Un viaje portugu¨¦s (5)

Por Pero aunque las aceiteras callan, el coche sigue botando. La carretera est¨¢ cada vez peor, llena de baches y de remiendos, y el coche va dando tumbos como un borracho al que el sol se le hubiera subido a la cabeza. Por si le faltara algo, los matorrales aqu¨ª crecen con tal profusi¨®n que parecen una selva. Algunos son tan enormes que no s¨®lo le persiguen con sus ramas, sobre -todo cuando se cruza con otro coche, sino que, en algunos tramos, invaden directamente la carretera.El viajero va despacio, sorte¨¢ndolos como si fueran personas o presencias fantasmales, y, cuando los deja atr¨¢s, pisa el acelerador, como si temiera que le pudieran seguir igual que a veces hacen sus sombras e igual que viene haciendo la nube. en la que se ha convertido ya el hongo at¨®mico a medida que el volc¨¢n que lo alimenta se ha ido quedando detr¨¢s, en direcci¨®n a Sonim, hacia donde se desv¨ªa ahora una carreterilla que parte en una curva hacia la izquierda. Es la carreterilla que va a Valpa?os, la capital de la tierra de las casta?as y, seg¨²n dicen las gu¨ªas, lugar de residencia real all¨¢ por la alta Edad Media. Aunque ni siquiera eso haga desviarse al viajero.

El primer pueblo de Vila Real (viniendo de Rebordelo), por no tener, no tiene ni letrero. Es un mont¨®n de casas arracimadas, como los matorrales, en torno a la carretera. El viajero lo atraviesa sin ver m¨¢s que un perro cojo, una mula en un hangar, una m¨¢quina de brea abandonada y tres o cuatro personas que miran pasar el tiempo. desde la terraza del bar del pueblo. O Camion¨ªsta se llama, sin duda porque fue hecho, m¨¢s que para los vecinos de ¨¦ste, que no deben de ser muchos, para el descanso de los camiones que cruzan este desierto. El, viajero, pese a todo, prefiere detenerse m¨¢s all¨¢, a la salida del pueblo, al amparo de unos pinos y de un tilo gigantesco, que son los ¨²nic¨®s ¨¢rboles que se ven en torno a aqu¨¦l y que dan sombra a una fuente y a una piedra de granito que las familias que van de paso deben de usar como, mesa.. Aunque el viajero est¨¢ tan cansado- y la piedra es tan enorme que se tumba encima de ella para fumar un cigarro mientras contempla los ¨¢rboles y escucha pasar el tiempo.

Pero la carretera sigue. Y el tiempo (aunque no lo vea). El viajero, con pesar, acabado su cigarro, deja tan pl¨¢cido lecho, se lava un poco en la fuente, mea al amparo de un pino y vuelve a su condici¨®n, que no es otra que seguir a donde le lleve aqu¨¦lla. Aunque le lleve, como esta tarde por lugares tan desiertos y perdidos como ¨¦ste. A donde le lleva ahora es hacia Lebu?¨¢o, que est¨¢, seg¨²n dice el mapa, a apenas cinco kil¨®metros, pero que, de no ser por ¨¦ste, nunca habr¨ªa imaginado. Por delante, hacia el Oeste, el viajero s¨®lo ve tomillos y matorrales, los mismos que viene viendo desde Bragan?a y que cada vez son m¨¢s grandes y m¨¢s espesos. En muchos tramos, de hecho, ni siquiera le permiten ver los montes que le escoltan por el norte y por el sur y que tambi¨¦n son las mismos que lo hacen desde hace rato. Aunque, al rev¨¦s que los matorrales, cada vez son m¨¢s peque?os.

