Los dioses traicionados
Vivimos condicionados, hasta cierto punto sometidos, por im¨¢genes externas del mundo hispanoamericano. Antes, hace veinte o treinta a?os, ¨¦ramos la regi¨®n de la selva, de las dictaduras b¨¢rbaras, de las guerrillas emancipadoras, de los buenos salvajes. Invent¨¢bamos estupendos artefactos literarios, pero ellos correspond¨ªan a la perfecci¨®n a la visi¨®n europea, occidental. Correspond¨ªan y a la vez la confirmaban. En la Am¨¦rica llamada Latina no hab¨ªa ciudades al estilo de Bilbao, de Marsella, de Bruselas. S¨®lo hab¨ªa Macondos y Comalas, lugares donde la gente dorm¨ªa 20 a?os, donde llov¨ªa como en los diluvios b¨ªblicos, donde no se pod¨ªa saber si los habitantes estaban vivos o muertos. El realismo m¨¢gico era una coartada europea que nosotros, sin pensarlo dos veces, hab¨ªamos aceptado.Sospecho que la imagen dominante que proyectamos ahora es la de la droga y todas sus consecuencias: la droga, su tr¨¢fico, su mafia, sus lavados de dinero, sus cr¨ªmenes. El Gobierno de Estados Unidos le niega la visa al presidente constitucional de Colombia debido a la intervenci¨®n posible, m¨¢s que posible, de los fondos del narcotr¨¢fico en su campa?a electoral. Es una decisi¨®n extraordinaria, un hecho ins¨®lito en la diplomacia moderna, pero no nos sorprende demasiado. Despu¨¦s del desmoronamiento del comunismo, Estados Unidos, el gigante ¨²nico, reparte sus premios y sus castigos con una especie de ceguera ol¨ªmpica. Se escuchan las protestas por todos lados, pero el gigante norteamericano ha adquirido una indiferencia, una piel impermeable, que s¨®lo puede compararse con la del elefante sovi¨¦tico de hace algunas d¨¦cadas.
Llego a Chile y encuentro al pa¨ªs relativamente obsesionado por el temor a la droga, a su entrada y su entronizaci¨®n en un mundo que suponemos m¨¢s bien inocente. La autoridad competente expulsa a un grupo de muchachos de la Escuela Naval por haber consumido marihuana en sus d¨ªas de fiesta. Como lo hacen casi todos los muchachos de todas las escuelas y todos los pa¨ªses de Occidente. Claro est¨¢, puede que la situaci¨®n sea diferente en las regiones donde el integrismo isl¨¢mico es fuerte, pero me pregunto -si el modelo integrista es el que nos interesa. Se habla, incluso, cosa mucho m¨¢s sorprendente, para decir lo menos, de un control antidroga a los empleados y a los miembros de nuestro Parlamento. Al fin y al cabo, nos dicen, hay un proceso en marcha por narcotr¨¢fico en contra de tres funcionarios. Y se han escuchado denuncias por consumo de coca¨ªna en el recinto del Congreso.
