El hijo de Occidente
LA CAPITAL de Afganist¨¢n, Kabul, ha ca¨ªdo en poder del sector m¨¢s extremista del integrismo isl¨¢mico. Era la ¨²ltima pieza de importancia que quedaba para declarar al pa¨ªs un Estado isl¨¢mico "completo", pues Estado isl¨¢mico ya lo era oficialmente desde la ca¨ªda, en abril de 1992, del r¨¦gimen pro comunista. Los siete grupos guerrilleros fueron, sin embargo, incapaces de estabilizar el nuevo poder y siguieron luchando entre ellos. Hasta ser, a su vez, desalejados por los ultraconservadores talibanes, que en dos a?os se han convertido en la fracci¨®n m¨¢s radical y m¨¢s poderosa del integrismo. Por muy espeluznantes y horrorosas que resulten las im¨¢genes del que fuera presidente y dictador, m¨¢s nacionalista que comunista, Mohamed Najibul¨¢, colgado junto a su hermano -¨¦ste con la boca repleta de devaluados billetes de afgani-, lo ocurrido en Afganist¨¢n no supone una ruptura con el pasado inmediato, aunque se presente como la creaci¨®n de un nuevo Estado isl¨¢mico. En realidad, es la culminaci¨®n -indeseada- de un proceso que, insensatamente, se hab¨ªa impulsado desde Occidente -en particular Estados Unidos- y desde pa¨ªses tambi¨¦n isl¨¢micos -s¨®lo que conservadores- como Arabia Saud¨ª.El islamismo radical pol¨ªtico siempre ha estado presente en Afganist¨¢n. Pero s¨®lo desde la invasi¨®n sovi¨¦tica en 1979 empez¨® a recibir apoyo en dinero, armas y hombres para luchar contra el r¨¦gimen prosovi¨¦tico que, visto desde Washington, s¨ª planteaba una afrenta geopol¨ªtica por parte de la Uni¨®n Sovi¨¦tica en el contexto de la guerra fr¨ªa. Del apoyo a las guerrillas isl¨¢micas en Afganist¨¢n han surgido movimientos isl¨¢mistas radicales en otros muchos pa¨ªses. La semilla, regada por Occidente, ha germinado.
Desde entonces, Afganist¨¢n ha vivido una larga y cruel guerra civil entre grupos y tribus isl¨¢micas enfrentadas entre s¨ª. Los se?ores de la guerra se adue?aron de la situaci¨®n e hicieron de sus armas y del control sobre partes del territorio afgano una forma de vida, tambi¨¦n econ¨®mica, que gener¨® resentimientos m¨²ltiples. Y como en todo este tipo de conflictos civiles, se han producido revoluciones dentro de las revoluciones. La milicia talib¨¢n ha sabido aprovechar el descontento, hacerse con la iniciativa y lanzarse contra Kabul. Con el mul¨¢ Mohamed Omar a la cabeza, es ahora quien controla el pa¨ªs, ha nombrado al nuevo Gobierno y ha anunciado la implantaci¨®n de un "sistema isl¨¢rnico completo". Esto significa, entre otras cosas, la prohibici¨®n a las mujeres de acudir al trabajo, el cierre de las escuelas para ni?as y duros castigos -con amputaciones y ejecuciones- contra los criminales. El asalto a la sede de la ONU en Kabul -donde el antiguo presidente se hab¨ªa refugiado desde 1992-, su fusilamiento y el colgar su cad¨¢ver en una plaza p¨²blica sin el m¨¢s m¨ªnimo intento de juicio refleja el nuevo estilo.
Pero el futuro de Afganist¨¢n no est¨¢, adem¨¢s, cerrado. Las tropas fieles al presidente derrocado Burhanudin Rabani se han retirado para -afirmaron- evitar un ba?o de sangre, que sin duda se podr¨ªa haber producido. El r¨¦gimen ahora impuesto debe a¨²n demostrar su control sobre un pa¨ªs profundamente dividido. ?Un nuevo Estado isl¨¢mico? No conviene reaccionar ante anuncios as¨ª con un esquema propio de la guerra fr¨ªa. El islamismo es m¨¢s magma que movimiento estructurado. Aunque tenga repercusiones en una zona de por si inestable y de por s¨ª inclinada hacia una mayor islamizaci¨®n pol¨ªtica, lo ocurrido en Kabul no parece que vaya a tener graves consecuencias geopol¨ªticas en lo inmediato. Afganist¨¢n no amenaza a nadie. Nunca lo ha hecho. Mientras que este pa¨ªs se ha visto una y otra vez amenazado por sus vecinos y por potencias coloniales, incluida la ex Uni¨®n Sovi¨¦tica.
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