Las cofrad¨ªas suf¨ªs
Los chechenos canservan su memoria hist¨®rica, transmitida como un tesoro de generaci¨®n en generaci¨®n
El asesinato de alta tecnolog¨ªa digital del presidente independentista Dzhojar Dud¨¢iev, v¨ªctima de un cohete aire-tierra guiado por la emisi¨®n del tel¨¦fono v¨ªa sat¨¦lite mientras conversaba con el mediador ruso y diputado Constantin Voronoi, corresponde a la l¨®gica gansteril del entorno de Yeltsin recientemente de purado y se a?ade a la ya larga n¨®mina de jefes y gu¨ªas pol¨ªtico religiosos chechenos, ajusticiados o muertos en c¨¢rceles rusas antes y despu¨¦s de la Revoluci¨®n. El imam Mansur Ushurma, ardiente predicador de la guerra santa contra la conquista del C¨¢ucaso, pereci¨® en 1793 en la fortaleza zarista de Schl?selburg; Kunta Haxi, venerado hoy como gu¨ªa por los combatientes murids de Chechenia, se extingui¨® en 1867 en una mazmorra de Alejandro II; entre los sucesores del imam Shamil en la silsila (cadena inici¨¢tica) nakchband¨ªa que no depusieron las armas, el jeque Abdurrahm¨¢n de Sogratl, cabeza de la sublevaci¨®n de 1877, acab¨® sus d¨ªas en Siberia; los lugartenientes del wird, letan¨ªa de la rama Batal Haxi, sucumbieron en la c¨¢rcel o deportaci¨®n durante las ¨²ltimas d¨¦cadas del siglo XIX. Tras la Revoluci¨®n de Octubre y el ef¨ªmero Emirato del Norte del C¨¢ucaso, los sovi¨¦ticos fusilaron a todos los jeques nakchband¨ªs y kadir¨ªs que no cayeron en combate: Naxrriud¨ªn de Gotso y los caudillos independentistas de la guerra de 1921-23, capturados en 1925 en las monta?as del C¨¢ucaso, fueron pasados por las armas; el jefe Al¨ª Mit¨¢ev, hijo del fundador del wird de Bamat Giray, corri¨®, la misma suerte pese a haber integrado nominal mente el Comit¨¦ Revolucionario Checheno creado por los bolcheviques; todos los promotores de la rebeli¨®n de 1930, aunque amnistiados por un acuerdo de paz como el firmado el 10 de junio, fueron ejecutados el a?o siguiente. El cronista sovi¨¦tico A. M. Tut¨¢iev menciona que cinco de los seis hijos y ocho nietos -am¨¦n de incontables primos, sobrinos y yernos- del "bandido" Batal Bolhor¨®iev murieron fusil en mano o fueron liquidados sin piedad. El ¨²nico superviviente, Kura¨ªch, mantuvo un foco de guerrilla antisovi¨¦tica hasta 1947, fecha de su captura y deportaci¨®n. El ¨²ltimo abrek (bandido de honor) que hostig¨® en solitario al ocupante, protegido por el resto de la poblaci¨®n y a quien la revista Zhurnalist achacaba la muerte de 40 "patriotas" durante la ¨¦poca de Jruschov y Br¨¦znev, cay¨® en una celada, como Dud¨¢iev, en 1980 (cons¨²ltese la obra de Bennigsen y Lemercier-Quelquejay, as¨ª como el art¨ªculo de la ¨²ltima en Les voies d'Allah, Par¨ªs, 199(5).El ¨¦xito simb¨®lico de la aniquilaci¨®n del jefe enemigo tras los desastres y humillaciones sufridos por el Ej¨¦rcito puede haber contribuido al espectacular aumento de popularidad de Yeltsin y satisfecho el af¨¢n de venganza de los mandos del Estado Mayor y del c¨ªrculo de ¨ªntimos del presidente ruso defenestrados por Alexandr L¨¦bed, mas no contribuye a resolver, sino todo lo contrario, las causas del conflicto. Al seguir los pasos de sus predecesores zaristas y sovi¨¦ticos, Yeltsin se cierra las puertas de una salida honorable, atrapado en el dilema de una retirada que ofender¨ªa al electorado paneslavista o del exterminio total de las cucarachas chechenas, (P¨¢vel Grachov d¨ªxit).
