Mala ¨ªndole (3)
Por Resumen de lo publicadoTodo vino por Elvis Presley en persona, hace treinta y tres a?os, cuando el narrador se incorpora al regimiento de colaboradores, ayudantes y consejeros de la realizaci¨®n de Fun in Acapulco, una absurda pel¨ªcula que se rueda en M¨¦xico. El ¨²nico que controla un poco y supervisa el batall¨®n de seres m¨¢s o menos prescindibles que rodean el rodaje y al cantante es el distinguido y severo Coronel Tom Parker.
Para eso me hab¨ªan contratado. No ya para evitarlos, sino m¨¢s a¨²n, para que todo fuera pedantemente perfecto. Yo llevaba un par de meses en Hollywood haciendo lo que cayese, me hab¨ªa presentado all¨ª con unas cartas de recomendaci¨®n de Edgar Neville, a quien hab¨ªa tratado en Madrid un poco. No me sirvieron de mucho -casi todos sus amigos muertos o jubilados-, pero s¨ª al menos para hacer algunos contactos y no morirme de hambre desde el principio. Me ofrec¨ªan trabajillos de una semana o dos, en un rodaje o en los estudios, como figurante o como chico de los recados, tanto daba, ten¨ªa veintid¨®s a?os. As¨ª que no di cr¨¦dito cuando me llam¨® a su oficina Hal Pereira y me dijo:
-Oye, Roy, t¨² eres espa?ol de Espa?a, ?verdad?
Mi apellido, Ruib¨¦rriz, no es f¨¢cil para los de habla inglesa, de manera que en seguida pas¨¦ a ser Roy Berry, la gente me llamaba Roy, all¨ª fue mi nombre de pila o primer nombre como dicen ellos, y como Roy Berry aparezco en letra min¨²scula en los t¨ªtulos de cr¨¦dito de algunas pel¨ªculas del 62 y el 63, mejor no confesar en cu¨¢les.-s¨ª, se?or Pereira, soy de Madrid, Espa?a -contest¨¦. -
-Estupendo. Escucha. Tengo una cosa fant¨¢stica para ti y adem¨¢s nos quitamos de encima un problema de ¨²ltima hora. Seis semanas en Acapulco, bueno, tres all¨ª y tres aqu¨ª. Pel¨ªcula con Elvis Presley. Holiday in Acapulco -as¨ª se llam¨® inicialmente, nunca estuvieron dispuestos a romperse el cr¨¢neo- ?l es un ba?ero trapecista, no s¨¦, me incorporo manana. Elvis tiene que hablar y cantar un poco en espa?ol, bien. Ahora se nos descuelga diciendo que no quiere tener acento mexicano sino espa?ol muy puro, como si lo hubiera aprendido en Sevilla, dice que se ha enterado de que la c se pronuncia distinto en Espa?a y as¨ª quiere pronunciarla, bueno, t¨² sabr¨¢s. As¨ª que no nos sirven de nada los cien mil mexicanos que tenemos por aqu¨ª, quiere un espa?ol de Espa?a para que est¨¦ con ¨¦l durante el rodaje y controle su distinguido acento. No tenemos muchos por aqu¨ª, espa?oles de Espa?a, para qu¨¦ los queremos, es absurdo. Pero Elvis es Elvis. No aceptamos una negativa. Te contratar¨¢ su equipo, estar¨¢s a sus ¨®rdenes y no a las nuestras. Pero en cambio te pagar¨¢ la Paramount, Elvis es Elvis. As¨ª que no esperes mejor salario que el que est¨¢s ganando' esta semana. Qu¨¦ dices. Salimos ma?ana.
No ten¨ªa nada que decir, o m¨¢s bien me qued¨¦ sin habla. Seis semanas de trabajo seguro y f¨¢cil y junto a un ¨ªdolo, y adem¨¢s en Acapulco. Creo que por primera y ¨²ltima vez bendije el lugar de mi nacimiento, que no suele traer ventajas, y all¨¢ me fui para M¨¦xico a no hacer apenas nada, ya que eran bien pocas las frases en espa?ol que deb¨ªa soltar el se?or Presley a lo largo de la pel¨ªcula, cosas como "muchas muchachas bonitas", "amigo" y "gracias". Lo m¨¢s dif¨ªcil era la canci¨®n Guadalajara, ten¨ªa que cantarla con su letra original entera, pero estaba programada para la tercera semana de rodaje y habr¨ªa tiempo de ensayarla.
