Don Gesualdo
"?Qu¨¦ maestro ¨¦ste don Gesualdo!", describi¨® Leonardo Sciascia al saludar -era 1981 - la aparici¨®n de Perorata del apestado, el libro con el que un sexagenario llamado Gesualdo Bufalino, hasta entonces profesor de instituto y secreto escritor, irrump¨ªa triunfal en la literatura italiana. Despu¨¦s se sucedieron otros t¨ªtulos, hasta alcanzar la quincena, entre ellos, Argos el ciego y Calendas griegas. Pero s¨®lo por estos dos libros y por la Perorata... tiene garantizada Bufalino su permanencia en la fr¨¢gil memoria literaria, ahora que un accidente de autom¨®vil, absurdo como todos los accidentes, se ha llevado por delante a este siciliano discreto y silencioso.Diez a?os le cost¨® acabar la Perorata..., que hab¨ªa comenzado y abandonado en el apogeo del neorrealismo. Sobre un material en parte autobiogr¨¢fico se erige una turbadora alegor¨ªa de la vida cifrada en la tuberculosis que domina a los enfermos recluidos en un sanatorio de la Conca d'Oro, en Palermo. Esa tuberculosis que le arranc¨® un pulm¨®n, y que por un tr¨¢gico control remoto lo ha matado ahora, pues, seg¨²n cuentan, el accidente que sufri¨® habr¨ªa tenido cura en un enfermo con otra historia cl¨ªnica. La tuberculosis es aqu¨ª una met¨¢fora de la vida, la imagen de un universo sin sentido en el que el sufrimiento y la destrucci¨®n atacan a los hombres hasta derribarlos y vencerlos para siempre. Universo doliente donde cabe encontrar algunos resquicios de "una remota y olvidada piedad", como glos¨® el mismo Buf¨¢lino.
Argos el ciego, de 1984, es uno de lo grandes libros de la memoria de este fin de siglo. Instalado en un hotel de Roma, el narrador, que se llama tambi¨¦n Gesualdo, evoca un verano feliz, de 30 a?os atr¨¢s, en M¨®dica, al sur de Sicilia. Tiene "los nervios deshechos", ha cumplido ya los 60 a?os, "razonable edad para morir, no tanto para escribir", y quiere hacer un "libro feliz" sobre el tiempo de la dicha. Con los cien ojos de la memoria, este Argos contempor¨¢neo, ciego ya por la decrepitud, deja fluir los recuerdos, la evocaci¨®n de la edad, su edad, del amor. El incendio de la vida asoma sus llamaradas en el teatro de ceniza del hotel romano. Entonces, M¨®dica, el pueblo rememorado, "era un teatro", anota Argos-Bufalino, "un escenario de piedras rosa, una fiesta de prodigios. Y c¨®mo ol¨ªa a jazm¨ªn al hacerse de noche". Vuelven a la memoria las so?adas muchachas en flor; la transitan tambi¨¦n los galanes quemados por el deseo. Pues este libro habla de la felicidad, de la gloria de los cuerpos llameantes.
Como los 60 a?os son una "edad razonable" para morir, Bufalino decidi¨® escribir su autobiograf¨ªa, su at¨ªpica autobiograf¨ªa, que public¨® en 1992: Calendas griegas. At¨ªpica, s¨ª: no se asiste a la narraci¨®n o a la cr¨®nica de una vida; una suerte de impulso l¨ªrico selecciona y formaliza los materiales. La materia temporal se ordena seg¨²n los ciclos cl¨¢sicos de las edades, pero ah¨ª termina toda relaci¨®n con los c¨¢nones biogr¨¢ficos habituales, pues es de nuevo la memoria la due?a del discurso, la que filtra, selecciona y plasma episodios y momentos en un estilo sustancialmente l¨ªrico, que a veces da lugar incluso a poemas. Calendas griegas: d¨ªas imposibles, d¨ªas que jam¨¢s existir¨¢n, pero tambi¨¦n -y con este sentido se utiliza aqu¨ª- d¨ªas que no fueron o fueron de otra manera, d¨ªas que el autor va inventando conforme desarrolla la par¨¢bola de una existencia imaginaria.
Surge de este modo "una hip¨®tesis de novela", como dec¨ªa el mismo Bufalino, un proyecto literario que admite el r¨®tulo de novela. El escritor oculta, calla, resbala sobre los filos de la historia. Por eso ni siquiera es leal a la primera persona t¨ªpica de la autobiograf¨ªa, que s¨®lo parte del texto practica. Cambio de personas, cambio tambi¨¦n de formas de composici¨®n: la cr¨®nica da paso al diario, a la novela epistolar, al di¨¢logo dram¨¢tico, a los aforismos, al mon¨®logo. Sobre este tejido de voces y registros reina un estilo majestuoso en cadencia e inventiva, que amplifica un n-¨²smo tema: la vida como aprendizaje de la muerte. P¨¢ginas ¨¦stas sabias, sombr¨ªas y a su modo luminosas, habitadas como est¨¢n por el resplandor del lenguaje, por el resplandor de una obstinada' pasi¨®n de ser.
Tenga su sombra paz.
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