Muerto el perro se acab¨® la rabia, reza el refr¨¢n. Mas la acumulada por los chechenos tras dos siglos de guerra, t¨¢cticas de tierra quemada, deportaci¨®n masiva y ejecuciones sumarias no. se agota con una muerte m¨¢s. A juzgar seg¨²n la reacci¨®n de su sucesor y jefes militares, ha crecido, al rev¨¦s, en intensidad. La cadena bien engarzada de ajusticiamientos y extinci¨®n en mazmorras y campos de Siberia de sus imames y gu¨ªas es el s¨ªmbolo de la larga lucha, siempre defensiva, contra los atropellos y sa?a del invasor. El cardo tenaz, aplastado por un carro, de la novela de Tolstoi, reverdece y no se rinde.
La amnesia de los actuales dirigentes rusos en estos graves momentos de confusi¨®n ideol¨®gica y crisis de identidad -manifiestas, por ejemplo, en la campa?a electoral de Ziug¨¢nov, con sus referencias a Cristo y Stalin, citas del Apocalipsis y la distribuci¨®n gratuita en los m¨ªtines del panfleto antisemita, engendro de la polic¨ªa zarista, Protocolo de los sabios de Si¨®n- se traduce en una p¨¦rdida de la memoria hist¨®rica que les condena a repetir los errores y cr¨ªmenes de un pasado idealizado y falaz. Los chechenos, en cambio, conservan cuidadosamente la suya, transmitida como un tesoro precioso de generaci¨®n en generaci¨®n. Muy significativamente, cuando las circunstancias impon¨ªan el cese de la guerra santa y la pr¨¢ctica del ketm¨¢n (sumisi¨®n aparente), el espiritu de aqu¨¦lla sobreviv¨ªa en el abrelik o bandidaje de honor. Los abreks, como los monf¨ªes moriscos, perpet¨²an la llama del combate, recordatorio viviente de que el esp¨ªritu de resistencia no se ha extinguido y cualquier chispazo puede encenderlo de nuevo. "El checheno, -me dijo un murid de Zak¨¢n Yurt-, nace con el signo de la muerte inscrito en la frente. Sabe que un d¨ªa u otro morir¨¢ con el arma en la mano. Es su destino, y se prepara desde ni?o para este d¨ªa de gloria en el que su esp¨ªritu se unir¨¢ a sus antepasados".
El papel desempe?ado por las cofrad¨ªas sufis en la historia de Rusia es mucho m¨¢s importante de lo que el profano en la materia supone. Por un lado, como se?alan los autores de la obra citada Ias guerras del C¨¢ucaso contribuyeron a la ruina material y moral del imperio zarista y precipitaron la ca¨ªda de la dinast¨ªa de los Romanov y la instauraci¨®n del r¨¦gimen bolchevique"; por otro, originaron una situaci¨®n inversa a la ocasionada por la invasi¨®n y colonizaci¨®n de los pa¨ªses musulmanes en ?frica y Asia por las grandes potencias europeas a lo largo del XIX y primera mitad del XX: mientras en la mayor¨ªa de aqu¨¦llos, el islam oficial, m¨¢s o menos tutelado por los colonizadores, redujo y hasta arrincon¨® a las cofrad¨ªas sufis, en la URSS se produjo e fen¨®meno inverso. Diezmado por los bolcheviques o enteramente sumiso al r¨¦gimen sovi¨¦tico, el islam oficial fue absorbido por las cofrad¨ªas, columna vertebral de lo que los especialistas sovi¨¦ticos denominaban islam paralelo. No. obstante la represi¨®n implacable y destrucci¨®n de mezquitas -hab¨ªa m¨¢s de 900 en el territorio de las actuales Rep¨²blicas de Ingushetia y Chechenia en 1917 y s¨®lo nueve en 1984- el sufismo no desmedr¨®. Desde fines del siglo XVIII, la defensa de la religi¨®n se confunde con la preservaci¨®n y subsistencia de la comunidad nacional.
El encarnizamiento del r¨¦gimen sovi¨¦tico con los rebeldes no perdon¨® a los muertos: en tanto que los chechenos eran deportados a Kazajst¨¢n, sus cementerios fueron arrasados y los cipos o testigos de sus tumbas utilizados en Rusia como materiales de adorno y construcci¨®n. Los que existen actualmente datan de la ¨¦poca de su retorno al pa¨ªs, a fines de los cincuenta. En los distritos del centro y sur, pude curiosear media docena de ellos: las sepulturas se yerguen con unas estelas de piedra o madera, pintadas de colores vivos -azul, verde, blanco-, con un tejadillo de dos aguas rematado con la medialuna. Algunas reproducen en caracteres ¨¢rabes el nombre de Al¨¢ o aleyas de la F¨¢tiha. Otras, el nombre y patron¨ªmico del difunto y las fechas de su nacimiento o defunci¨®n.