El se?or Presley me tom¨® simpat¨ªa en seguida, era un hombre divertido y amigable y al fin y al cabo me llevaba s¨®lo cinco o seis a?os, aunque a esas edades bastan para que el m¨¢s joven reverencie al m¨¢s experto, y m¨¢s a¨²n si ¨¦ste es ya legendario. Lo del acento era en verdad un capricho, y adem¨¢s estaba incapacitado para pronunciar la c de Madrid, as¨ª que nos quedamos con la de Sevilla, yo le asegur¨¦ que aquella era la famosa c de Espa?a, aunque a ¨¦l le result¨® sospechoso que fuera tan parecida a la mexicana que quer¨ªa evitar en principio. De manera que me emple¨® m¨¢s como int¨¦rprete que como profesor de dicci¨®n castellana.
Era inquieto y necesitaba estar siempre activo, moverse de Acapulco en cuanto acababa la jornada, cog¨ªamos el avi¨®n privado y nos ¨ªbamos unos cuantos a Ciudad de M¨¦xico -cab¨ªamos cinco contando al piloto, era una miniatura, the five amigos-, o en varios coches hasta Petatl¨¢n o Copala, Presley no aguantaba pasar el d¨ªa y la noche en el mismo sitio, aunque tambi¨¦n se cansaba del nuevo lugar en seguida y volv¨ªamos siempre a las pocas horas, a veces al cabo de unos minutos si lo que ve¨ªa le desagradaba, quiz¨¢ lo que lo atra¨ªa era s¨®lo el trayecto. Pero tambi¨¦n hab¨ªa trabajo a la ma?ana siguiente, con tanto desplazamiento dor m¨ªamos de dos o tres a siete, y a los tres o cuatro d¨ªas los m¨¢s excursionistas est¨¢bamos destrozados excepto Presley, su resistencia era incomparable, alguien acostumbrado a dar conciertos. El d¨ªa se lo pasaba cantando o canturreando aunque no le tocara hacerlo, se notaba que le entusiasmaba, como una m¨¢quina cantora, ensayaba sin cesar con The Jordanaires o con los mariachis o hasta con The Four Amigos, y en el avi¨®n o en el coche, si la conversaci¨®n no cuajaba, empezaba a tararear al poco trecho y los dem¨¢s acab¨¢bamos acompa?¨¢ndolo, un honor canturrear con Presley, aunque yo desafinara mucho y ¨¦l se riera y me insistiera con burla: "Sigue, Roy, sigue t¨² solo, puedes hacer gran carrera". (Altern¨¢bamos lentas y r¨¢pidas, y as¨ª yo le he hecho voces sobre las nubes de M¨¦xico en una de mis favoritas, Don't, o en Teddy Bear -p¨¢-parabba, p¨¢parabba- Esas cosas no se olvidan.) Su man¨ªa cantora hac¨ªa que todo el mundo anduviera un poco fren¨¦tico en el rodaje o por lo menos excitado, el equipo de Wallis y el equipo,de Presley, una vida musical continua no hay quien la aguante con equilibrio, quiero decir si no se es m¨²sico. Hasta el digno Paul Lukas, con sus ochenta a?os y su enorme fastidio. tarareaba a ratos sin darse cuen ta, yo le o¨ª entre dientes Bossa Nova Baby, vaya en su descargo que era muy pegadiza, seguro que ¨¦l no tuvo conciencia.
