Solo para mayores
Cada vez es m¨¢s frecuente la incidencia de noticias alarmantes que tienen como objeto los menores de edad: asesinatos en B¨¦lgica para surtir con im¨¢genes reales a redes de pederastas, turismo proxeneta que transporta varones a ex¨®ticos paraisos sexuales, movimientos nacionalistas que explotan la belicosidad adolescente, proyectos de ley que proponen la penalizaci¨®n de menores... Y aprovechando la ocasi¨®n, algunos tienden a confundir las cosas, haciendo pasar por corrupci¨®n de menores cualquier otra clase de material sensible, como sucede, por ejemplo, con el caso Arny. Aqu¨ª resulta preciso deunciar tama?a hipocres¨ªa, pues la homosexualidad es un derecho civil tan leg¨ªtimo como de la heterosexualidad; y si es, legal casarse con menores de 18 a?os, aunque sea por inter¨¦s, por que no lo es tener relacioes carnales con ellos, aunque haya que pagar? Otra cosa muy distinta es, por supuesto, la violencia f¨ªsica, el estupro y el acoso sexual, siempre punibles, y m¨¢s cuando sus v¨ªctimas son menores situados en posici¨®n de inferioridad invencible. Pero confundir esos delitos con la prostituci¨®n o la libertad sexual es una falacia en la que incurren los intereses que se lucran traficando con obsesiones morbosas.Creo que aqu¨ª es donde est¨¢ el problema: en este fil¨®n que escubre la prensa explotando al menor, present¨¢ndolo a veces como h¨¦roe maldito y otras omo v¨ªctima morbosa. ?A qu¨¦ viene esta obsesi¨®n de la opini¨®n p¨²blica que permite hacer de los menores objeto predileco del deseo? Parece que nos hallamos ante una metamorfosis social, no por latente menos ominosa, que est¨¢ trastocando las relaciones entre mayoria y minor¨ªa de edad. Pero la opacidad de su efecto retardado nos impide observar su transcurso sobre la marcha, por lo que a¨²n no podemos imaginar sus or¨ªgenes ni sus resultados aplazados pero s¨ª cabe intuir algunas de sus razones profundas.
Ante todo, es preciso advertir que ya no existe una frontera clara entre minor¨ªa y mayor¨ªa de edad. El proceso de emancipaci¨®n personal s¨®lo era s¨²bito anta?o, cuando se pasaba de ni?o a adulto de la -noche a la ma?ana, pero hoy cada vez dura m¨¢s a?os, dada la creciente complejidad social. En su inicio, el proceso se adelanta con progresiva precocidad en la toma de libertades personales, mientras que su t¨¦rmino se aplaza y pospone indefinidamente sin que se sepa cu¨¢ndo puede darse por finafizado, pues la mayor¨ªa de edad real exige una ocupaci¨®n estable que cada vez se adquiere m¨¢s tard¨ªamente. Por eso, durante un lapso de tiempo interminable, los j¨®venes pasan por ser tanto menores tard¨ªos, prematuramente disfrazados de mayores, como mayores tempranos que fingen ser eternamente menores.
Pero, sin embargo, las leyes imponen la ficci¨®n de que existe un umbral puntual: los 16 o los 18 a?os, digamos. Y aqu¨ª sucede como en las leyes de plazos que permiten suspender voluntariamente el embarazo: ?a qu¨¦ mes se convierte un 'nasciturus' en individuo con derecho a la vida? Pues bien, de igual modo: ?a qu¨¦ a?os se convierte un menor en ciudadano mayor de edad? La ficci¨®n jur¨ªdica dir¨¢ lo que quiera el legislador, pero cada joven experimenta su propia mayor¨ªa de edad como una promesa frustrada que siempre se le escapa. De ah¨ª la paradoja- inherente a la condici¨®n juvenil, condenada a poner en escena una contradictona mascarada de carnaval que finge licencias o violencias gratuitas, para poder representar una fugitiva mayor¨ªa de edad. Y esta paradoja se expresa de muchas formas, pues hacerse mayor es asumir responsabilidades sin contenido del que responsabilizarse.
As¨ª sucede hoy con la sexualidad, por ejemplo. La libertad para tener relaciones promiscuas es mayor que nunca, y de hecho cada a?o se adelanta la edad media en que se adquiere la primera experiencia precoz. Pero, parad¨®jicamente, los j¨®venes actuales tienen menos relaciones sexuales efectivas que nunca, dadas sus crecientes dificultades para independizarse. Cuando hab¨ªa represi¨®n sexual pero pleno empleo, todos se casaban muy pronto para poder tener parejas a mano. Hoy, en cambio, a pesar de la permisividad sexual, es dif¨ªcil mantener relaciones frecuentes a causa del paro, pues sin casa propia no hay manera de emparejarse. De ah¨ª la imagen ambigua de la sexualidad juvenil, que si por ¨²n lado se presenta en sociedad de forma hipersexual, como si estuviese genitalmente sobresaturada, por otro resulla, sin embargo, ingenuamente inexperta, inocente y asexuada.
Esto explica en parte el creciente atractivo que para nuestra sociedad cobran los menores como objetos sexuales de deseo. De ah¨ª que tanto la prensa y la publicidad como las dem¨¢s artes narrativas y audiovisuales centren su atenci¨®n preferente en objetos juveniles: seres inmaduros, formas andr¨®ginas, modelos esbeltos, sujetos fr¨¢giles. Pero esta progresiva fascinaci¨®n que ejercen los menores es tan densa (en el sentido de su polis¨¦mica multiplicidad de significados contradictorios) que su explicaci¨®n no parece suficiente si la reducimos a la parad¨®jica posici¨®n que,ocupan los menores en nuestra cultura. Debe de haber algo m¨¢s. Y puede que lo haya, pues cabe sospechar que adem¨¢s influyen algunos otros elementos externos, ajenos a los propios j¨®venes. Una raz¨®n podr¨ªa ser la disminuci¨®n del n¨²mero de menores, dada la ca¨ªda de la natalidad, que les hace ser muy demandados como los bienes m¨¢s escasos. Y otro factor posible es el temor creciente a envejecer, que se agudiza conforme aumenta nuestra longevidad: nos da tanto p¨¢nico hacermos mayores que corremos en busca del socorro carnal de los menores con la vana esperanza de salvamos (o al menos aminorar nuestra vejez) si logramos vampirizarles.
Y a¨²n hay algo m¨¢s, quiz¨¢ no tan evidente, pero de indicios indudables. Y es el cambio de posici¨®n de las mujeres. Anta?o, el g¨¦nero femenino desempe?aba el papel designado de sexo d¨¦bil, proporcionando soporte a la f¨¢lica fantas¨ªa de supremac¨ªa masculina. Pero este complejo est¨¢ pasando a la historia conforme las mujeres aprenden a responsabilizarse del pleno control sobre su propio destino personal. As¨ª, desaparecen las mujeres-objeto y les suceden las muj¨¦res-sujeto. Pero ?qui¨¦n ocupa la posici¨®n de objeto del deseo que han dejado vacante las mujeres al emanciparse?: los menores-objeto, evidentemente, a los que se impide emanciparse como sujetos para que acepten conformarse a su nuevo papel de andr¨®gino sexo d¨¦bil, apuntalando as¨ª la desfalleciente sexualidad masculina con morbosas fantas¨ªas que desmenuzan menores para reforzar la potencia f¨¢lica de los mayores.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.