La odiosa duda
- ?Me da algo para poder llamar a mi padre, que hoy es su cumplea?os?As¨ª, sin respirar, de una sola vez, como si se tratara de una frase dicha por un meteorito en su primer d¨ªa de escena. Eran dos, s¨ª, dos ni?os. ?Nueve, diez?... no, no pasaban de esos a?os.
En plena plaza de Espa?a me abordaron. Como no hac¨ªa mucho otro chaval¨ªn me hab¨ªa enga?ado (ahora no me acuerdo, ni quiero acordarme de c¨®mo fue) ese asqueroso sentido de la precauci¨®n se encendi¨® en mi mente. La voz del ni?o era clara, convincente sin oscuridades, pero no obstante en mi mente continuaba encendida la bombilla de aviso.
- ?D¨®nde hay una cabina telef¨®nica? -les dije-. Venga, vamos, yo te pago la llamada. El giro de su cuerpo fue instant¨¢neo. Los dos iniciaron r¨¢pidos la marcha hacia la acera de enfrente, en donde se ve¨ªa una cabina.
Cuando llegamos de nuevo, el mismo chaval me interrog¨®.?El prefijo de C¨®rdoba es el 57, no?
Como lo desconoc¨ªa, mir¨¦ el list¨ªn de la cabina.
- No, es el 957 -dije-.
A continuaci¨®n deposit¨¦ unas monedas en la ranura correspondiente, y r¨¢pidamente el ni?o inici¨® la llamada.
Corto, muy corto se me antoj¨® el tiempo que tard¨® el peque?o en hablar con su interlocutor, pero s¨ª comprob¨¦ que las monedas iban marcando en el indicador y que la cifra inicial se reduc¨ªa.
S¨ª, parec¨ªa cierto que hablaba con alguien. Era demasiado perfecto para ser falso. Le o¨ª decir "s¨ª, pap¨¢, estoy en Madrid". Pens¨¦ que en cualquier momento pod¨ªa pulsar la palanca del auricular y recoger las monedas, pero no, el artilugio iba restando y restando monedas, hasta que se agotaron.
Cuando termin¨® la conversaci¨®n y el peque?o colg¨® el aparato, le pregunt¨¦, no recuerdo con precisi¨®n el qu¨¦, pero no fue mal intencionada la pregunta, m¨¢s bien exist¨ªa una preocupaci¨®n de que se tratara de, dos ni?os huidos de casa, pero, debido a mi torpeza al realizarla, se sinti¨® herido.
- ?Que s¨ª es verdad, se?or, se lo juro por Dios'!
Aunque el juramento se me antoj¨® un tanto peculiar, yo no sab¨ªa c¨®mo hacer comprender al ni?o que mi inter¨¦s no era de duda. Cuando qued¨® convencido de que me interesaba por su posible mala situaci¨®n, se tranquiliz¨® y me dijo:
-?Sabe?, es que mi pap¨¢ est¨¢ separado de mi mam¨¢, y le he llamado para felicitarle. Luego le llamar¨¢ mi hermano. Tras darme las gracias, continuaron su camino, que yo vi muy negro...
En ese momento lanc¨¦ una gran piedra contra la bombilla encendida de mi duda y la romp¨ª en mil pedazos, pero alguna esquirla me ha saltado y dejado herida. Y es que esa odiosa duda...-
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