Los verdugos ben¨¦volos
En Stuttgart, un d¨ªa de octubre de 1942, una mujer que viajaba en un tranv¨ªa lleno de gente vio subir a una anciana cargada de bolsas y con los pies hinchados y se apresur¨® a cederle su asiento. En un instante, los dem¨¢s viajeros empezaron a insultarla y a amenazarla. El esc¨¢ndalo fue tal que el tranv¨ªa se detuvo entre las paradas y el cobrador expuls¨® a las dos mujeres, para aprobaci¨®n y alivio de los pasajeros indignados, ninguno de los cuales iba de uniforme: todos eran ciudadanos normales, cansados del trabajo, tal vez abotargados por el tedio, por la incomodidad del tranv¨ªa. La anciana a quien la otra mujer le hab¨ªa cedido su asiento no s¨®lo llevaba unos viejos zapatos deformes y una carga insoportable para su edad y sus fuerzas, tambi¨¦n llevaba cosida en la solapa del abrigo la estrella amarilla de los jud¨ªos. La historia, a la vez m¨ªnima y atroz, se cuenta en un libro que est¨¢ lleno de ellas, y que yo no paro de leer desde hace unos d¨ªas subyugado por su erudici¨®n y su horror, por su documentaci¨®n inagotable y su transparente furia moral. Se titula Hitler's willing executioners (Los verdugos voluntarios de Hitler), y su autor, el historiador norteamericano Daniel Jonah Goldhagen, que sin la menor duda, por su nombre, viene de una familia de jud¨ªos alemanes, ha logrado estremecer con ¨¦l los cimientos mismos de las ideas habitualmente aceptadas sobre el nazismo y sobre el holocausto. Parec¨ªa que todo estaba dicho, y ahora resulta que apenas nadie se hab¨ªa atrevido a nombrar la verdad. Se suele suponer, por ejemplo, que los cr¨ªmenes contra los jud¨ªos fueron cometidos por una minor¨ªa de individuos uniformados y fanatizados ideol¨®gicamente, que no ten¨ªan gran cosa que ver con la mayor¨ªa de la poblaci¨®n alemana; la segunda suposici¨®n es que el pueblo alem¨¢n o no llegaba a enterarse de lo que estaba sucediendo o no ten¨ªa posibilidades de manifestar su disidencia, dada la crueldad y la eficacia de la maquinaria del totalitarisimo.Como en Argentina entre 1976 y 1983, en Alemania, entre 1933 y 1945, los horrores ser¨ªan siempre responsabilidad de otros: los uniformados, los incontrolados. Quien los secund¨® lo hizo porque no ten¨ªa remedio: lo obligaba la obediencia, ten¨ªa que salvar su propia vida, en realidad no sab¨ªa exactamente lo que estaba ocurriendo, etc¨¦tera. En cualquier caso, las narraciones del ex t¨¦rmino suelen adoptar con sospechosa frecuencia la voz pasiva, y no se investiga o no se presta atenci¨®n a las identidades exactas de los verdugos, como si ¨¦stos fuesen o bien monstruos ajenos a la humanidad normal o simples engranajes en un mecanismo tan impersonal como los terremotos o las epidemias.
Lo que ha hecho Daniel Jonah Goldhagen ha sido desbaratar una por una con su implacable erudici¨®n, todas esas vaguedades tranquilizadoras, as¨ª que no es extra?o que el libro haya provocado desasosiego en todas partes, y que en Alemania lo haya recibido con esc¨¢ndalo. Con su documentaci¨®n abrumadora, con su manera minuciosa de reconstruir evidencias, Goldhagen prueba que la inmensa mayor¨ªa del pueblo alem¨¢n compart¨ªa el antisemitismo de los nazis, y que ninguna instituci¨®n alemana, ni las iglesias, ni la judicatura, ni las universidades, ni los colegios m¨¦dicos, manifest¨® la m¨¢s m¨ªnima oposici¨®n a las leyes antijud¨ªas ni dio ninguna muestra de solidaridad hacia aquellos alemanes que estaban siendo despojados de su ciudadan¨ªa y a los que muy pronto tambi¨¦n se les despojar¨ªa de la vida. Es m¨¢s: las instituciones, los colegios profesionales, los clubes deportivos, las asociaciones de estudiantes, las parroquias, no s¨®lo obedecieron cuando lleg¨® el momento las directrices oficiales, sino que voluntariamente, y con un perfecto entusiasmo, muchas veces se adelantaron a ellas, y llevaron su celo de limpieza racial a¨²n m¨¢s lejos de lo que las leyes exig¨ªan.
En el libro de Goldhagen hay fotos de jud¨ªos humillados en medio de la calle, de soldados o polic¨ªas alemanes que rapan las barbas a un rabino con un cuchillo o lo someten a una broma soez: lo que se ve alrededor en las fotograf¨ªas son caras de gente normal que se regocija con el espect¨¢culo. Las declaraciones de antisemitismo de los obispos cat¨®licos y las jerarqu¨ªas evang¨¦licas hielan la sangre por su crueldad. Salvo una minor¨ªa residual de socialdem¨®cratas, ni siquiera los enemigos Pol¨ªticos de los nazis parec¨ªan oponerse a la proscripci¨®n de los jud¨ªos. Al d¨ªa siguiente de la Noche de los Cristales Rotos, el partido comunista alem¨¢n, ya en la clandestinidad, emiti¨® un comunicado en que se lamentaba que la destrucci¨®n de tantos bienes iba a significar un aumento en las horas de trabajo de los obreros que hab¨ªan de reparar los almacenes y las instalaciones incendiados. Ni una palabra sobre las v¨ªctimas jud¨ªas. Thomas Mann, h¨¦roe de la resistencia intelectual alemana frente al oscurantismo nazi, anot¨® fr¨ªamente en su diario cuando supo que los jud¨ªos acababan de ser expulsados de la judicatura: "Ya era hora".
En ning¨²n momento a lo largo de su carrera pol¨ªtica ocult¨® Hitler lo que ya hab¨ªa escrito con toda claridad en 1923, que su ambici¨®n era liberar a Alemania de los jud¨ªos. Y con ese programa pol¨ªtico fue reuniendo a multitudes entusiastas a lo largo de una d¨¦cada, y obtuvo en marzo de 1933 m¨¢s de diecisiete millones de votos, exactamente el 43,9% del censo electoral. Las cifras de Goldhagen son tan demoledoras como los testimonios que recoge: a principios de 1933 hab¨ªa en Alemania dos millones de camisas pardas, el 10% de la poblaci¨®n adulta masculina. De pronto, un pa¨ªs entero no es que se rinda a los verdugos: es que se convierte en un pa¨ªs de verdugos, intoxicados por la basura ideol¨®gica sobre los pueblos y las razas, insensibles al dolor que ellos mismos provocan, ciegos y mudos ante el crimen m¨¢s tremendo del que tenga noticia la humanidad. Leo el libro con apasionamiento y terror, me desvela por las noches, me hace compa?¨ªa en los insomnios que ¨¦l mismo me provoca, y creo que es urgente que se publique entre nosotros: para que aprendamos sobre Alemania y sobre el holocausto, pero tambi¨¦n sobre nuestros fantasmas m¨¢s oscuros sobre la verg¨¹enza antigua del antisemitismo espa?ol, sobre las tentaciones exterminadoras que laten siempre bajo la mentira de las razas, bajo el siniestro romanticismo de la pureza de los pueblos.
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