"?A usted tambi¨¦n la envenen¨® La Tuerta?"
Por Hasta que un jurado popular y un juez no se definan al respecto, la verdad continuar¨¢ borrosa, confusa y contradictoria. Parece innegable que Margarita S¨¢nchez Guti¨¦rrez se apoder¨® de bienes ajenos, pero incluso eso debe entrar dentro del campo de la presunci¨®n hasta que haya un juicio: si, adem¨¢s, utiliz¨® un f¨¢rmaco para neutralizar a sus v¨ªctimas; si mat¨®, voluntaria o involuntariamente, a cuatro personas y puso en grave peligro a otras tres, resulta mucho m¨¢s discutible.El novelista metido a reportero se irrita al tropezarse con esta realidad de mentira y echa de menos la s¨®lida verdad de sus novelas. Ahora m¨¢s que nunca es cierto que la realidad supera a la ficci¨®n, porque la realidad no necesita ser veros¨ªmil. La ficci¨®n s¨ª, y lo es, y en ella, para satisfacci¨®n general, todo encaja. Tal vez sea ¨¦sa la principal funci¨®n de los jueces: la de poner orden en el caos de la realidad, la de dar una versi¨®n definitiva y satisfactoria que calme la angustia de los ciudadanos. Hoy, el novelista se siente un poco juez. Aunque eso le invalide como reportero.
Llegu¨¦ al barrio en metro y, al salir por la boca de Badal, distra¨ªdamente ech¨¦ a caminar en direcci¨®n contraria. En seguida sospech¨¦ el equ¨ªvoco y pregunt¨¦ a un transe¨²nte por la Riera Blanca. "?Huy!", me dijo, como si le hubiera preguntado por Zamora. "Pero eso est¨¢ en L'Hospitalet". Y, en seguida, se?al¨¢ndome el camino correcto: "La segunda traves¨ªa". La segunda calle que encontr¨¦ era la de Riera Blanca y no hay nada en ella que haga pensar que es una l¨ªnea fronteriza entre grandes ciudades. La acera de la derecha es pr¨¢cticamente id¨¦ntica a la acera de la izquierda. Pero la expresi¨®n del transe¨²nte -me pareci¨® tan exagerada que me lo tom¨¦ como un aviso. "Cuidado, que a¨²n hay clases", ven¨ªa a decir. Que Barcelona es Barcelona y L'Hospitalet, aunque tenga actividad art¨ªstica y anagrama de moda, sigue siendo L'Hospitalet, nofotem (no fastidiemos). Un lugar extra?o donde puede ocurrir cualquier cosa.
En mi ¨²ltima visita a la zona, contin¨²a sorprendi¨¦ndome la normalidad como fachada de la muerte. Despu¨¦s de mi entrevista de anteayer con los agentes de Homicidios, no puedo olvidar que en el piso l? 2? de este edificio anodino hay una casa sucia e inh¨®spita, de persianas rotas, cocina vac¨ªa y cuarto de ba?o polvoriento, donde una mente atormentada maquinaba atrocidades.
Hoy me estremece la tranquilidad con que me cuentan, en el bar bodega Riera Blanca, la angustia de Pepe Aracil, el cu?ado de Margarita S¨¢nchez, un d¨ªa que rezongaba, mosqueado: "Hoy me han metido algo en el cubata del bingo que me ha sentado mal. D¨ªas despu¨¦s, com¨ªa all¨ª, en el bar, por no comer en casa, con su cu?ada y sus sobrinos.
Me describen, en el bar y luego Piedad Hinojo, en su casa, c¨®mo vieron a Margarita y su hermana Josefa cuando llevaban al pobre Jos¨¦ Aracil, muy enfermo, sujet¨¢ndolo cada una de un brazo, al banco para sacar dinero de su cuenta.
"Se hab¨ªa quedado sin trabajo", contar¨¢ Piedad Hinojo, la. v¨ªctima de Margarita por antonomasia, "y le hab¨ªan dado una indemnizaci¨®n de tres millones. Le hicieron firmar y se quedaron el dinero. Luego, el hombre se muri¨®".
Otro vecino asegur¨® haber o¨ªdo a Margarita amenazando a su hija a voces: "?Te voy a hacer lo mismo que le hice a tu padre!".
Cuando fui a contrastar estas declaraciones con la polic¨ªa, el inspector que lleva el caso se r¨ªe y asegura que los vecinos dicen cosas a la prensa que no han dicho a la polic¨ªa cuando tuvieron oportunidad. ?Qu¨¦ significa eso? ?Miedo a represalias?
Pude palpar un miedo supersticioso en el barrio. En la plaza de los Pirineus, pregunt¨¦ a una se?ora si conoc¨ªa a Sonia Navarro, la hija de Margarita, y me dijo que s¨ª, que la conoc¨ªa, y le pregunt¨¦ si estaba por la plaza en aquellos momentos y, mirando fijamente a Sonia Navarro, me respondi¨®: "No, ahora no est¨¢".
Me cont¨® Piedad Hinojo que hay muchos m¨¢s casos de personas agredidas por Margarita que hasta ahora ten¨ªan miedo de hablar y que empiezan a destaparse.
Ella va conociendo los casos porque alguna vez se ha encontrado
con alguien en una tienda que le ha preguntado: "?A usted tambi¨¦n la envenen¨® La Tuerta?". As¨ª, ha conocido el caso de Carmen Ib¨¢?ez, esposa de un compa?ero de trabajo.
