Inmigraci¨®n y cultura en la Union Europea
La reciente y expeditiva expulsi¨®n de inmigrantes africanos por los Gobiernos de Francia y Espa?a contrasta fuertemente con el auge de la cultura de la solidaridad representada por el elevado n¨²mero de j¨®venes afiliados en la Europa rica a las organizaciones no gubernamentales de ayuda al desarrollo. ?No es esta expulsi¨®n de los inmigrantes un s¨ªntoma de incivilidad en lo que habitualmente se viene llamando "sociedad civil"?Ese parad¨®jico contraste pone de manifiesto que el c¨ªrculo desempleo-inmigraci¨®n-choque cultural-xenofobia se est¨¢ convirtiendo en uno de los retos a los que ha de hacer frente la actual Comunidad Europea. Por el momento, dadas la legislaci¨®n vigente sobre inmigraci¨®n extracomunitaria y la orientaci¨®n monetarista existente en la Uni¨®n, la mencionada cadena parece ser un c¨ªrculo vicioso, un callej¨®n sin salida.
Para intentar romper ese c¨ªrculo vicioso y crear una nueva cultura de la solidaridad civil, en este fin de siglo, se impone una reflexi¨®n prepol¨ªtica. Hay, al menos, tres escollos que habr¨ªa que evitar en esta parte de Europa para superar el "otro fundamentalismo", el fundamentalismo de los nuestros.
El primer escollo es la generalizaci¨®n excesiva por inducci¨®n apresurada. El individuo tiende a dar car¨¢cter universal a algunos de los rasgos observados en unos pocos y, desde ah¨ª, a atribuir comportamientos negativos al conjunto de los miembros de la otra cultura. Con un solo rasgo negativo tendemos a caracterizar a todos los miembros de una cultura que no es la nuestra. Se imponen de este modo, de manera inconsciente, dos criterios que operan sirnult¨¢neamente: el de la diferencia en el seno de la propia cultura y el de la identidad para juzgar a los otros. Las recientes declaraciones de varios ediles de Converg¨¦encia i Uni¨® sobre inmigrantes norteafricanos incurren en este error. Para corregir el inductivismo ingenuo hay que conocer bien las otras culturas en concreto. Eso es tarea de la pol¨ªtica cultural y educativa de la Uni¨®n Europea.
El segundo obst¨¢culo es la falacia naturalista: pasar inadvertidamente de afirmaciones de hecho a juicios valorativos de superioridad e inferioridad sobre el otro. Con demasiada frecuencia se oye que los otros, cuando se trata de inmigrantes pobres, "no tienen cultura". Tal error de argumentaci¨®n se comete con independencia de los valores que uno tenga, de la ideolog¨ªa que profese, del color del partido pol¨ªtico en que se est¨¦ o de lo apol¨ªtico que cada cual se considere.
Importa, pues, dejar claro a este respecto que el reconocimiento de la diferencia racial o cultural en el plano de los hechos no es igual a (ni tiene por qu¨¦ implicar) defensa de la desigualdad o inferioridad racial, social o cultural. Se puede admitir la diversidad de razas y culturas y luego ser racista o antirracista, xen¨®fobo o respetuoso de la otreidad, o sencillamente estar indefinido en el plano pol¨ªtico-moral.
Este error de argumentaci¨®n se corrige con cultura cient¨ªfica. Frente a lo que se suele decir, en Europa hace falta m¨¢s ciencia, no menos ciencia. Sabemos que la cultura cient¨ªfica no basta para superar el racismo. Por eso hay que atender a otro obst¨¢culo.
El tercer obst¨¢culo es la buena conciencia respecto de nuestro concepto, europeo, de tolerancia. Los movimientos antirracistas actuales han llamado la atenci¨®n acerca de las implicaciones negativas del t¨¦rmino con toda la raz¨®n. Tambi¨¦n lo han hecho los historiadores cr¨ªticos. Es hora de decir que la tolerancia ilustrada ha sido mayormente tolerancia hacia dentro, comprensi¨®n de las diferencias (sobre todo religiosas) en el marco de la propia cultura. Pero la tolerancia ilustrada ha justificado, de forma paternalista, el colonialismo y la exclusi¨®n de los otros; ha cerrado los ojos ante la pr¨¢ctica de la esclavitud y ha inventado una nueva versi¨®n justificadora de la "servidumbre natural". La tolerancia ilustrada ha sido y sigue siendo todav¨ªa etnoc¨¦ntrica.
Har¨ªa falta, por tanto, algo m¨¢s. Har¨ªa falta conciencia de especie. En el marco de la conciencia de especie, "tolerancia" querr¨ªa decir, para nosotros, comprensi¨®n radical de la alteridad, atenci¨®n a la dignidad del otro, autocr¨ªtica del etnocentrismo. En cierto modo, y con sus limitaciones hist¨®ricas, esto ¨²ltimo es lo que signific¨® la "variante latina" del concepto tolerancia que tiene su origen en Bartolom¨¦ de las Casas y en Montaigne.
La comprensi¨®n de los h¨¢bitos, costumbres y razones del otro deber¨ªa ser autocr¨ªtica de la propia civilizaci¨®n productivista y expansionista. Deber¨ªa revisar el propio concepto del economizar. Tiene que ser, como quer¨ªa Las Casas, restituci¨®n de aquellos bienes del otro que un d¨ªa decidimos que eran nullius, cosas de nadie y de todos (y, por tanto, nuestras, sobre todo nuestras).
Si la tolerancia europea de este fin de siglo ha de ser igualitaria y comprensiva de la diversidad, no excluyente, entonces habr¨¢ de pensarse como configuraci¨®n de un nuevo derecho internacional de gentes que respete otros valores, no s¨®lo los mercantiles y mercantilizables. Tiene que ser, pues, ampliaci¨®n de la vieja declaraci¨®n ilustrada de los derechos del "hombre" (todav¨ªa blanco, var¨®n y adulto).
Para llegar a eso hace falta cultura hist¨®rica. Menos n¨²meros y m¨¢s ideas.
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