Tajadas de aire
Eduardo Chillida habla con las manos, con la melancol¨ªa que son capaces de transmitir las manos, esculturas de carne y hueso, espejo de la cara, hueco en el que descansa tantas veces el s¨ªmbolo de pensar. Explica sus sue?os, las utop¨ªas de las que vive su obsesi¨®n por el espacio, y junta y separa sus hermosas manos de portero de f¨²tbol como si abarcara al tiempo, la nada y el infinito. Una ma?ana de invierno, hace m¨¢s de un a?o, en San Sebasti¨¢n, explicaba as¨ª, fij¨¢ndose en el techo, como si ya lo hubiera visto, su proyecto de vaciar una monta?a en Fuerteventura. Ahora aquel sue?o, que le surgi¨® de pronto, en la paz de la ¨²ltima madrugada de su casa, se ha vuelto nada y melancol¨ªa.Dijo entonces que convertir¨ªa en realidad aquel proyecto si la monta?a, la monta?a de Tindaya, quer¨ªa. No ha sido la monta?a la que se ha opuesto; la monta?a sigue all¨ª, silenciosa y esquel¨¦tica, estatua solitaria, animada por la voluntad misteriosa que tienen los accidentes naturales, perpetua y escarpada, imagen del pan y del gofio que Unamuno ve¨ªa por doquier en esta tierra. No ha sido la monta?a la que no ha querido, sino la intransigencia contra la que siempre choca la novedad, la desconfianza que rechaza antes de ver. Los ecologistas, y no s¨®lo los ecologistas, se han enfrentado al proyecto de Chillida sumando juicios de valor a las sospechas y han tratado de arar en el prestigio de una larga carrera que se asienta sin tacha en la honestidad del trabajo y en el ejercicio noble de la utop¨ªa. Es uno de esos personajes a los que uno escuchar¨ªa de madrugada, como si no existieran ni la luna ni la noche, hombres y mujeres que a veces aparecen en el horizonte y que tienen en las manos el fruto de la utop¨ªa y tambi¨¦n el color de la melancol¨ªa, seres a los que uno ya se dedica siempre, porque ellos son los que hacen esencial seguir viviendo; tienen nombres y apellidos, y en el pasado fueron gente como Juan Carc¨ªa Hortelano y Carlos Barral, o Juan Benet, y en el presente son seres como Juan Mars¨¦, Juan Cueto o Fernando Savater. Gente sin cuya presencia parece imposible la memoria.
No es extra?o que todo aquel esfuerzo le haya llevado a Chillida a la melancol¨ªa y haya dicho adi¨®s al proyecto de vaciar por dentro Tindaya para meter all¨ª el espacio y permitir que desde su interior se vieran el mar, el cielo, la luna y el sol de Fuerteventura. "He comprobado", dice en su carta de despedida de Tindaya, "que el proyecto escult¨®rico despierta en muchos resquemores y suspicacias imprevistos, una oposici¨®n dif¨ªcil de evaluar ahora en su verdadera importancia, pero suficiente para mermar mi entusiasmo hasta desistir del la realizaci¨®n de la obra".
No ha habido debate: el proyecto de Chillida ha recibido descalificaci¨®n y regateo; han llegado a asociar la la imagen del escultor a la de los especuladores de la tierra, que han esquilmado las islas Canarias y que a lo largo de los a?os han sustra¨ªdo arena, zahorra y piedra de las monta?as de nuestra infancia. Y han ignorado que el primer prop¨®sito del sue?o melanc¨®lico de Chillida era el de detener la indefensi¨®n de Tindaya. En ese saco de los insultos velados metieron tambi¨¦n a Jos¨¦ Antonio Fern¨¢ndez Ord¨®?ez, el ingeniero que con tanto fruto como entusiasmo ha conversado sobre la piedra y la tierra y que con el maestro vasco hab¨ªa preparado los estudios que hubieran simbolizado en Tindaya los versos de Jorge Guill¨¦n que son la divisa del escultor: "Lo profundo es el aire". Y han dejado de saber qu¨¦ sabidur¨ªa paciente hay en este ingeniero tranquilo que le daba a la mirada de Chillida el cimiento que proviene de su propio respeto por el suelo. Han echado por tierra su ilusi¨®n, y acaso de ah¨ª renacer¨¢, como una planta sobre el suelo seco. Les han pagado, como decimos en Canarias, con tajadas de aire.
No ha habido debate sobre su propuesta, dice Chillida. Han primado los gritos sobre las ideas y los sue?os y ha habido lo que hay en Espa?a, antes del sosiego: descalificaci¨®n, a ver qui¨¦n gana. Y al final han dejado que una utop¨ªa formidable, un reto natural sin precedentes en las islas, una propuesta verdaderamente nueva para a?adir s¨ªmbolo a una monta?a se quedara como el aire en las manos abiertas de un artista ahora doblemente melanc¨®lico. Le han pagado con tajadas de aire.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
?Tienes una suscripci¨®n de empresa? Accede aqu¨ª para contratar m¨¢s cuentas.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.