El truh¨¢n en su pedestal
Vivimos tiempos en los que parece regresar una ferocidad de la que se pod¨ªa pensar que nos habr¨ªamos librado tras el resultado de las elecciones. La decepci¨®n ante la gesti¨®n del Gobierno salido de las mismas ser¨¢ mayor o menor seg¨²n los observadores y, por descontado, debe ser argumentada en los diversos terrenos de acci¨®n pol¨ªtica. Lo que, en cambio, empieza por estragar el gusto y acaba por asustar un poco es la combinaci¨®n entre el juicio moral apod¨ªctico y descalificador acerca de las personas, justificado en motivos improbados o dudosos, y el dictamen pol¨ªtico no menos taxativo sobre lo que resulta opinable. Este ambiente pol¨ªtico no es bueno y debiera ser rectificado. Si el PP contribuy¨® a alimentarlo en el pasado, ahora es su principal perjudicado. Como al PSOE hab¨ªa que dejarle probar en 1993 su capacidad para rectificar, tambi¨¦n en 1996, por mera econom¨ªa de tiempo y recursos, hay que dejar que transcurran los meses para poder emitir un juicio definitivo. sobre los que nos gobiernan, por abundantes que hayan sido sus traspi¨¦s e ingenuidades.En este clima resulta refrescante e incitador el Premio Pr¨ªncipe de Asturias de la Concordia concedido a Adolfo Su¨¢rez. Azor¨ªn ve¨ªa a los pol¨ªticos retirados de la vida p¨²blica como esas prendas de vestir ya un poco ajadas, pero que despiertan cari?o y a las que se recurre precisamente por ello. Pero estos personajes pueden ser un acicate no s¨®lo por lo que hicieron, sino por el estilo que imprimieron a la vida colectiva. A?orarlo es querer recrearlo.Alfonso Guerra tiene sus virtudes, pero nunca se le podr¨¢ perdonar el haber calificado a Su¨¢rez como "truh¨¢n del Misisip¨ª". Ni siquiera fue original al hacerlo, pues no hizo otra cosa que convertir en esperpento una imagen tan habitual como injustificada. Era la de un pol¨ªtico tan s¨®lo h¨¢bil, pero en el fondo tramposo e inaut¨¦ntico. Eso siempre fue tremendamente injusto; en primer lugar, porque los pol¨ªticos se miden por el resultado de sus acciones. Aza?a escribi¨® mucho mejor, Maura fue un orador de infinita mayor val¨ªa y Camb¨® tuvo una inteligencia anal¨ªtica muy superior, pero Su¨¢rez hizo m¨¢s por la concordia nacional que todos ellos. Es leg¨ªtimo pensar que las circunstancias no eran las mismas. Tambi¨¦n es evidente que, sin personas como ¨¦l, nada se habr¨ªa producido de la misma manera. Vista su trayectoria desde la perspectiva del tiempo transcurrido, maravilla c¨®mo supo menguar y crecer ante las dificultades como la Alicia de Carroll o c¨®mo mantuvo suspenso el ¨¢nimo de los ciudadanos de la misma manera que Maquiavelo recomend¨® a los pr¨ªncipes.Pero el estilo de Su¨¢rez no fue tan s¨®lo, ni mucho menos, la habilidad. Consisti¨® en muchas otras cosas (y mucho m¨¢s grandes). A veces sus interlocutores lo descubr¨ªan en el primer instante del contacto personal. Un adversario ideol¨®gico particularmente malintencionado como fue Tierno le juzg¨® ",avispado", pero tambi¨¦n "buena persona". Esa es una clave esencial del personaje sin la que es imposible comprenderle. Juli¨¢n Mar¨ªas, cuando le vio por primera vez, le oy¨® una frase casi inconcebible en labios de un pol¨ªtico espa?ol: "Yo soy un hombre normal y tengo muchas lagunas". En un pa¨ªs en que los pol¨ªticos son m¨¢s megal¨®manos que los entrenadores de f¨²tbol no hay nada tan gratificante como descubrir que pueden ser modestos.Todav¨ªa hay algo m¨¢s importante que constituye una lecci¨®n permanente y que debiera ser recordado de modo especial tambi¨¦n hoy. Bien mirado, Su¨¢rez, en su etapa como gobernante, supo cumplir la divisa de toda persona que crea en ese aut¨¦ntico liberalismo que, como dec¨ªa Mara?¨®n, consiste en tratar de entender las razones del otro. No fue autor de confrontaci¨®n alguna que fuera innecesaria, m¨¢s all¨¢ del obvio contraste que surge del choque de ideas propio de la democracia. Fue, por el contrario, autor principal de una descrispaci¨®n general de los espa?oles que hizo posible un in¨¦dito consenso constitucional. Todo eso debe ser agradecido y, por consiguiente, debe ser premiado. Pero bueno ser¨¢, ahora que tenemos al supuesto truh¨¢n en su pedestal, que, adem¨¢s, lo imitemos.
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