Luis Navarro, que (seg¨²n dice), despu¨¦s de haber sido agredida por Margarita S¨¢nchez, ha quedado desgraciada para toda la vida, toda hinchada. O un chico de Sants, vecino de la calle de Caballero, que ha quedado imposibilitado despu¨¦s de conocer a Margarita.
Nunca contaron nada, pero ahora lo contar¨¢n. Todo el barrio sab¨ªa que Margarita S¨¢nchez era una asesina, pero nadie dec¨ªa nada, prefer¨ªan vivir enquistados en su miedo y en su odio. Y ahora hablar¨¢n. ?Por qu¨¦? (se pregunta el novelista). ?Ansia de protagonismo? ?Simple necesidad de contar cotill¨¦¨®s?
Se re¨ªa el inspector Modesto cuando recordaba a Piedad Hinojo reci¨¦n salida del coma. Convencida de que hab¨ªan intentado matarla, mucho antes de que la polic¨ªa hubiera concretado sus sospechas, ya estaba deseando correr a los peri¨®dicos para contar qu¨¦ le hab¨ªan hecho. Tuvo que pegarle una buena bronca, Modesto, para que se callara.
Piedad Hinojo tiene muchas cosas que contar y le gusta contarlas, le gusta hacerse o¨ªr. Su pobre marido, que en gloria est¨¦, hab¨ªa trabajado como pintor de coches en la Citro¨¦n, pero enferm¨® y se pas¨® 20 a?os de baja por invalidez. Era muy obeso y tuvo una enfermedad mental que un d¨ªa le llev¨® ' a agarrar el bast¨®n y a destrozar toda la casa. Y la hubiera destrozado a ella, a Piedad, de haber podido. Cuando qued¨® en una silla de ruedas y ella vio que ya no podr¨ªa romper nada m¨¢s, se hizo arreglar el piso invirtiendo en ello todos sus ahorros. Maderas nobles en las paredes, hal¨®genos, mucho cristal y espejo.
A Margarita S¨¢nchez le gustaba mucho esta casa. "Cuanto m¨¢s la miro, m¨¢s me gusta", dec¨ªa. Tal vez a eso se deba que su hija Sonia la frecuentara tanto. A Piedad Hinojo no le gustaba la chica, pero no pod¨ªa evitar que la hija de La Tuerta se colara en el piso, entrara en la cocina y se sirviera una cerveza o un yogur, as¨ª, sin pedir permiso ni nada.
Piedad Hinojo me cuenta la verdad. Una de esas verdades que es imposible encontrar en las novelas, porque al novelista le han ense?ado a ser coherente y met¨®dico y, como buen autor de serie negra, est¨¢ acostumbrado al triunfo de la raz¨®n y de la l¨®gica. La realidad, en cambio, no es as¨ª. La realidad es ambigua, desconcertante, il¨®gica, ca¨®tica. -
Un d¨ªa estaba Piedad Hinojo con su marido en la silla de ruedas, tomando el fresco en la calle, cuando Margarita S¨¢nchez se dirigi¨® a ella y le dijo: "Venirnos de tirar las cenizas de mi cu?ado al inar". Autom¨¢ticamente, Piedad pens¨®, para s¨ª: "?stas se han cargado a su cu?ado". Y, acto seguido, Margarita la llev¨® aparte y le susurr¨®: "Y t¨² tendr¨ªas que hacer igual con ese muerto que tienes en la silla de ruedas. Qu¨ªtalo de en medio, pa qu¨¦ lo quieres, es un trasto in¨²til que no sirve para nada, y lo ¨²nico que hace es complicarte la vida, traerte problemas, y t¨² amarrada, pendiente de ¨¦l, de d¨ªa y de noche, sin poder vivir, sin poder salir a ning¨²n sitio, ah¨ª est¨¢s esclava, anda, qu¨ªtalo de en medio y vive t¨² la vida, que son dos d¨ªas".
Una vez m¨¢s a lo largo de este reportaje, el novelista se sorprende ante tama?a imprudencia, como tambi¨¦n se sorprendi¨® cuando supo que en casa de Margarita se encontraron documentos comprometedores que la mujer no se hab¨ªa preocupado de destruir. Una vez m¨¢s al novelista le gustar¨ªa contar las cosas de forma distinta, a su manera, conformar esta realidad desquiciada a la l¨®gica de la ficci¨®n.
Y no s¨®lo al novelista. La misma polic¨ªa busca explicaciones sensatas ante la divergencia entre la versi¨®n de los hechos de Piedad Hinojo y la de Margarita S¨¢nchez. Las dos est¨¢n aceptando que hubo una forma de agresi¨®n y un robo, pero resulta dif¨ªcil conciliar ambas realidades. Piedad dice que Sonia Navarro se col¨® en su piso y le pas¨® por la cara algo as¨ª como un pa?o con cloroformo. Se lo hizo tres o cuatro veces y Piedad estuvo exclamando: "?Qu¨¦ est¨¢s haciendo? ?Estate quieta!", , hasta que cay¨® dormida. Algo m¨¢s que dormida (puntualizo yo durante la entrevista), dado que pasar¨ªa 23 d¨ªas en coma.
La polic¨ªa y Margarita S¨¢nchez, en cambio, hablan de una tranquila charla ante un zumo de pi?a y un caf¨¦ con leche envenenado. En todo caso, no parece quedar claro qui¨¦n estaba con Piedad Hinojo. ?Fue Sonia Navarro quien la agredi¨®? ?Fue Margarita S¨¢nchez? ?Fueron las dos? ?D¨®nde est¨¢ la realidad y d¨®nde la ficci¨®n? ?O es que no existe la realidad? ?O es que no existe la ficci¨®n?
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