Los mazars o ermitas erigidos en recuerdo de un muxahid (m¨¢rtir) o un personaje santo equivalen a los morabos del islam popular magreb¨ª. Los miembros de las cofrad¨ªas y fieles se re¨²nen en torno a ellos a recitar sus letan¨ªas e implorar su baraca. La persecuci¨®n antirreligiosa sufrida en Chechenia hasta Mija¨ªl Gorbachov, se ceb¨® en ellos: en su mayor¨ªa fueron allanados y sustituidos por centros de propaganda "antioscurantista" y atea. Pero, al menor descuido de las autoridades, reaparec¨ªan de s¨²bito, congregando en torno a ellos a multitudes de romeros, ?incluidos muchos miembros del partido comunista!
La prensa sovi¨¦tica de las ¨²ltimas d¨¦cadas abunda en descripciones y denuncias de estos "focos de propaganda reaccionaria" manipulados por "vagabundos", "par¨¢sitos" y "criminales". Los peregrinajes m¨¢s concurridos eran los de las tumbas de Uzun Haxi y de la madre de Kunta Haxi, en la aldea de Veden¨®. Cuando me reun¨ª con los murids de Zak¨¢n Yurt, tuve la oportunidad de confrontar la lista elaborada por Bennigsen y Lemercier-Quelquejay con la memorizada por ellos y las diferencias resultaron m¨ªnimas. Los mu-
rids ignoraban que unos investigadores extranjeros se ocupaban de ellos y aireaban su lucha y me rogaron que les transmitiera sus preces y gratitud.
Si la tarika nakehband¨ªa encarna la historia de la resistencia chechena en el pasado siglo, la kadir¨ªa domina incontestablemente la del actual. Fundada por Abdelkader Yilani en el siglo XII, la cofrad¨ªa se extendi¨® poco a poco a todo el ¨¢mbito del islam, desde China a Marruecos. Su presencia en el C¨¢ucaso se remonta tan s¨®lo al siglo XIX y se cifra en la figura carism¨¢tica de Kunta Haxi, cuya predicaci¨®n m¨ªstica atrajo a numerosos patriotas monta?eses y murids desnortados tras la derrota de Shamil. A diferencia del zikr silencioso de los nakchaland¨ªs, Kunta Haxi introdujo el zikr vocal, acompa?ado a veces de m¨²sica y bailes: su leyenda y el misterio de su muerte -sus disc¨ªpulos, todav¨ªa hoy la desmienten-, le confieren la autoridad de polo espiritual del norte del C¨¢ucaso.
Osm¨¢n Im¨¢iev, ex Fiscal General de Chechenia, recibi¨® una educaci¨®n puramente sovi¨¦tica y curs¨® estudios superiores en la Universidad de Mosc¨², en la que aprendi¨® a hablar correctamente el espa?ol. Ahora reside en el pueblo de Kular¨ª, en donde mantiene estrechos v¨ªnculos con los combatientes independentistas; establece, sin grandes esperanzas en los resultados, una lista de cr¨ªmenes de guerra del ocupante y comparte la vida de los miembros de la rama kadir¨ª de Kurita Haxi. El mismo se confiesa un novicio en la materia, pero coordina las actividades de los murids y, como comprobar¨¦ poco despu¨¦s, organiza sus ceremonias.
"El zikr es el s¨ªmbolo de la resistencia chechena,-me dice-. El 5 de septiembre de 1995, los rusos quisieron entrar en el pueblo pero a la vista de los murids que, oraban y bailaban en el puente situado a la entrada, desistieron de su empe?o. Sab¨ªan por experiencia que un ataque contra nosotros provocar¨ªa un alzamiento en muchas otras aldeas".
La conversaci¨®n se desenvuelve en un hangar, con refectorio, cocina y un dormitorio con literas superpuestas, velado por una burla cortina, en el que pernoctan una docena de rebeldes, actualmente en disponibilidad. Poco a poco llegan los miembros de la cofrad¨ªa y cada grupo de reci¨¦n veni(los entona un c¨¢ntico tradicional "para ahuyentar al diablo" -una suerte de saludo obligado del forastero, al cruzar el umbral de una casa-: son los cofrades de Kunta Haxi de la aldea de Zak¨¢n Yurt.
