Madereros
Los que practicamos la provechosa costumbre de disfrutar semanalmente de la sierra madrile?a estamos siendo testigos pasivos (quiz¨¢ demasiado hasta ahora) del nuevo ataque que est¨¢ padeciendo aquel lujo de reserva natural en los ¨²ltimos meses.El. primero tuvo lugar este invierno, en forma de temporal de nieve y viento, cuya fuerza desmedida venci¨® las someras ra¨ªces e incluso parti¨® en dos los colosales fustes de cientos de con¨ªferas (pino albar en su mayor¨ªa), de las zonas m¨¢s desprotegidas. Es patrimonio de la naturaleza destruir con fuerza aterradora, y tambi¨¦n crear con la m¨¢s exquisita delicadeza. La humanidad, desde siempre, intenta seguir sus pasos en ambos caminos.
El segundo atentado al que quiero ce?irme, ni ha sido natural ni inevitable. Es, sencilla y crudamente, la explotaci¨®n por la Administraci¨®n de esa apetecible riqueza que supone la madera de los ¨¢rboles derribados. Maquinaria enorme recorre las laderas y asciende por el curso de los arroyos sin reparar en el destrozo que su trabajo supone para el d¨¦bil ecosistema en que se desarrolla. Su efecto es tan desolador, que hace recordar el crimen del futuro que inexorable se perpetra d¨ªa a d¨ªa, y ano a a?o, en el continente suramericano. Que no por ser a escala bien distinta deja de ser ¨¦ste menos desmoralizador. Realmente, es un espect¨¢culo nada recomendable para aquellos que han aprendido a querer a los bosques.
Un fin de semana tras otro se comprueba el avance del desastre, y a uno, como una obsesi¨®n, no cesan de asaltarle preguntas como: ?hasta, donde llegar¨¢n?, ?no los detendr¨¢ nadie?, ?qui¨¦n vigila los trabajos?, o ?era imprescindible la retirada ¨²nicamente de los troncos (ya que se limpian en el sitio, dejando los restos inservibles, ramas y tocones levantados) a costa de lo que sea?; justifica el resultado econ¨®mico los fabulosos destrozos que se est¨¢n causando, de los que nadie sabe cu¨¢nto tardar¨¢ el medio en recuperarse? Siglos han sido necesarios de respeto y de no intervenci¨®n en la naturaleza para dar forma a santuarios de paz y armon¨ªa como los que encontramos a cada paso ascendiendo por cualquiera de los mil arroyos que surcan la sierra en primavera.
Termino con una llamada de atenci¨®n a todos los damnificados, pero ante todo, a los responsables de la CAM y del flamante Ministerio del Medio Ambiente, invit¨¢ndoles a dar un paseo por el hasta hace un mes encantador arroyo de Marichiva (por dar un ejemplo), aguas arriba del camino del refugio de Pe?alara, en Cercedilla.-
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