Un marciano en la corte de Yeltsin
Menos de cuatro meses han bastado a la ¨¦lite pol¨ªtica rusa enquistada en el Kremlin y en su sistema de privilegios para rechazar como un cuerpo extra?o al general Alexandr L¨¦bed, que est¨¢ decidido a ser el pr¨®ximo presidente de Rusia y tiene posibilidades reales de serlo. Este hombre parad¨®jico de 46 a?os, nacido en una familia de origen cosaco del sur de Rusia y formado en las tropas de paracaidistas, suscita los recelos de quienes se sienten amenazados por el mensaje nuevo, a veces radical y contradictorio de un hombre que, conociendo la muerte de cerca por haber participado en muchas aventuras militares del r¨¦gimen sovi¨¦tico (Afganist¨¢n, Bak¨², Tbilisi), tiene como principal m¨¦rito en su haber el fin de dos guerras: la primera en la regi¨®n secesionista del Transdni¨¦ster en Moldavia, en 1992, y la segunda en la rep¨²blica cauc¨¢sica de Chechenia, que ha costado un m¨ªnimo de 100.000 vidas.En la pol¨ªtica rusa, poco estructurada institucionalmente y dominada por las personalidades carism¨¢ticas, todo es posible a¨²n, y la distancia que media entre las simas m¨¢s profundas del ostracismo y las cumbres del Olimpo puede ser m¨ªnima. As¨ª lo demostr¨® el mismo Bor¨ªs Yeltsin a partir de 1987 en una trayectoria de perseguido por el poder y amado por el pueblo que, ahora, salvando las distancias, muchos pronostican para L¨¦bed. Durante los meses que ha pasado en el Olimpo, L¨¦bed ha sido cortejado abierta o encubiertamente por pol¨ªticos conocidos, que le han visto como portador de las ideas de cambio, orden y lucha contra la corrupci¨®n y la delincuencia que muchos rusos est¨¢n reclamando.
Las encuestas de popularidad dicen que el general es el hombre m¨¢s popular del pa¨ªs, gracias, sobre todo, a su capacidad para asumir responsabilidades en una arriesgada operaci¨®n que concluy¨® el 31 de agosto con la firma de un acuerdo con los separatistas cauc¨¢sicos.
Yeltsin, el patriarca cansado y enfermo de la pol¨ªtica rusa, present¨® ayer a L¨¦bed, de 46 a?os, como un d¨ªscolo funcionario protest¨®n e incapaz de trabajar en equipo. L¨¦bed, sin embargo, comenz¨® su aventura con Yeltsin como un aliado y no como un funcionario. "Esto no es un simple nombramiento, esto es la uni¨®n de dos pol¨ªticos de dos programas. Su programa de acci¨®n enriquece el del presidente de Rusia". Estas fueron las palabras con las que Yeltsin sell¨® el 18 de junio la alianza con el hombre cuyo apoyo fue fundamental para su victoria en la segunda vuelta electoral. En la primera, el equipo de Yeltsin hizo una inversi¨®n financiera y t¨¦cnica importante en la campa?a de L¨¦bed, quien obtuvo el apoyo de casi once millones de personas, el 14,52% de los votantes.
El pacto de caballeros no fue respetado. Las amplias competencias de supervisi¨®n sobre los ministerios militares que le fueron concedidas se fueron recortando poco a poco, gracias a la acci¨®n de Anatoli Chub¨¢is, el jefe de la Administraci¨®n presidencial, que se transform¨® en su peor enemigo. Las esperanzas de Chub¨¢is, un ferviente monetarista, de instrumentalizar a L¨¦bed no se vieron confirmadas, porque el general no cre¨ªa deber nada al Kremlin por su victoria y porque los nuevos ricos rusos que quer¨ªan convertirlo en un nuevo Pinochet a su servicio le ten¨ªan sin cuidado. El lenguaje policial del general al hablar de econom¨ªa y sus intenciones fiscalizadoras causaron la alarma de quienes le hab¨ªan financiado.
"En el pa¨ªs hay dos ideas, una vieja, que ha vertido mucha sangre, y otra nueva, que se abre camino con dificultad y a la que le pertenece el futuro. Yo elijo la nueva", dijo L¨¦bed cuando Yeltsin le incorpor¨® a su equipo y le prometi¨® que podr¨ªa influir en su programa. No fue as¨ª. Poco a poco, sus enemigos le fueron ahogando.
El Consejo de Seguridad bajo su tutela fue neutralizado con la creaci¨®n de un Consejo de Defensa con m¨¢s facultades, le quitaron la comisi¨®n de ascensos, que le permit¨ªa influir en la pol¨ªtica de cuadros. Se apropiaron de sus Ideas y crearon una comisi¨®n temporal extraordinaria para incrementar la recaudaci¨®n fiscal y controlar el sistema de impuestos y aduanas, e incluso hay quien dice que aceleraron la reducci¨®n de las tropas de paracaidistas, por temor a que L¨¦bed pudiera utilizarlas en alguna aventura.
L¨¦bed ha causado sobresaltos continuos a la ¨¦lite dirigente. Su primera acci¨®n fue pedir la 41 cabeza" del ministro de Defensa, P¨¢vel Grachov, un compa?ero de armas con el que hab¨ªa trabajado desde 1973, y destituir a los colaboradores m¨¢s allegados del ministro con el pretexto de que estaban organizando un golpe de Estado. Luego, logr¨® que Igor Rodi¨®nov, el hombre que se hizo famoso por dirigir las tropas en los sucesos sangrientos de Tbilisi (Georgia) en 1989, fuera nombrado ministro de Defensa. L¨¦bed estaba a las ¨®rdenes de Rodi¨®nov en Tbilisi.
L¨¦bed consigui¨® el esca?o de diputado de la Duma Estatal (C¨¢mara baja del Parlamento) por sus propios m¨¦ritos en diciembre de 1995 en la ciudad de Tula, donde en el pasado fuera jefe de la divisi¨®n de paracaidistas local.
En el trato humano, L¨¦bed tiene una iron¨ªa mordaz que utiliza lapidariamente con el adversario e incluso consigo mismo. Explicando el cambio de su peinado (antes echado hacia la frente y ahora hacia atr¨¢s), explic¨® en una ocasi¨®n que "cuando uno sirve a Marte [el dios de la Guerra], todo, incluido el aspecto exterior, debe inculcar en el enemigo el pensamiento sobre la fugacidad de todo lo terrestre". "Cuando la actividad cambia, hay que cambiar el aspecto", sentenci¨®. Cu¨¢l ser¨¢ el aspecto del general en el pr¨®ximo futuro est¨¢ a¨²n por ver.
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