Tras uno de ellos, precisamente, aparece Lebu?ao, un pueblo tan solitario como el que qued¨® ya atr¨¢s, pero que al menos tiene letrero. Est¨¢ a la izquierda, seg¨²n se llega, junto a la parada del autob¨²s en la que varios ni?os est¨¢n sentados, no se sabe si esperando el autob¨²s o a que alguien se los lleve. Quiz¨¢ ser¨ªa lo mejor que les pudiera pasar a la vista del futuro que les espera en el pueblo. Que se lo pregunten si no a ese viejo que est¨¢ sentado junto a su casa, a la sombra de una parra retorcida, y que tiene grabados en su rostro todos los vientos de Tr¨¢s-os-Montes. Aunque, posiblemente, el que mejor lo sabe -aunque no pueda dec¨ªrselo- es ese burro negro, imp¨¢vido y esquel¨¦tico que el viajero encuentra solo en una era, a la salida del pueblo, y que le mira pasar con una inmensa tristeza. Es el mismo burro viejo, trist¨ªsimo y somnoliento que el viajero ha visto siempre en lugares como ¨¦ste y que le hace recordar una vez m¨¢s el lamento que otro viajero lanzara atravesando un lugar tan vac¨ªo como ¨¦ste. Era Ortega, y recorr¨ªa los montes de Guadalajara, en Espa?a: "Pobres gentes de Soria y de Guadalajara. ?Habr¨¢ en el mundo una tierra m¨¢s pobre que ¨¦sta?".

Quiz¨¢ haya sido el silencio, o el lugar, o la tristeza. Puede que tambi¨¦n a ¨¦l el sol y la soledad se le hayan subido ya a la cabeza. Pero al viajero, mientras se iba, le ha parecido escuchar al burro, que le respond¨ªa a Ortega:

-S¨ª. Tr¨¢s-os-Montes, en Portugal.

La piedra bolideira

Al contrario que Lebu?¨¢o, la piedra de Bolideira es uno de los parajes m¨¢s singulares de Portugal. Al rev¨¦s que Lebu?ao, la piedra de Bolideira no figura ni en los mapas, pero deber¨ªa venir en todos los anuncios y las gu¨ªas no s¨®lo de Portugal, sino de Europa y del mundo entero. El viajero la vio por casualidad, que es como se suelen ver estas cosas, pero se la recomienda a todos los viajeros y los f¨ªsicos y sobre todo a los levantadores de piedras. A aqu¨¦llos, por la sorpresa, y a ¨¦stos, por humildad.

La piedra bolideira (que baila) est¨¢ en Bolideira, un villorrio desolado y moribundo a tres leguas de Pedhome y a cinco de Lebu?ao, que le debe a la piedra el nombre, lo que indica hasta qu¨¦ punto el lugar depende de ella. Bolideira, de hecho, no es ni siquiera un pueblo; es un conjunto de casas, la mayor¨ªa de ellas deshabitadas y con el cartel de en venta colgando de sus ventanas, que anta?o fueron quiz¨¢ posadas de carreteros, pero que ahora semejan un poblado abandonado del Oeste. De no ser por el garaje que todav¨ªa subsiste al pie del camino y de tres o cuatro casas con geranios, nadie dir¨ªa que en Bolideira viviera alguien. El viajero, de hecho, cuando lleg¨®, no vio a nadie, y pensaba seguir sin detenerse, pero cambi¨® de opini¨®n al ver en una pared un cartel escrito a mano: Pedra bolideira. A 100 metros. El viajero no sab¨ªa qu¨¦ era aquello, pero su sexto sentido, ¨¦se que siempre le gu¨ªa, le advirti¨® de que quiz¨¢ pod¨ªa valer la pena.

?Y vaya si la val¨ªa!. El viajero, despu¨¦s de andar los cien metros, ve gente entre unos arbustos y, tras ella, en un mont¨ªculo, el objeto de sus pasos: una roca de granito, como una hogaza invertida, apoyada sobre otra y partida por el medio. Al principio, el viajero no la entiende; quiere decir: no entiende cu¨¢l es su gracia. Piedras iguales que ¨¦sta las ha visto hoy por millares y ninguna le ha llamado la atenci¨®n, ni mucho menos ven¨ªa anunciada. Ni siquiera es la m¨¢s grande o la m¨¢s original. Poco a poco, sin embargo, a medida que la observa, comienza a ver algo extra?o, sobre todo cuando uno de los hombres se despoja del reloj y la camisa y comienza a empujarla con los hombros, como queriendo emular a los h¨¦roes de la mitolog¨ªa griega. El viajero, sorprendido, observa con atenci¨®n. ?C¨®mo va a mover siquiera, por mucha fuerza que tenga, una mole como ¨¦sa? Para lograrlo har¨ªan falta dos mil hombres como ¨¦l. Pero el hombre no parece que est¨¦ loco; como tampoco parece estarlo la gente que le acompa?a y que le observa con atenci¨®n mientras ¨¦l sigue en su empe?o.. ?Cu¨¢l es el misterio entonces?

