La derrota de Julien Benda
.De cuantos intelectuales han ejercido un magisterio influyente en la Europa de nuestro siglo, quiz¨¢ no haya ninguno cuyas ense?anzas hayan sido tan conspicuamente abandonadas hoy como las de Julien Benda. Y, sin embargo, como hizo constar su l¨²cido admirador Jos¨¦ Bianco, "durante veinte a?os Julien Benda ejerci¨® un verdadero episcopado en la Nouvelle Revue Fran?aise, junto a Gide, Val¨¦ry, Claudel, Alain, Saur¨¨s".'Fue en el periodo de entreguerras; despu¨¦s de la segunda gran contienda mundial su prestigio comenz¨® a difuminarse, pero todav¨ªa con ocasi¨®n de su muerte -en 1956, casi nonagenario- Sartre le elogi¨® desde la cima cr¨ªtica que entonces ocupaba: "Vamos a echar en falta su vigilancia". Lo cierto es que ya estaba pr¨¢cticamente olvidado y s¨®lo el t¨ªtulo del m¨¢s c¨¦lebre de sus libros, La trahison des clercs (que con cierta inexactitud puede traducirse como La traici¨®n de los intelectuales), flota a¨²n por cat¨¢logos y bibliograf¨ªas tras el naufragio del resto de su obra.
Benda siempre fue no s¨®lo pol¨¦mico, sino tambi¨¦n particularmente inc¨®modo: sus adversarios tuvieron que admirar la vivacidad de su estilo y su imaginaci¨®n dial¨¦ctica, mientras que sus partidarios nunca pudieron aceptar del todo la radicalidad parad¨®jica de las ideas que expon¨ªa. Fue maestro en el arte delicado de suscitar antagonismos. Su propia figura los encierra, y no peque?os: palad¨ªn de un intelectual hist¨®ricamente desencarnado y abstracto, por encima de toda toma de partido sectaria, batall¨® con denuedo en las grandes confrontaciones que dividieron a la ¨¦poca, desde el asunto Dreyfuss al Congreso de Intelectuales, adoptando incluso posiciones tan controvertibles como su apoyo en 1949 a la farsa de los procesos de Mosc¨². Quiso ser fr¨ªo, exacto y cient¨ªfico en sus argumentaciones, pero lo m¨¢s memorable de ellas es el apasionamiento sabiamente ret¨®rico con que las razon¨® y lo desconcertante y a menudo caprichoso de la erudici¨®n que adujo en su apoyo. Una vez coment¨® que su sue?o ser¨ªa llevar una vida espiritualmente asc¨¦tica en un medio confortable: "Leer la Imitaci¨®n de Cristo en un buen cuarto del Ritz". Pero no hizo ninguna concesi¨®n a lo populista o trivial a fin de recabar fondos con los que financiar ese ideal.
En realidad careci¨® de disc¨ªpulos y de interlocutores (aunque no de imitadores forman legi¨®n quienes han querido o a¨²n quieren reinventar el ¨¦xito de La trah¨ªson des clercs aplicando la f¨®rmula censora a uno u otro gremio), y quiz¨¢ en eso mismo estriba la fascinaci¨®n que ejerci¨® sobre' varios de sus m¨¢s distinguidos contempor¨¢neos. El ¨²ltimo n¨²mero de la excelente revista valenciana Debats le dedica un dossier donde pueden leerse testimonios agridulces de Andr¨¦ Gide, Walter Benjamin o Norberto Bobbio. Y no es del todo descabellado imaginar que si alguno de sus libros pudiera ser encontrado ahora fuera de las librer¨ªas de viejo, quiz¨¢ alcanzase una relativa notoriedad: la de sostener las ideas m¨¢s desvergonzadamente opuestas a las hoy mayoritarias que quepa concebir. No me refiero a que Julien Benda sea pol¨ªticamente incorrecto, sino a que resulta pol¨ªticamente incomprensible, que es un pecado mucho m¨¢s grave y la derrota definitiva ante el esp¨ªritu de este siglo. Un fracaso que Benda previ¨® y del que se enorgullec¨ªa, a juzgar por la carta que escribi¨® en sus ¨²ltimos a?os a un par de directores de revistas literarias: "Mi sombra le quedar¨¢ infinitamente grata si puede usted conseguir que mis colegas no me dediquen art¨ªculos necrol¨®gicos. S¨®lo he conocido, de casi todos ellos, hostilidad, malevolencia sistem¨¢tica. Deseo que contin¨²e ese tratamiento de favor y no quiero sufrir los miramientos hip¨®critas, hasta los peque?os elogios que las conveniencias les impondr¨ªan necesariamente".