Concluidos presentaciones y saludos, nos dinigimos a la mezquita: un edificio reciente, alfombrado, con un hueco que vale a la vez de almimbar y alquibla, un reloj de pared y dos fotograf¨ªas encuadradas de La Meca durante la peregrinaci¨®n. Los asistentes, incluido mi anfitri¨®n, se ponen en cuclillas hasta formar un c¨ªrculo Junto al mihrab: a m¨ª me ofrecen un taburete peque?o, pero prefiero acomodarme en el suelo y presenciar desde all¨ª el ritual.
He asistido a las preces kadir¨ªs en Marruecos, Egipto y Sarajevo, en la semana que precedi¨® el bombardeo de la OTAN y el final del asedio. Las de los chechenos poseen una intensidad emotiva que, como se?alan muchos islam¨®logos-polic¨ªas sovi¨¦ticos, conmueve incluso a profanos e incr¨¦dulos.
Una vez cerrado el c¨ªrculo, los murids, tocados con sus birretes, inician sus rezos y letan¨ªas, oscilando levemente el cuerpo. Primero el wird (la oraci¨®n en honor de Kur¨ªta Haxi), el tahlil ("no hay m¨¢s dios que Dios") y luego la F¨¢tiha, entonados con voz grave, que parece ascender y dilatarse con la hondura y fervor del canto gregoriano. El gu¨ªa de la cofrad¨ªa en la aldea, el turj¨ª, marca una pausa: los participantes intercambian saludos y se recogen en la nazma (oraci¨®n) antes de pasar a la fase posterior de su ascensi¨®n graduada. Recitador y coro repiten el canto m¨¢s fuerte, con voces que brotan, como gemidos, del fondo de la garganta. De improviso, empiezan a batir r¨ªtmica mente las palmas, la ilaha illa llah, cada vez con mayor br¨ªo y fiereza, se ponen de pie, dan vueltas en sentido inverso a las agujas del reloj, primero a paso lento, despu¨¦s con gran viveza, aceleran, corren, sin dejar de ferir palmas, el eco de sus jaculatorias vibra en el aire y colma el espacio de la mezquita de su ins¨®lita pleamar. S¨²bitamente un alto, otra asentada, con rezos e invocaciones preparatorias a Kunta Haxi. Osm¨¢n Im¨¢iev y los ancianos que no integran el zikr retiran las alfombras y, tras esta pausa queda, delicada y absorta, la ceremonia entra en su nueva fase. Los murids reemprenden su baile, ahora de derecha a izquierda -una novedad en el islam-, corren, brincan, sin interrumpir el ritmo de las jaculatorias, en anillo cada vez m¨¢s prieto, cada cual rozando la espalda del compa?ero, golpeando ruidosamente el suelo con las plantas. Uno de ellos sale del c¨ªrculo y gira con mayor velocidad que los restantes, los impulsa con fuerza magn¨¦tica, como investido de misteriosa energ¨ªa e¨®lica: primero el comandante Yacub y luego un joven barbudo, vestido con una t¨²nica negra y tocado con un gorro de duende, de genio surgido de las estampas de una leyenda. Su est¨ªmulo transmuta la rueda en vertiginoso tiovivo. Los pies desnudos retumban de modo ensordecedor en el entarimado, la combinaci¨®n de plegarias, trancos, carrera orbicular alcanza el punto de suspensi¨®n en el que el murid, desasido de cuanto le rodea, no halla, para emplear el lenguaje de nuestro mayor m¨ªstico, "arrimo en el entendimiento, ni jugo en la voluntad, ni discurso en la memoria".
Acabado el rito, los cofrades se acuclillan de nuevo en c¨ªrculo, recitan a voz y coro "no hay m¨¢s dios que Dios" y desgranan las 99 cuentas de su rosario. Han transcurrido unas dos horas desde que entr¨¦, pero el tiempo ha dejado de correr. El cielo ha escampado entre tanto, lucen las estrellas y, por vez primera desde mi llegada a Chechenia, oigo el canto de un p¨¢jaro. Lo digo sin pudor: levit¨¦ en un oc¨¦ano de serenidad. No en un instante de exaltaci¨®n ni eclipse fugaz de los sentidos: por la belleza y perfecci¨®n del instante. La modulaci¨®n del canto en medio del silencio nocturno, ?no me compensaba, no fuere m¨¢s que por unos segundos, en tanta acumulaci¨®n de barbarie?
El p¨¢jaro call¨®, volvi¨® el orden del mundo: viv¨ªa, en un paisaje de guerra, la mugrienta y cruel reiteraci¨®n de la historia.
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