-Se mueve -le dice el hombre, descansando y limpi¨¢ndose el sudor despu¨¦s de tan arduo esfuerzo- ?No lo ha visto?

-Pues no -le reconoce el viajero.

El hombre, que no est¨¢ loco, como tampoco lo est¨¢n sus acompa?antes (su mujer, sus suegros, sus hijos y unos amigos, todos vecinos de Chaves), le dice que mire bien, pues va a repetir el n¨²mero.

-?Ve este palo? -le se?ala, apoy¨¢ndolo en la piedra de forma que queda fijo entre la curva de ¨¦sta y el suelo- Pues f¨ªjese bien en ¨¦l.

El viajero observa con atenci¨®n. E hombre, despu¨¦s de tomar aliento, vuelva ponerse en cuclillas y comienza a pujar contra la roca como si pretendiera darle la vuelta. La vuelta no se la da (la roca, de unos diez o doce metros de di¨¢metro y otros dos o tres de altura, debe de pesar much¨ªsimas toneladas), pero, ante la estupefacci¨®n del viajero, el palo empieza a moverse y se desliza varios cent¨ªmetros por la barriga de aqu¨¦lla, prueba evidente de que la roca se mueve. Al final, cuando el hombre abandona, el palo, que es una. vara, y por tanto es flexible, queda combado hacia adentro, aplastado como un arco por el peso de la piedra.

-?Y ahora? -dice el tit¨¢n, victorioso.

-Ahora s¨ª -dice el viajero.

La verdad es que es curioso. El viajero, por m¨¢s que mira, no ve moverse la roca, pero lo que est¨¢ claro es que se ha movido. Ah¨ª est¨¢ el palo para probarlo si alguien tiene alguna duda. Mientras el hombre sigue empujando (se ve que le gusta hacerlo), el. viajero rodea la roca buscando en alguna parte el misterio que ¨¦sta encierra. Porque de lo que est¨¢ seguro es de que alg¨²n misterio hay. Si no, ?c¨®mo va a moverse?

Pero, por m¨¢s que la mira, -el viajero no ve nada. La piedra bolideira es una roca de granito igual que tantas, tan grande y firme como cualquiera. Si acaso, lo ¨²nico que la distingue de otras es que est¨¢ puesta al rev¨¦s, es decir, apoyada sobre su parte m¨¢s curva, y que est¨¢ partida en dos justo por el mismo medio. Pero eso no explica que un solo hombre pueda moverla. Aunque sea tan fornido como el que lo estaba haciendo.

-?Quiere intentarlo usted? -le cede el honor el hombre cuando la ha dado la vuelta.

-?Yo?

-Es muy f¨¢cil, ya ver¨¢ -le dice el hombre, anim¨¢ndolo- Ni siquiera hay que hacer fuerza.

Obligado, m¨¢s que animado, a intentarlo, el viajero se decide a dar el paso y a comprobar por s¨ª mismo si es cierto lo que le cuentan. Es cierto. Incluso m¨¢s de lo que pensaba. Aunque el viajero no es ning¨²n H¨¦rcules (al rev¨¦s: es m¨¢s bien flojo, sobre todo hoy, que no ha comido), en cuanto empieza a empujar la roca, comienza a notar su peso a la vez que ve tambi¨¦n c¨®mo los palos se mueven. Primero se destensan brevemente, como si fueran ballestas, y luego empiezan a deslizarse, como ya hab¨ªa visto antes, por lo menos un cent¨ªmetro hacia adentro. Cuando termina, los palos est¨¢n m¨¢s curvos, prueba evidente de que se han vuelto a mover y de que, por tanto, la roca tambi¨¦n lo ha hecho. El viajero se separa y resopla satisfecho.