Pero los m¨¢s insoportables eran los que no s¨®lo se dejaban envolver por la marea del canto y el tarareo incesantes, sino que lo procuraban, y azuzaban al se?or Presley para sentirse a su altura o caerle en gracia, m¨¢s elv¨ªticos que Elvis. De estos hab¨ªa unos cuantos entre tripulaci¨®n tan extensa, pero el m¨¢s grotesco era McGraw, el magnate pueblerino, un hombre de unos cincuenta y cinco a?os -mi edad de ahora, qu¨¦ espanto- que durante los dos d¨ªas que visit¨® el rodaje se comport¨® no ya como si tuviera los veintisiete de Presley o los veintid¨®s m¨ªos, sino catorce en pleno frenes¨ª de p¨²ber nuevo. George McGraw era uno de tantos individuos impropios que Presley arrastraba por no se sab¨ªa bien qu¨¦ razones, tal vez inversores fuertes de su tinglado, o gente de su zona natal a la que toleraba por eso o deb¨ªa viejos favores, como el Coronel Tom Parker posiblemente. Entend¨ª que George McGraw ten¨ªa empresas variadas en Mississippi y quiz¨¢ en Alabama y Tennessee, en todo caso en Tupelo, donde hab¨ªa nacido Presley. Era uno de esos sujetos soberbios que no son capaces de corregir sus maneras desp¨®ticas aunque hayan dejado muy lejos las quinientas millas a la redonda en que tienen influjo sus negocios remotos. Era due?o de un peri¨®dico en Tuscaloosa o Chattanooga o en la propia Tupelo, no recuerdo, todos esos lugares estaban a menudo en su boca. Al parecer hab¨ªa intentado que a la poblaci¨®n en cuesti¨®n se le cambiara el nombre y se la conociera por Georgeville, y como hab¨ªa fracasado en sus pretensiones hab¨ªa rehusado ponerle el de la ciudad a su diario y lo hab¨ªa bautizado con el suyo primero: The George Herald nada menos, una represalia cotidiana y tipogr¨¢fica. As¨ª lo llamaban algunos a ¨¦I con chanza, George Herald, reduci¨¦ndolo a un heraldo. Recuerdo haberle hecho bromas al se?or Presley con aquellos sitios de su zona originaria, le hac¨ªa mucha gracia que Tupelo pudiera significar en espa?ol lo que significa si se lo separa ("Your Hair", repet¨ªa reventado de risa), y tambi¨¦n que nuestra palabra "tup¨¦" se le aproximara tanto. "Parecen de mentira esos nombres", le dec¨ªa yo, "Tuscaloosa suena como una bebida alcoh¨®lica y Chattanooga como un baile, vamos a tomarnos unos tuscaloosas y a bailar el chattanooga", con el se?or Presley todo marchaba bien si uno le gastaba bromas, era un hombre risue?o, de risa f¨¢cil y pronta, quiz¨¢ demasiado, una de esas personas tan poco exigentes que acaba por caerles bien todo el mundo, hasta los pelotas y los imb¨¦ciles. Esto resulta algo irritante, pero uno no puede enfadarse con esa clase de benditos. Adem¨¢s yo era un asalariado.
George Herald, quiero decir McGraw, presum¨ªa sin duda de su amistad con Presley y llegaba a imitarlo pat¨¦ticamente: su pelo con tup¨¦ era un remedo lamentable, una masa en exceso compacta que de frente parec¨ªa un gorro de trampero como el de Davy Crockett y de perfil -puesto que cola de castor no luc¨ªa- uno de botones de hotel, aunque aqu¨ª le faltaba el barboquejo. Admiraba o envidiaba tanto a Presley que quer¨ªa a la postre ser m¨¢s que Presley, no irle a la zaga en nada, ser una especie de socio paternalista, como si los dos fueran cantantes de equiparable ¨¦xito y ¨¦l el m¨¢s veterano y dominante. S¨®lo que McGraw ni siquiera cantaba (salvo en los coros de avi¨®n en aquel desdichado viaje que para m¨ª fue el ¨²ltimo) y su enfermiza rivalidad era nada m¨¢s imaginaria. Se apropiaba con descaro de las frases del cantante, y si ¨¦ste nos dec¨ªa a m¨ª al piloto una tarde: "Venga, Roy, Hank, v¨¢monos a FD", refiri¨¦ndose a Mexico City, Federal District en su lengua, y a?ad¨ªa: "FD suena como un homenaje a Fats Domino, v¨¢monos a Fats Domino" (admiraba mucho. a ese m¨²sico), McGraw repet¨ªa la ocurrencia cien veces hasta privarla enteramente de su posible gracia, "Camino