Los toros de agosto
Nos acercamos el domingo a ver toros en Las Ventas, pero hab¨ªa un ambiente desolador. No hab¨ªa casi gente , la m¨²sica retumbaba triste y con eco por el inmenso coliseo, y a los vendedores de whisky se les ve¨ªa cabizbajos, sin apenas clientes. Menos mal que unos japoneses daban la nota ex¨®tica.Bueno, a decir verdad, agosto nunca ha debido de ser un mes especialmente brillante para toros en Madrid. Antiguamente -antes de la guerra y el invento de la Feria de San Isidro- la temporada ten¨ªa dos partes; y si bien acud¨ªan las m¨¢ximas figuras, la can¨ªcula se reservaba para novilladas o corridas de poca monta. Eso s¨ª: como hab¨ªa menos diversiones, acud¨ªa m¨¢s gente que ahora.
Agosto en Madrid ha visto sucesos curiosos, como el de Ligero. Era un toro de procedencia desconocida, al que tambi¨¦n se lidiaba de una forma in¨¦dita, pues hab¨ªa sido amaestrado por un ex picador se villano llamado Manuel G¨®mez, El Tiri. Como si de una cabra se tratara, El Tiri ven¨ªa exhibiendo a Ligero en algunas funciones menores por el pa¨ªs.
Seg¨²n cuenta don Ventura en su ameno libro Al hilo de las tablas, y para demostrar que era un toro bravo, un pe¨®n le daba a Ligero unos capotazos. Despu¨¦s, "a una indicaci¨®n de El Tiri, (el toro) se hincaba de rodillas, se tumbaba, andaba hacia atr¨¢s, y realizaba otras cosas por el estilo, demostrando siempre una gran obediencia al domador, el cual le agarraba los cuernos, las orejas o las patas sin que el animal hiciera la menor se?al de protesta".
La tarde del 25 de agosto de 1878, El Tiri a?adi¨® un nuevo elemento a su repertorio: agarr¨® al toro por los huevos. "Protestaron indignadas contra aquel acto las mujeres que hab¨ªa en la plaza. Hicieron coro a las mismas los hombres, y El Tiri escuch¨® tan fuerte repulsa que en la funci¨®n siguiente se cuid¨® muy bien de no repetir tal ejercicio".
Tambi¨¦n agosto ha visto cosas tristes, como el suicidio de Emilio Ruiz, Lagartijito, el 3 de dicho mes de 1890. La historia se remonta a marzo, cuando el joven Ruiz se present¨® ante don Jacinto Jimeno, empresario de la plaza de Madrid, para exigir que le pusiera en una novillada. Seg¨²n lo cuenta don Ventura, "no llev¨® carta alguna de recomendaci¨®n, ni el se?or Jimeno le conoc¨ªa, ni hab¨ªa o¨ªdo su nombre hasta entonces; pero vio en su firme actitud y en su mirada algo tan extra?o que no vacil¨® en acceder a sus deseos".
Lagartijito actu¨® en una novillada el 30. Se vio enseguida que hab¨ªa equivocado la vocaci¨®n. Estuvo torpe en todo, y sus dos enemigos fueron devueltos vivos al corral. Un p¨²blico enfurecido le bombarde¨® con naranjas (el refresco m¨¢s com¨²n en los toros de aquellos tiempos), y el presidente le mult¨® con 50 pesetas por no retirarse al estribo al aparecer los cabestros. Tambi¨¦n fue multada la empresa por presentar tan lamentable espect¨¢culo.
"Despu¨¦s de aquel fracaso, vag¨® el desdichado Emilio Ruiz por Madrid triste y agobiado, por el recuerdo de su derrota". El 3 de agosto entr¨® en el Caf¨¦ Continental de la calle de San Bernardo. Cen¨®, escribi¨® dos cartas y se peg¨® un tiro en la sien. Muri¨® en el acto. Cuando se enter¨® don Jacinto, el empresario, palideci¨®. "El tiro que se ha disparado me lo hubiera soltado a m¨ª de no haber accedido a su petici¨®n el d¨ªa que me visit¨® para que le pusiera en el cartel. Lo le¨ª en sus ojos. ?De buena me libre!".
La vida de un empresario en Madrid puede ser dura, como descubri¨® don Antonio Palacios, el 21 de agosto de 1848. Ese d¨ªa se celebraba la primera de las tres corridas que pensaba organizar en lugar de las novilladas habituales.
Pero los toros eran impresentables: "Uno cojo, dos tuertos, dos tan brochos que no pod¨ªan herir, y todos tan mansos que el buey Apis, comparado con ellos, era un toro de bandera". El segundo bicho fue devuelto al corral; en su lugar sali¨® un morucho que tuvo que rematar el puntillero, auxiliado por los perros de presa que a veces se echaban para animar a los toros recalcitrantes. Las iras del respetable llegaban al paroxismo.
Pero hay m¨¢s: al terminar el festejo, el presidente quiso compensar a los espectadores con otro toro. Y como no hab¨ªa m¨¢s toros, sali¨® el que hab¨ªa sido retirado antes. De nuevo tuvieron que intervenir el puntillero y los canes. Y de nuevo el esc¨¢ndalo. El corregidor de la Villa orden¨® entonces que Palacios, el empresario, diese la vuelta al ruedo entre dos alguaciles. De lo que tuvo que o¨ªr el pobre hombre no ha quedado testimonio.
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