-?Lo ve? -le dice el hombre, sonriendo.

-Lo veo -dice el viajero.

Pero, a¨²n as¨ª, no termina de creerlo. Los palos se curvan, s¨ª, y los de Chaves siguen mostr¨¢ndoselo, pero el. viajero no termina de creer que un solo hombre pueda mover esa roca; tiene que haber un misterio. As¨ª que, despu¨¦s de mirar un rato, y mientras los otros siguen pujando (ahora ya hasta las mujeres y los ni?os), el viajero vuelve al pueblo en busca de alguien que se lo explique, si es que hay alguien que lo sepa.

Que lo sepa o no lo sepa, el ¨²nico que se lo puede contar es el due?o del garaje, un hombre de edad mediana, pero con el pelo blanco, que trabaja en ese instante con la cabeza metida dentro del motor de un coche y que parece ser la ¨²nica persona que hay ahora en Bolideira.

-No lo s¨¦. Yo siempre la he visto ah¨ª y lo cierto es que se mueve; pero por qu¨¦ no lo s¨¦ -le confiesa abiertamente el del garaje, Interrumpiendo su trabajo para atenderle.

Pero alguna teor¨ªa habr¨¢ -vuelve a insitir el viajero. -Teor¨ªas, muchas -le dice el hombre-; pero fiables, ninguna.

-Por ejemplo...

-Por ejemplo, que es un meteorito.O que la puso ah¨ª el diablo. O que est¨¢ hueca por dentro.

-Pues hueca no parec¨ªa -dice el viajero, muy serio. -Ni lo est¨¢, se lo aseguro -le dice el otro, sonriendo.

El hombre enciende un cigarro y mira la carretera. No pasa nadie por ella. El pueblo, o lo que sea, est¨¢ tan solitario que da hasta miedo.

Pero es s¨®lo en apariencia. Mientras contin¨²an hablando (de la piedra y del garaje y de la ciudad de Chaves, que al parecer ya est¨¢ cerca), aparece por la calle un vecino de paseo. El hombre, que ya es muy viejo, no sabe de lo que hablan, pero en seguida interviene. Seg¨²n dice a preguntas del mec¨¢nico, que ahora hace de int¨¦rprete entre el forastero y ¨¦l (no tanto por el idioma como porque el viejo est¨¢ sordo), su abuelo y su bisabuelo ya conocieron la piedra, y ya entonces se mov¨ªa igual que ahora. Incluso, afirma, se mueve sola cuando el viento sopla fuerte.

-?Y usted por qu¨¦ cree que es? -vuelve a insistir el viajero.

-?C¨®mo dice? -?Que por qu¨¦ baila la piedra?

-?Y qui¨¦n lo sabe? -responde el viejo. El viejo, como el mec¨¢nico, no sabe por qu¨¦ se mueve. El viejo, como el mec¨¢nico, no sabe cu¨¢l es su origen, ni por qu¨¦ baila, -ni qui¨¦n bautiz¨® la piedra y, de rebote, a su pueblo. Pero lo que s¨ª sabe el viejo, al contrario que el mec¨¢nico, que ya ha vuelto a su trabajo despu¨¦s de hacerles de int¨¦rprete, es por qu¨¦ est¨¢ rota al medio. Se lo dice al viajero cuando se alejan, se?alando hacia el lugar donde se alza y donde todav¨ªa se oyen las voces de los de Chaves. No fue por causa de un rayo, como le dijeron estos:

-La parti¨® de un pu?etazo un espa?ol -le dice el viejo, muy serio.

-?C¨®mo dice?

-Que la parti¨® de un pu?etazo un espa?ol -repite el viejo gritando como si el sordo fuera el viajero y no ¨¦l.

Y, luego, con gran confianza, como si ¨¦ste no lo supiera:

-Los espa?oles son muy brutos, ?sabe usted?

Continuar¨¢