vamos de Fats Domino, a Fats Domino nos vamos". Acaba uno odiando el hallazgo. En su af¨¢n entre adulador y competitivo se pas¨® los dos d¨ªas de su visita bailoteando exageradamente, estuviera donde estuviese (en la playa, en el hotel, en el restaurante, en el ascensor, en una aparente reuni¨®n de negocios), en cuanto o¨ªa unos acordes cerca o incluso a lo lejos, y algunos sonaban siempre en alguna parte. Bailaba con impudor como un de lo publicado loco falso, ayud¨¢ndose de una toalla que se frotaba a gran velocidad por la espalda o por la zona posterior de los muslos como si fuera una mujerzuela, una visi¨®n denigrante, ya que era grand¨®n tirando a grueso pero se mov¨ªa como una adolescente hist¨¦rica, sacudiendo la cabeza ancha de la que no se despegaba un cabello Crockett y haciendo girar sus pies muy peque?os como si fueran tornados. Y no paraba. En el avi¨®n, en el viaje de ida (bueno, para m¨ª no hubo de vuelta), tu vimos que recomendarle a Presley que no canturreara cosas muy r¨¢pidas por que el due?o del George Herald se enfebrec¨ªa en seguida -los ojillos viciosos y pon¨ªa en precario nuestro equilibrio a¨¦reo. A McGraw no le gustaban las lentas, s¨®lo Hound Dog, All Shook Up, Blue Suede Shoes y as¨ª, que le permit¨ªan enloquecerse y jugar con la toalla o con alguna estola o pa?uelo que encontrara a mano, eran indecentes sus gestos. Puede que fuera lo que hoy llamar¨ªan algunos un criptogay u homosexual que disimula hasta consigo mismo, pero de hecho se jactaba de no dejar pasar a su lado a una t¨ªa comestible -su expresi¨®n- sin echarle mano o soltarle un requiebro zafio.Aquella noche ten¨ªa la mira puesta -adem¨¢s de en Presley, a quien vigilaba patol¨®gicamente- en una actriz epis¨®dica de la pel¨ªcula, una jovencita rubia que form¨® parte de nuestra expedici¨®n a DF, yo era fijo en todas para hacer de int¨¦rprete, Hank se escabull¨ªa cuando cog¨ªamos los autom¨®viles. Pero aquella noche volamos. La chica se llamaba Terry, o Sherry, se me ha escapado ese nombre, es raro o no tanto, y McGraw pretend¨ªa competir tambi¨¦n en ese terreno con Presley, quiero decir que atacaba sin esperar a ver si el Rey ten¨ªa sus propios planes y eso era una falta de tacto adem¨¢s de iluso, sobre todo porque saltaba a la vista que la joven s¨ª los ten¨ªa y que en modo alguno inclu¨ªan a aquel magnate mastuerzo. La culpa no fue de Presley ni m¨ªa o s¨®lo en segunda instancia, sino de McGraw en primer¨ªsima, y no por otro motivo he hablado, muy a mi pesar, de aquel cabeza de trampero. Cuando entrabamos los cinco en una sala de fiestas o discoteca o taberna -cinco si hab¨ªamos volado a M¨¦xico; diez o quince si era en Acapulco, Petatl¨¢n o Copala-, lo normal era que en cuanto los parroquianos descubr¨ªan a Presley se armara un mot¨ªn y abundaran los desmayos. En cuanto lo descubr¨ªan los due?os o encargados de los locales, pon¨ªan fin a ese revuelo por las bravas y expulsaban a las desmayadas para no molestarlo y que no se marchara al instante -yo he visto a matones de bar espantando muchachitas inofensivas a pu?etazos, no nos gustaba eso pero no quedaba m¨¢s remedio si quer¨ªamos tomar un tuscaloosa tranquilos o asistir a un chattanooga- Y una vez restablecido el orden lo m¨¢s frecuente era que atraj¨¦ramos sin excepci¨®n las miradas arruinando el espect¨¢culo de los artistas de turno y todo se limitara a eso y a alg¨²n aut¨®grafo furtivo. En una ocasi¨®n tuvimos un aviso de lo que ocurri¨® aquella noche, a unos j¨®venes se les subieron los celos, se pusieron provocadores y dijeron inconveniencias graves. Prefer¨ª no traduc¨ªrselas al se?or Presley y convencerlo de que nos larg¨¢ramos, y no hubo nada. Aquellos tipos llevaban navajas, y a veces se ve al capataz encarnado en cualquiera con la cartera abultada.Continuar¨¢
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