El purgatorio hist¨®rico de las Fuerzas Armadas espa?oIas
La verdad es que, aun siendo injusto porque las instituciones cambian y sus miembros se renuevan, las FF AA espa?olas de hoy est¨¢n pagando, en desamor civil, el discutible lustre de sus or¨ªgenes: la sublevaci¨®n contra la rep¨²blica y la guerra civil. Franco, con la falta de generosidad que caracteriz¨® su actitud para con los vencidos, jam¨¢s se plante¨® la integraci¨®n del ej¨¦rcito de la rep¨²blica en un ¨²nico ej¨¦rcito nacional, provocando as¨ª que, ante el subconsciente colectivo de gran parte de la sociedad espa?ola, las FF AA de hoy aparezcan como las herederas directas del ej¨¦rcito que se sublev¨®, gan¨® la guerra civil y sostuvo, como ¨²ltimo ratio, a la dictadura franquista durante 40 a?os; contra toda l¨®gica, por cierto, pues no obtuvo de su apoyo sino penuria, abandono, desatenci¨®n y atraso. Por otra parte, durante los ¨²ltimos 20 a?os del franquismo, el paso de la juventud, especialmente de la juventud universitaria, por las filas de un ej¨¦rcito atrasado, mal dotado, mal instruido y, salvo excepciones, con una mentalidad arcaica y reaccionaria dej¨® en gran parte de los que hoy d¨ªa son las clases dirigentes del pa¨ªs el fermento de muchas de las actitudes de escasa simpat¨ªa, hostilidad, y en algunos casos hasta de feroz resentimiento, que afloran tanto en los medios p¨²blicos de comunicaci¨®n como, incluso, en las actitudes personales y privadas.
Pero, adem¨¢s de origen tan enojoso y huella tan desgraciada, durante los a?os de la transici¨®n las FF AA ofrecieron una imagen demasiado pr¨®xima a lo que en aquella ¨¦poca se llam¨® el b¨²nker, y esto acab¨® de remachar, en el fondo del inconsciente de una parte muy significativa de la sociedad espa?ola, la idea de que las FF AA no eran propias de todos, sino de unos cuantos: de los que desde la sublevaci¨®n del a?o 1936 hab¨ªan venido impidiendo todo asomo de libertad social y pol¨ªtica, encorsetando a los espa?oles en falacias sobre diferencias insoslayables ("Spain is different") y muros infranqueables ("todo est¨¢ atado y bien atado").
Las consecuencias de esta desafecci¨®n, de esta sensaci¨®n de extra?amiento de la sociedad civil hacia las FF AA han sido y son importantes. La resonancia y el apoyo social que reciben la objeci¨®n de conciencia y la insumisi¨®n es, por ejemplo, una de ellas; la facilidad con que se consigue coro a los guirigays que se organizan cada vez que es necesario llevar a cabo instalaciones importantes para la seguridad nacional es otra; el morbo y la malintencionalidad -cuando no la pura y simple demagogia- son frecuentes en gran parte de la prensa cuando se trata, de "los militares", y lo mismo ocurre en muchas de las tertulias radiof¨®nicas y debates televisados, donde resulta frecuente la asunci¨®n de posturas antimilitaristas, muchas veces irracionales y a menudo simplemente injustas.
Otras dos circunstancias importantes ayudan tambi¨¦n a la existencia de estas actitudes. La primera radica en el hecho de que la sociedad civil espa?ola no perciba haber sido directamente defendida por sus FF AA en muchos a?os, concretamente desde 1808, fecha a partir de la cual enfrentamientos civiles y est¨¦riles aventuras coloniales constituyeron el principal campo de actividad de las mismas. En segundo lugar, la limitaci¨®n de derechos que tienen los militares en las democracias hace de ¨¦stos presa f¨¢cil de carro?er¨ªas diversas. Carentes de asociaciones que defienden sus leg¨ªtimos intereses y su imagen, los militares est¨¢n totalmente en manos de la c¨²pula jer¨¢rquica y de los pol¨ªticos en el Gobierno, quienes bien poco han hecho por un mejor entendimiento entre ej¨¦rcito y sociedad.
En todo caso, lo que parece claro es que la consecuci¨®n del aprecio y del afecto generalizados de la sociedad espa?ola para sus FF AA es, quiz¨¢, la ¨²ltima asignatura pendiente de todo el proceso de la transici¨®n. Es, no cabe duda, una de las tareas importantes que queda por reaIizar. Y se habr¨¢ conseguido, por ejemplo, cuando el encarcelamiento de un general de la Guardia Civil -incluso cuando sea jur¨ªdicamente impecable- no provoque tan soterrado placer en tan inmensa minor¨ªa, sino consternaci¨®n, disgusto y desaz¨®n por las causas objetivas que hayan llevado a ello.
Actualmente, dentro del mundo militar, nadie pone ya en duda el acatamiento a la autoridad Civil que nace de las urnas. Pero este logro, esta sujeci¨®n de las FF AA al poder civil legitimo no estar¨¢ nunca asegurada, si no se consigue culminar un proceso de incardinaci¨®n de las FF AA en la sociedad civil, de tal forma que esta ¨²ltima, de manera mayoritariamente gerieralizada, adopte a los ej¨¦rcitos como suyos, se identifique con ellos y los acepte, proporcionando as¨ª el apoyo y la comprensi¨®n que las FF AA necesitan en la realizaci¨®n de sus no siempre gratificantes tareas. Siempre habr¨¢ antimilitarismo, ?claro est¨¢!, tanto procedente de personas de buena fe como de inconfesables intereses d¨¦ partido. Y seguro que es hasta bueno que as¨ª sea. En todo caso, los antimilitaristas est¨¢n en su derecho de serlo. Pero el proceso de normalizaci¨®n hist¨®rica que hemos emprendido en Espa?a, cuando la muerte de Franco cre¨® condiciones favorables para ello, exige tambi¨¦n una normalizaci¨®n mucho m¨¢s extendida de las relaciones entre los ciudadanos que trabajan en uniforme militar y los que lo hacen en traje civil.
