Un idiota de izquierdas
De todas las formas posibles de hero¨ªsmo intelectual, una de las m¨¢s descansadas es apuntarse heroicamente a alg¨²n bando ganador y someter a escarnio y descr¨¦dito a los que han perdido. Desde hace m¨¢s de una d¨¦cada, el bando ganador en el mundo es el de los que se llaman a s¨ª mismos liberales, saqueando en beneficio propio una hermosa palabra espa?ola que primero tuvo que ver con la generosidad y la nobleza de esp¨ªritu y luego, desde las Cortes de C¨¢diz, con la aspiraci¨®n entusiasta hacia las libertades c¨ªvicas. En Estados Unidos, la palabra liberal design¨® hasta hace no mucho a las personas ilustradas y progresistas, herederas de aquella magn¨ªfica generaci¨®n que opt¨® en los a?os treinta por Franklin Delano Roosevelt y por la simpat¨ªa hacia la Rep¨²blica espa?ola. Liberales eran quienes participaron en la oce¨¢nica marcha sobre Washington y escucharon la voz b¨ªblica y arrebatadora de Martin Luther King, quienes emprendieron, hombres y mujeres, blancos y negros, a lo largo de aquella d¨¦cada, la tarea formidable de ganar la igualdad civil de las razas y los sexos y no renunciar al sue?o de la justicia.Ahora liberal significa oir¨¢ cosa. Significa, exactamente que uno se afilia a una variedad de fundamentalismo seg¨²n la cual todo aquello que frene o estorbe los impulsos m¨¢s crudos de la econom¨ªa capitalista y la pasi¨®n por el enriquecimiento de los m¨¢s ricos es un atentado contra la libertad, una conspiraci¨®n contra las leyes del mercado, que se encargan por s¨ª solas de crear la prosperidad. y difundir la justicia. El enemigo contumaz, aunque ya en retirado, es, por supuesto, la izquierda, y no s¨®lo la izquierda totalitaria que ya era un f¨®sil ideol¨®gico y administrativo mucho antes de que cayera el muro de Berl¨ªn, sino tambi¨¦n, o sobre todo, la izquierda, socialdem¨®crata o liberal que desde principios de siglo ha intentado sensatamente, en unos cuantos lugares del mundo, crear condiciones de libertad solidaria, de bienestar p¨²blico, de equidad social.
Ni el descanso de los domingos, ni la jornada de ocho horas, ni la prohibici¨®n del trabajo infantil fueron emanaciones generosas de la econom¨ªa de mercado, y ni siquiera el sufragio universal o las libertades que los marxistas dogm¨¢ticos llamaban despectivamente libertades formales: cada uno de esos derechos, que ahora nos parecen a todos naturales, fue el resultado de huelgas tenaces y obstinaciones progresivas, del empe?o de generaciones enteras de trabajadores a los que el simple hecho de pertenecer a un sindicato pod¨ªa convertir autom¨¢ticamente en forajidos.
A lo largo de este siglo, y m¨¢s aceleradamente tras el final de la II Guerra Mundial, algunas de las libertades y de los derechos que hab¨ªan sido sue?os insensatos para los pobres y los d¨¦biles empezaron a cumplirse en unos cuantos pa¨ªses, sobre todo europeos: la extensi¨®n universal de la instrucci¨®n p¨²blica, lo mismo para los ni?os que para las ni?as; la posibilidad, hasta entonces inaudita de que un enfermo pobre recibiera id¨¦ntico trato sanitario que un rico; la esperanza de' que al llegar a la vejez una persona que hubiera trabajado durante toda su vida no se encontrase de pronto arrojada al desamparo y a la necesidad.
Son sue?os m¨®dicos, incluso vulgares, pero tienen el m¨¦rito de que pueden cumplirse y de hacer un poco m¨¢s habitable el mundo. Son sue?os caros, desde luego, pero s¨®lo hasta cierto punto. Los que ahora se llaman liberales en Estados Unidos protestan por lo caro que sale el sistema de las escuelas o de la beneficencia p¨²blica, pero a la vez son partidarios fervientes de la construcci¨®n de nuevas c¨¢rceles. Un hospital p¨²blico o una escuela sin duda no son m¨¢s costosos que una c¨¢rcel, y de las escuelas y de los hospitales cabe la posibilidad de que salgan un cierto n¨²mero de ciudadanos ilustrados y saludables. De las c¨¢rceles no salen m¨¢s que desesperados que a la larga necesitar¨¢n m¨¢s prisiones y m¨¢s carceleros y polic¨ªas para custodiarlos.
Cuando yo estaba en la universidad, esos avances en la sanidad y la educaci¨®n recib¨ªan el desprecio de la izquierda m¨¢s can¨®nica, que las consideraba trampas reformistas, vergonzosas limosnas arrojadas por el capitalismo a la socialdemocracia en pago por la- gesti¨®n de sus intereses. Qu¨¦ listos hemos sido. Nos fi¨¢bamos menos de Olof Palme que de Ceausescu. Ahora quedan todav¨ªa, en la izquierda espa?ola, dirigentes que no han superado el sectarismo suicida de la III Internacional, pero quienes se grad¨²an con m¨¢s eficacia en el desprecio y el sarcasmo son los nuevos liberales, que tienen en Mario Vargas Llosa su mon¨®tono predicador semanal y acaban de recibir el esfuerzo risue?o y animoso de un tr¨ªo que es como el tr¨ªo Los Panchos de la militancia a favor de las bondades sin l¨ªmite del capitalismo.
A Plin¨ªo Apuleyo Mendoza, a Carlos Alberto Montaner y a Alvaro Vargas Llosa, autores del Manual del perfecto idiota latinoamericano, les dan mucha risa las idioteces y las tonter¨ªas de la izquierda, y, como son tan cosmopolitas, se burlan del provincianismo antinorteamericano de los intelectuales espa?oles, al que no reparan en atribuir simult¨¢neamente or¨ªgenes fascistas y estalinistas. A m¨ª me parece bien que se r¨ªan. Las personas de izquierdas hemos sido con frecuencia rid¨ªculas y obtusas, y no podremos recobrar del todo nuestra lucidez y nuestro empuje pol¨ªtico hasta que no hayamos reflexionado sobre nuestros errores y abjurado de los ¨ªdolos siniestros a los que algunas veces rendimos pleites¨ªa. Pero el suelo y la necesidad de la justicia no tienen ninguna risa, al menos para quienes no pertenecen a la selecta minor¨ªa de Mendoza, Montaner y Vargas, que constituyen la mayor parte del g¨¦nero humano. Hace poco, en una plaza de Praga, sobre el pedestal donde hab¨ªa estado una estatua de Lenin, pusieron otra de Michael Jackson. Creo que es l¨ªcito vindicar el derecho a no inclinarse ante ninguna de las dos.
Adem¨¢s, y ya puestos a re¨ªrnos, tal vez tenga tambi¨¦n algo de risa la devoci¨®n conversa de estos intelectuales por talentos de la talla de Ronald Reagan, de Margaret Thatcher, incluso de Jos¨¦ Mar¨ªa Aznar.
Babelia
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