Tu estatua
Ah¨ª est¨¢. Es el hombre de los kleenex. Desde hace 10 a?os lo veo en el mismo cruce. Es posible que ahora vuelva a vender tabaco con el sello azul del contrabando. Un expendedor clandestino, con un gravamen neoliberal para bocadillo de chorizo. Antes lo hac¨ªa. Luego se especializ¨® en los pa?uelos de papel. Diez a?os en el cruce dan para un buen estudio de mercado. Y antes hablaba. Por favor. Unos hijos que alimentar. Ahora ya no dice nada. Se ha forjado instintivamente en la ley de la oferta y la demanda, sector sem¨¢foro. Escoge los coches familiares. Una mayor c¨¦lula de consumo. Cuando viajas con ni?os eres m¨¢s desprendido y necesitas m¨¢s kleenex. ?l lo sabe. Pasa de conductores solitarios con mirada hostil. Su rostro se ha endurecido por las bofetadas de las cuatro estaciones, sin Vivaldi. El hombre de los kleenex es uno de los mejores profesionales que conozco. Un tipo as¨ª deber¨ªa ser director general de algo.Hay nuevos oficios, los peor pagados, que requieren talla de h¨¦roe. Los chavales pizzeros o mensajeros, jug¨¢ndose el pellejo en la jungla de asfalto. Y luego est¨¢n los cuidadores de perros. Chavales que sacan a pasear los chuchos de 10 due?os. Profesionales que manejan con la misma mano un rotweiler, un alaska malamute, un husky, un cocker y un caniche. Tipos as¨ª deber¨ªan ser ministros de algo.
Pero, de entre los modos con que la gente se gana la vida, el que m¨¢s me impresiona es el de los hombres estatua. Esos mimos inm¨®viles de la calle, maquillados como arlequines. Horas y horas sin fruncir las cejas a cambio de una propina. Primero sonre¨ªmos, pero pronto la sonrisa se transforma en mueca pensativa. ?Qui¨¦nes somos, de d¨®nde venimos y ad¨®nde vamos? Esos tipos inquietantes son nuestra met¨¢fora. Deber¨ªan ser condecorados con la orden de Alfonso X el Sabio.
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