"Nac¨ª aqu¨ª y no me da miedo morir aqu¨ª
Un silencio de muerte planeaba el martes sobre la capital chechena, s¨®lo quebrado por las violentas explosiones de las granadas y de las r¨¢fagas secas de las armas autom¨¢ticas. En las calles casi desiertas, la gente estaba sentada sobre la hierba, delante de sus casas, rodeados de su equipaje. El ¨¦xodo hab¨ªa empezado. Esperaban un cami¨®n, un autob¨²s un coche, cualquier veh¨ªculo para huir. Los combatientes independentistas atravesaban con paso r¨¢pido las calles medio en ruinas en sus coches destartalados apuntando con sus rifles por las ventanillas. Los cuerpos de soldados rusos yac¨ªan amontonados en una calle.El martes, Yusup Isaiev, su mujer y sus dos hijos, salieron a pie del noreste de la ciudad, tomando el ¨²nico pasillo autorizado por el mando ruso. Esperaban en un cruce, con todo su equipaje. "No sabemos d¨®nde ir. Iremos hacia donde nos lleve un coche", dec¨ªa. "Confi¨¢bamos en el general Lebed pero, en Mosc¨², le han silenciado". Con 40 a?os, hu¨ªa de Grozni por quinta vez desde que empez¨® el conflicto hace 20 meses. "Los rusos preparaban este ataque mientras se negociaba la paz", aseguraba.
Hay que huir. Como sea. Se amontonaban con sus pocas pertenencias en los camiones, se apretujaban en los autobuses. Sal¨ªan en coches con las maletas apiladas en los techos, en bicicletas, en carro, en un tractor con las ruedas pinchadas. Ten¨ªan que sortear los cuerpos calcinados de los soldados rusos, las vacas que deambulaban abandonadas, las carcasas de los autobuses quemados de los refugiados.
Ni gritos, ni l¨¢grimas
Los pedazos de tela blanca atados a sus veh¨ªculos, al mango de una escoba, ofrec¨ªan una protecci¨®n rid¨ªcula contra la aviaci¨®n rusa. Dos carros de combate rusos controlaban el convoy, un helic¨®ptero lo sobrevolaba. Los chechenos murmuraban a lo largo de la cola que avanzaba cada vez con m¨¢s lentitud. Ni un solo grito, ni una sola l¨¢grima, ¨²nicamente los llantos de los ni?os en brazos de sus madres. Los viejos, los que ya vivieron las deportaciones y los ¨¦xodos, no dec¨ªan nada, pero se ve¨ªa que recordaban.Los que se quedaban colocaban cubos de agua delante de sus casa para los refugiados que se desmayan por el calor. Los rusos han instalado un puesto de control en el que verifican los papeles de los conductores de los coches y echan un vistazo al contenido de los maleteros. Un control ineficaz e insignificante para asegurarse que los combatientes no salgan de la ciudad.
Algunos han renunciado a salir. Alexandre Majachov, un jubilado ruso de 60 a?os permanec¨ªa delante de su casa. "Nac¨ª aqu¨ª y no me voy a marchar. ?Ad¨®nde ir¨ªa? Nac¨ª aqu¨ª y no me da miedo morir aqu¨ª. Es Yeltsin el que se deber¨ªa marchar". Seg¨²n ¨¦l, muchos han decidido quedarse: los viejos, los atrapados en los combates, los que est¨¢n hartos de huir.
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