Me hago estas consideraciones releyendo su Discurso a la naci¨®n europea, respuesta en parte a los dedicados el siglo anterior por Fichte a la naci¨®n alemana, El librito fue publicado en 1933 -no necesito subrayar la importancia de la fecha-, y responde a una vocaci¨®n europe¨ªsta ligada a su propia idea del intelectual: e': retrato de Erasmo siempre presidi¨® sus diversos cuartos de trabajo. Sin embargo, ?qu¨¦ remota y casi fant¨¢stica nos resulta la Europa que reclama Julien Benda!, Algunos de nosotros podemos simpatizar bastante con su antinacionalismo, expresado con virulencia casi prof¨¦tica: "Intelectuales de todos los pa¨ªses, deb¨¦is recordar a vuestras naciones que est¨¢n perpetuamente en el mal por el simple hecho de que son naciones... Plotino se avergonzaba de tener un cuerpo; vosotros deb¨¦is avergonzaros de tener una naci¨®n... Atraed con todas vuestras fuerzas el rid¨ªculo sobre la pasi¨®n nacionalista" Pero s¨®lo los, muy audaces le se.guir¨¢n por aqu¨ª hasta las consecuencias que le parecen evidentes. Nada reverencia tanto nuestra ¨¦poca como las diferencias entre culturas (o m¨¢s bien, entre simples costumbres) y la diversidad de sacrosantas identidades, cada una de las cuales cuenta con, celosos adalides y administradores que defienden el distinguo porque en ello les va el poder; pues bien, Julien Benda previene contra esta proliferaci¨®n de interesados narcisismos: "Constructores de Europa, no os enga?¨¦is: todos los sectarios de lo pintoresco est¨¢n contra vosotros" ?Pero es que un mundo del que se desvanece el pintoresquismo multiforme ser¨¢ mortalmente mon¨®tono! Mejor, dice Benda: "Europa ser¨¢ seria o no ser¨¢. Ser¨¢ mucho menos 'divertida' que las naciones, las cuales lo son ya menos que las provincias". ?No perderemos entonces la calidez de lo entra?able, de lo hogare?o y nutricio? Necesariamente, concluye implacable: "Ahora ten¨¦is hogares, esposas, hijos, bienes, rentas, colocaciones. Estas cosas... os ligan a vuestras naciones, os hacen solidarios con su suerte. No es as¨ª como har¨¦is Europa. Europa es una idea. La har¨¢n los devotos de la Idea, no los hombres que tienen hogar". Toma ya.
Para ser justos, hagamos notar que Benda no se opone a la diversidad misma de lo pintoresco (que, como cualquier persona sensata, considera inevitable y perpetua), sino a la complacencia en ella, a su beatificaci¨®n como la expresi¨®n m¨¢s alta de lo humano. Porque la m¨¢s alta cota de lo humano es el concepto, cuya inmaterialidad abarca las diferencias en la unidad que las trasciende, no la sensibilidad que se regodea en el polimorfismo material de las apariencias. La ciencia se sit¨²a as¨ª por encima de la literatura: "El esp¨ªritu cient¨ªfico, como se ha dicho excelentemente, es la identificaci¨®n de lo diverso. Podr¨ªa a?adirse que, sim¨¦tricamente, el esp¨ªritu literario (al menos moderno) es la diversificaci¨®n de lo id¨¦ntico". La conclusi¨®n no puede dejar lugar a dudas: "Europa ser¨¢ m¨¢s cient¨ªfica que literaria, m¨¢s intelectual que art¨ªstica, m¨¢s filos¨®fica que pintoresca". Y los grandes genios del esp¨ªritu literario son los que se pusieron al servicio de lo universal, no de lo nacional. La obje-
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ci¨®n salta de inmediato: esos talentos universales lo fueron desde el enraizamiento en lo nacional. ?Qui¨¦n m¨¢s ingl¨¦s que Shakespeare, m¨¢s italiano, que Dante m¨¢s espa?ol que Cervantes, m¨¢s franc¨¦s que Voltaire? Julien Benda no lo cree as¨ª. No est¨¢ claro que otros autores mucho menores no hayan sido m¨¢s "nacionales" que ellos, aunque nos produzcan menor orgullo colectivo. Los' grandes escritores han predicado lo universal, no lo nacional, fueran de donde fuesen: "Treischke y Barres eran eminentemente nacionales; no sirvieron a lo universal. Erasmo y Spinoza lo sirvieron y no ten¨ªan naci¨®n.. Har¨¦is Europa con lo que dig¨¢is, no con lo que se¨¢is". Porque Europa provendr¨¢ del esp¨ªritu, que es voluntad libre, y no del ser, que es adscripci¨®n necesaria: "No hay un Ser europeo". Y tambi¨¦n por eso Europa no debe ser concebida seg¨²n l¨ªmites e intereses materiales, sino desde un principio espiritual permanentemente expansivo: recordemos el ejemplo del Imperio Romano, que se hundi¨® cuando neg¨® a los b¨¢rbaros el derecho tanto tiempo vigente de acogerse en su ¨®rbita.
Fiel a estos criterios, Benda a?ora el lat¨ªn como lengua com¨²n de cultura y deplora el momento en que hasta la oraci¨®n se hizo nacional. La Europa proyectada deber¨¢ tener tambi¨¦n una lengua com¨²n, un lenguaje racional. y preciso que sea m¨¢s apto para expresar la clara objetividad del esp¨ªritu que la confusa diversidad de los subjetivismos sentimentales. Y esa lengua, afirma ufano Julien Benda, ya existe, no hay que inventarla: es el franc¨¦s. ?Ay, con lo bien que iba! ?Despu¨¦s de habernos prevenido tan adecuadamente contra "la mala fe y la injusticia inherentes al nacionalismo"! El literato puede desprenderse de todos los parentescos carnales que le esclavizan a lo particular, menos de la m¨ªstica de su lengua. Pero quiz¨¢ esta contradicci¨®n final es la que nos hace m¨¢s pr¨®xima la altivez de su discurso derrotado en favor de una Europa imposible.Fernando Savater es catedr¨¢tico de Filosof¨ªa de la Universidad Complutense de Madrid.
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