a las que ya nos vamos habituando, pero que todav¨ªa nos extra?an. Durante m¨¢s de una d¨¦cada hemos conocido un reparto de trepadores y advenedizos, de usurpadores honrados o tramposos que ambicionan el poder como un arma para cambiar el mundo o simplemente para forrarse o para comer gratis en los restaurantes de lujo, y ya casi no sab¨ªamos c¨®mo eran los poderosos de verdad, los ricos por su casa, los v¨¢stagos de las mejores familias, los nacidos y criados en una conciencia de dominaci¨®n social que determina sus gestos, sus caras y hasta sus entonaciones de pronunciaci¨®n con una exactitud de c¨®digo gen¨¦tico. Ahora comprende uno que los socialistas, lo mismo los m¨¢s cultivados que los m¨¢s impresentables, ten¨ªan siempre como un aire de provisionalidad en sus cargos, una torpeza innata en el ejercicio de los rituales del poder. Los honrados austeros conservaban una distancia ¨ªntima hacia los despachos que ocupaban y hacia la docilidad o la abyecci¨®n de quienes se aproximan a ellos: a los sinverg¨¹enzas se les nota una glotoner¨ªa sobresaltada de disfrute, una impaciencia de pillaje, de ostentaci¨®n y soberbia, sin duda porque intu¨ªan que en cualquier momento iban a llegar para echarlos a la calle los titulares cong¨¦nitos, de los despachos, de los consejos de administraci¨®n y los coches oficiales.Durante a?os, hubo socialistas especializados en imitar los modales y las palabras de los ricos, en teorizar elogios de la libertad de mercado, de la iniciativa privada, del admirable modelo econ¨®mico y cultural de Estados Unidos de la ¨¦poca de Reagan. Pasar¨¢n los a?os y la vida nos traer¨¢ desolaciones nuevas, pero yo no creo que olvide la gozosa proclamaci¨®n de Carlos Solchaga, ministro socialista, seg¨²n la cual Espa?a era el pa¨ªs en que uno pod¨ªa hacerse rico m¨¢s, r¨¢pidamente, o aquellas palabras de la hoy tambi¨¦n ex ministra Cristina Alberdi, cuando interpret¨® las desigualdades de ingresos entre Luis Rold¨¢n y el com¨²n de los guardias civiles en t¨¦rminos de competitividad, de dinamismo econ¨®mico: Luis Rold¨¢n, dijo la ministra, se arriesgaba, invert¨ªa audazmente su dinero; nadie ten¨ªa la culpa de que los guardias prefiriesen la seguridad mezquina de la paga mensual, el confort mediocre del funcionamiento.
Lo m¨¢s pat¨¦tico de aquellos socialistas imitando a los ricos de verdad es que ahora se ha visto que nunca tuvieron la menor oportunidad de parec¨¦rseles. Los ricos son distintos, y no hace falta leer a Scott Fitzgerald para percibir la diferencia. Hay en sus modales una mezcla de discreci¨®n y falta de piedad, de altaner¨ªa y groser¨ªa, que un usurpador con mala conciencia o un trepador ¨¢vido jam¨¢s podr¨¢n copiar de un modo convincente. Los ricos, los herederos y los parientes de los muy poderosos, de los que mandaron siempre de verdad, los j¨®venes con titulaciones internacionales, convicciones cat¨®licas y relojes, de oro que ahora ocupan los despachos abandonados por los socialistas, parecen haber llegado de un pa¨ªs y de un tiempo que no son los que uno conoce, de un pasado inexistente.
Hay como una voluntad de asepsia en ellos, una manera sonriente de eludir la memoria sombr¨ªa de la derecha espa?ola, las evidencias de desguaces sociales, marginaci¨®n, ignorancia y pobreza que ha tra¨ªdo consigo en todas partes el capitalismo que ellos predican con entonaciones casi l¨ªricas de libertad personal e irreverencia hacia el Estado.
Los socialistas se crispaban enseguida, no lo pod¨ªan remediar. ?stos de ahora sonr¨ªen con una paciencia de misioneros seglares, se declaran al margen de los maximalismos de las ideolog¨ªas, se llaman a s¨ª mismos gestores: si hay que recortar las pensiones, escatimar fondos a la ense?anza p¨²blica no es por animadversi¨®n hacia los pobres, sino por simple eficacia apol¨ªtica. En un reportaje en papel cuch¨¦ de este peri¨®dico, una se?ora joven, saludable, que se sienta en el suelo de su nuevo despacho o cruza las piernas encima de la mesa, como para sugerir que se puede ser de derechas y al mismo tiempo informal, se declara superpartidaria de la justicia social, y se reconoce no sin cierta indulgencia un pasado juvenil de izquierdas: o no se tiene ninguna clase de pasado -nadie llev¨® camisa azul y gomina en el pelo, nadie levant¨® el brazo en la plaza de Oriente o en el Valle de los Ca¨ªdos- o se recuerda un lejano izquierdismo idealista, pues qui¨¦n, que tenga coraz¨®n, no ha sido un poco revolucionario a los veinte a?os, etc¨¦tera.
En las novelas de trepadores sociales se ve siempre al final que el h¨¦roe advenedizo nunca tuvo la menor posibilidad de triunfar, que lo toleraron o lo usaron para arrojarlo despu¨¦s y olvidarse de su existencia con ese don particular de los ricos para no ver los bordes desagradables de la realidad. Al final de El gran Gatsby, cuando el h¨¦roe ha sido asesinado y olvidado, los ricos de verdad, la pareja resplandeciente de Tom y Daisy Ruchanan, sonr¨ªen como intocados por el infortunio, ajenos a toda oscuridad o desastre, como sonr¨ªen ahora los gestores j¨®venes que no tienen ideolog¨ªa ni pasado cuando aseguran que el mejor camino hacia la prosperidad es el despido libre y el desmantelamiento de las anticuadas solidaridades p¨²blicas. Vi¨¦ndolos sonre¨ªr uno comprende que a la hora de la verdad nunca cuentan los m¨¦ritos de los advenedizos: los socialistas, que se empe?aron en tantas parodias, jam¨¢s lograron imitar esa sonrisa, que est¨¢ siempre limpia de remordimiento y llena de dinero, como la de la Daisy d¨ªscola de Gatsby.
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