La preocupaci¨®n por el tema, desde luego, me parece enteramente v¨¢lida. He observado los estragos de la drogadicci¨®n, sus efectos perversos en la calidad de vida, en las familias, en la seguridad ciudadana, en muchas de las grandes ciudades de Europa y de Am¨¦rica del Norte. Me pregunto, sin embargo, si las actitudes puramente represivas, obsesivas, cercanas al p¨¢nico, con el remedio m¨¢s adecuado. Me acuerdo de lecturas y de reflexiones de otros tiempos. La droga es vieja como el mundo. Es ingenuo tratar de erradicarla con un acto de autoridad, por medio de un ucase o de un sistema de control en la puerta de entrada de las instituciones. Repaso textos que se han llenado de polvo en mi biblioteca y me encuentro con una suposici¨®n de car¨¢cter antropol¨®gico: en la antigua Grecia, antes del descubrimiento del vino, es probable que los ritos dionisiacos fueran acompa?ados de la ingesti¨®n de hongos que provocaban delirios, visiones que se supon¨ªan transmitidas por los dioses. Si hubiera sido as¨ª, el vino habr¨ªa significado un evidente progreso, una forma de alcanzar una embriaguez m¨¢s moderada, menos autodestructora.El poeta ingl¨¦s Robert Graves, que vivi¨® la mayor parte de su vida en Mallorca y que falleci¨® hace pocos a?os, sostuvo que el n¨¦ctar y la ambros¨ªa de los griegos eran bebidas hechas a base de hongos alucin¨®genos. Es decir, para emplear la palabra moderna, drogas. Lo m¨¢s interesante de las especulaciones de Graves, que se encuentran en su libro La diosa blanca y en su grueso volumen Los mitos griegos, tiene que ver con la naturaleza m¨ªtica, altamente selectiva, que atribu¨ªan los cl¨¢sicos al consumo de estas bebidas. Seg¨²n autores como Higinio y P¨ªndaro, el primero de los cr¨ªmenes de T¨¢ntalo, uno de los que provocaron su c¨¦lebre suplicio, deriv¨® de su olvido del car¨¢cter exclusivo, ritual, probablemente m¨¢gico, de la ingesti¨®n de ambros¨ªa. T¨¢ntalo hab¨ªa conquistado la confianza de Zeus, y sol¨ªa ser invitado a su casa y a su mesa. El contacto frecuente con un poder tan alto le trastorn¨® la cabeza, como suele ocurrirles a los mortales comunes, y se dedic¨® a difundir las intimidades del dios y a robar los manjares divinos para repart¨ªrselos a sus amigos mortales. En castigo, fue colgado de un ¨¢rbol que se inclinaba sobre una fuente. Cuando T¨¢ntalo se inclinaba para beber, el agua de la fuente se retiraba. Cuando estiraba la mano para coger las maravillosas frutas del ¨¢rbol, las ramas, empujadas por el viento, quedaban fuera de su alcance. T¨¢ntalo hab¨ªa traicionado a su augusto anfitri¨®n y probablemente hab¨ªa traficado con la p¨®cima sagrada. Su castigo, morir de sed y de hambre junto al agua y a los mejores frutos de la tierra, es una met¨¢fora vigente, perfectamente contempor¨¢nea.A juzgar por la tradici¨®n literaria moderna, los poetas y los novelistas, sobre todo a partir del Romanticismo, se sintieron llamados a romper el tab¨² que prohib¨ªa consumir los equivalentes actuales de la ambros¨ªa. El poema Kubla Khan, de Coleridge, es la transcripci¨®n directa de un sue?o provocado por el opio, quiz¨¢ la primera confesi¨®n escrita del uso de una droga. Balzac escribi¨® breves ensayos sobre los estupefacientes de su ¨¦poca. Baudelaire recurri¨® al opio y al hach¨ªs para conseguir sus estados de ¨¦xtasis, sus "epifan¨ªas", y sus seguidores del siglo XX, Antonin Artaud, Henri Michaux, Andr¨¦ Breton, entre otros, hicieron m¨¢s o menos lo mismo. Neruda, que describi¨® con acierto los fumaderos de opio del Extremo Oriente de su juventud, probablemente los hab¨ªa frecuentado. A todo eso se refer¨ªa Arthur Rimbaud cuando hablaba del "desarreglo de los sentidos".?Quiere decir que debemos olvidarnos del problema en nuestras sociedades? ?Sin duda que no! Pero debemos enfocarlo con serenidad y con perspectiva. A sabiendas, por ejemplo, de que algunas de las mejores inteligencias de los ¨²ltimos dos siglos sobrevivieron a la droga. Y de que el problema, que no vamos a resolver hoy ni ma?ana, no es otra de las taras espec¨ªficas del continente latinoamericano.
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