Exasperantes sonrisas
Los voluntarios de Atlanta carecen de improvisaci¨®n para pali¨¢r el caos de la organizaci¨®n
"Pero, ?es que no puedes cambiar tu mente?". Ni la m¨ªmica le sirvi¨®. El fot¨®grafo italiano se golpeaba la frente con la palma de su mano intentando provocar la reacci¨®n del voluntario, que manten¨ªa sellada en su boca su sonrisa de dentr¨ªfico. "?Sentido com¨²n, por favor!", insist¨ªa hist¨¦rico. No bastan en Atlanta los gritos, no bastan las explicaciones, no bastan los gestos de desesperaci¨®n. El voluntario continu¨® impasible, observando c¨®mo un grupo de periodistas, soportando cerca de 40 grados aguardaba un autob¨²s de color azul que les trasladara desde el pol¨ªgono de tiro hasta el centro. Con la misma impasibilidad el hombre vio c¨®mo una decena de autocares, de color naranja, pasaban vac¨ªos delante de la cola cada vez m¨¢s numerosa, que comprobaba estupefacta c¨®mo s¨®lo aceptaban a solitarios y privilegiados viajeros: desde miembros del COI hasta el ¨²ltimo trabajador.
Las protestas y el cruel desfile de autobuses naranjas con el letrero School concluy¨® hora y media despu¨¦s. La organizaci¨®n se decidi¨® a fletar furgonetas para salvar los 30 kil¨®metros de autov¨ªa hasta el anillo ol¨ªmpico. Una primera lanzadera se detuvo en la parada y la conductora, indiferente advirti¨®: "Only ten" ("S¨®lo 10 personas"). Mensaje recibido. Entraron 20.
Esta ciudad, al menos, permite presenciar en directo chistes escuchados miles de veces. Unos 10 periodistas chinos, haciendo caso omiso, a la recomendaci¨®n, abrieron la puerta trasera de la furgoneta y se convirtieron en un amasijo de brazos, piernas y zooms que ocultaron por completo la luna trasera del veh¨ªculo. Uno de ellos, mientras intentaba colocarse en el asiento delantero, pasando las piernas por varias cabezas, agotado, concluy¨®, resoplando: "This is America" ("Esto es Am¨¦rica"). Esto, de entrada, es Atlanta y la primaria organizaci¨®n de estos Juegos est¨¢ amenazando el mejor patrimonio de esta ciudad: la amabilidad de su gente que presume de la hospitalidad sure?a y se despide con el, cordial saludo " You are wellcome" ("Eres bienvenido"). El consenso, antes de la apertura ol¨ªmpica, parec¨ªa un¨¢nime: lo mejor de Atlanta era la gente. Quedan dudas razonables de que se mantenga hasta el final.
Los voluntarios - cifrados oficialmente en 90.000, aunque la mitad cobran- demuestran una alarmante incapacidad para reaccionar y paliar el caos. No han recibido casi instrucciones -pr¨¢cticamente se les ha puesto un uniforme y se les ha lanzado a la calle, disponen de informaci¨®n limitad¨ªsima por razones de seguridad -imposible revelar durante horas a un turista ucranio sordomudo d¨®nde resid¨ªan sus compatriotas- y parecen sufrir bloqueos mentales cuando se les plantea algo que escapa a su funci¨®n. Tienen, eso si, una paciencia encomiable y jam¨¢s pierden de su rostro sonrisas que parecen calcadas del anuncio de la Coca Cola, santo y se?a de esta ciudad, aunque alguien, como el fot¨®grafo italiano, se desga?ite, salte y bote delante de ellos. Dicen las malas lenguas que en Nueva Orleans llaman a los ciudadanos de Atlanta los "no lo s¨¦". La eficiencia habla en castellano. S¨®lo los voluntarios hispanos son conscientes de la envergadura del problema.
"?Crees que lo habr¨ªan hecho mejor los griegos?", se pregunta un taxista. No hay respuesta. Pero dif¨ªcilmente en Grecia habr¨ªa ocurrido la siguiente escena: "?D¨®nde est¨¢ la parada?", se le pregunta al agente del transmisor. "No lo s¨¦, d¨ªselo al voluntario de la esquina". El segundo te env¨ªa a un tercero, el tercero a un cuarto y ¨¦ste te remite otra vez al polic¨ªa. El pez que se muerde la cola. La cuadratura del c¨ªrculo. Eso es Atlanta. El ¨²ltimo, intuyendo la irritaci¨®n del visitante, concluye: "Espera, espera, no te enfades. ?Quieres agua?".
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