?C¨®mo conseguir esta normalizaci¨®n y salir -lo antes posible- de este purgatorio de malentendimiento y desencuentro? Uno de los caminos es el emprendido con la actuaci¨®n en conflictos como el de la antigua Yugoslavia. La imagen de unos ej¨¦rcitos ¨²tiles y capaces que han sabido ganarse el respeto y el aprecio de los bandos enfrentados en Bosnia, y que han demostrado ser homologables con los ej¨¦rcitos de vecinos prestigiosos, ayuda enormemente a facilitar una mayor conciliaci¨®n entre ej¨¦rcito y sociedad. La actuaci¨®n responsable y eficaz en misiones que suscitan en el pa¨ªs un consenso generalizado y positivo predispone al ciudadano a actitudes de identificaci¨®n y de aceptaci¨®n. ?ste es un camino en el que hay que insistir, recorri¨¦ndolo siempre de la mano del m¨¢s exquisito respeto a los derechos humanos, a la Constituci¨®n y a las normas internacionales que regulan los conflictos, tal como se ha hecho hasta ahora. En este aspecto, los responsables de las agrupaciones que han ido a Bosnia han hecho por las buenas relaciones entre la sociedad y las FF AA, en meses, mucho m¨¢s de lo que, en a?os, han hecho los deplorables ministros de Defensa que se han sucedido desde 1975.
Pero, aparte de la mencionada, ?qu¨¦ otras l¨ªneas de acci¨®n es necesario emprender? A nuestro juicio, dos l¨ªneas de acci¨®n son fundamentales. La primera ser¨ªa la definitiva desaparici¨®n del gueto de la ense?anza militar. Ser¨ªa bueno que los j¨®venes que se preparan para ser oficiales y suboficiales cursaran sus estudios integrados con el resto de la juventud de su tiempo: con los que se preparan para ser abogados, ingenieros o investigadores. Deber¨ªan compartir durante la etapa juvenil, tan importante para la formaci¨®n del car¨¢cter y donde se genera gran parte del entramado de las futuras relaciones sociales, las vicisitudes de todo el resto de su generaci¨®n, participando libremente con ellos en todos los ¨¢mbitos de su vida, desde la movida nocturna de los s¨¢bados hasta las actividades deportivas y culturales de sus grupos. Deber¨ªa estudiarse c¨®mo las academias militares podr¨ªan integrarse en la ense?anza universitaria y deber¨ªa desaparecer de ellas, definitivamente, el r¨¦gimen de internado. Aunque es evidente que en el contexto de este art¨ªculo no puede analizarse el complejo y espinoso problema de la reforma de la ense?anza militar, s¨ª puede decirse que cualquier ref¨®rma que quiera favorecer una relaci¨®n m¨¢s c¨¢lida y amigable entre ej¨¦rcito y sociedad deber¨¢ pasar por suprimir totalmente las cotas de aislamiento que el sistema actual impone a los aspirantes a oficiales y suboficiales respecto al resto de la juventud del pa¨ªs.
La segunda ser¨ªa abandonar la idea de un ej¨¦rcito profesional. al ciento por ciento. Y ya s¨¦ que esta afirmaci¨®n no es pol¨ªticamente correcta y que actualmente pintan otros palos. La fiebre de profesiorializaci¨®n ha llegado -tambi¨¦n lo s¨¦- incluso a Francia (tu quoque?), cuna de los ej¨¦rcitos concebidos como el pueblo en armas. Est¨¢ de moda. Valmy ha sido olvidado y el modelo anglosaj¨®n se copia y se impone; en Espa?a, como siempre que se trata de copiar, con desmesurado af¨¢n. Pero, pese a ello, el actual dise?o de un ej¨¦rcito mixto profesional-reemplazo, en mi opini¨®n, es m¨¢s equilibrado, m¨¢s apropiado a nuestra experiencia hist¨®rica y a las conveniencias actuales de nuestra estructura y cohesi¨®n social. Evidentemente, el Gobierno tiene que pagar el apoyo de CiU en el Congreso, pero, en cuanto a terminar con el ya demasiado prolongado divorcio entre FF AA y sociedad civil, un ej¨¦rcito exclusivamente profesional no es precisamente un factor de ayuda. Como bot¨®n de muestra propongo la siguiente reflexi¨®n: a causa de las diferencias econ¨®micas, del paro y de la demograf¨ªa, unas FF AA compuestas casi en exclusiva por gallegos, castellanos, extreme?os y andaluces es lo m¨¢s probable que acabe ocurriendo con la total profesionalizaci¨®n. ?Y c¨®mo iban a llegar a sentir como suyos, en Catalu?a y en el Pa¨ªs Vasco, a unos ej¨¦rcitos en los que la presencia de vascos y catalanes fuera, pr¨¢cticamente, testimonial? ?Cu¨¢nto tardar¨ªan los nacionalistas m¨¢s extremos en proporcionar coartadas popularizando la idea del "ej¨¦rcito de ocupaci¨®n" ?O, en realidad, es precisamente esto -tener coartadas- lo que se pretende? Mucho me temo que el tan moderno ej¨¦rcito profesional deI PP pudiera acabar siendo una trampa, una aut¨¦ntica bomba de relojer¨ªa.
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