A abrir la boca toca
Rodr¨ªguez / Guerra, L¨®pez, Diego
Novillos de Dionisio Rodr¨ªguez, gordetes, sin cara y sin clase; el 1?, con temperamento y el 4?, cobard¨ªsimo.
Juli¨¢n Guerra: saludos; saludos. Domingo L¨®pez Chaves: saludos; vuelta. Juan Diego: saludos; silencio.
Plaza La Glorieta. 12 de septiembre. Primera de feria. Tres cuartos de entrada.
Al salir de la plaza, la gente se miraba, sub¨ªa las cejas como diciendo "qu¨¦ se le va a hacer", y resignadamente se agarraban a eso de que con malos principios se consiguen casi deliriums tremens. A uno tuvieron que ayudarle a encajar de nuevo las mand¨ªbulas porque en un bostezo se qued¨® con un gesto que no le favorec¨ªa en absoluto. Nada peor en los toros que la tristeza. La novillada result¨® tristona, aburrida, sin color. Hubo un torete que le ech¨® temperamento al asunto, el primero de Guerra, que adem¨¢s le peg¨® un tantarant¨¢n al torero sin que ¨¦ste se mirara la rasgada taleguilla y hubo otro, llamado Zancadilla, tambi¨¦n para Guerra, que hizo honor al desleal sentido de la palabra, aguardando taimado, cobarde y traicionero, el momento ideal para asegurarse la presa. Maneras de navajero tuvo la criatura. El torero estuvo decidido con el primero, que brind¨® a Julio Robles, y se mostr¨® sere no en el cuarto, ante el cual ni era f¨¢cil ni agradable estar por la catadura moral del torete. Pero en ninguno fue posible cuajar lo que deseaba en esa tarde de su despedida como novillero. Logr¨®, eso s¨ª, dejar constancia de que en circunstancias medianamente favorables otro gallo ser¨¢ capaz de cantar.
El color local de la tarde, novillos y toreros salmantinos, se desvanec¨ªa por momentos, y los, predispuestos peticionarios de orejas no vieron manera de agitar los moqueros o ponerse a pegar voces. Todo lo m¨¢s, disimuladamente, bostezos y cambios de postura sobre la inc¨®moda almohadilla.
L¨®pez Chaves, joven y bullidor ledesmino, puso el coraz¨®n en un pu?o a todos, cuando comenz¨® su faena al segundo, con un apurad¨ªsimo cambio, pero el novillo, que primero perdi¨® los cuartos traseros y despu¨¦s los delanteros, como para demostrar que puesto a perder era capaz de perderlo todo, iba a la muleta como al pat¨ªbulo, sin meter la cara ni el menor asomo de entusiasmo y el ardor novilleril, por m¨¢s "v¨¢monos", que gritaba el torero, no lleg¨® a ninguna parte. Con la desacompasada embestida del quinto, no era posible hacer encaje de bolillos exactamente, aunque cruzarse s¨ª lo era y tampoco.
El tercero, algunas veces daba el costado, como los caballos. No pod¨ªa disimular sus ganas de irse. Blando, sin clase y cobarde, tuvo que tragarse unos buenos naturales de Juan Diego, pero enseguida acentu¨® su tonteo, distray¨¦ndose con el vuelo de una mosca y considerando la muleta que le ofrec¨ªa el torero como un may¨²sculo estorbo. Y vuelta la burra al trigo en el sexto. Se herniaba mentalmente cada vez que embest¨ªa, suponiendo que no est¨¦ tipificado en el C¨®digo Penal llamar embestida a ese trabajoso ir hacia la muleta, con los andares de quien lleva a las espaldas un piano de cola con pianista y todo. El torero no se enfad¨® con ¨¦l. A lo mejor, un enfado a tiempo hubiera paliado un poco tan sopor¨ªfero proceder, pero Juan Diego opt¨® por lamentarse de la mala suerte y esperar, quiz¨¢, que se produjera el milagro. Que no se produjo, claro.
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