La d¨¦cada de Bill Clinton
Los a?os noventa estar¨¢n siempre relacionados, para bien o para mal, con el presidente democrata

Cada d¨¦cada de este siglo en nuestra memoria instant¨¢nea est¨¢ vinculada en Estados Unidos a la personalidad y la suerte de un presidente. Las d¨¦cadas de los a?os treinta y cuarenta corresponden a Franklin Roosevelt; la de los cincuenta, a Dwight Einsehower; la de los sesenta, a John Kennedy -no importa que su mandato se redujera a 23 meses-; la d¨¦cada de los setenta est¨¢ representada por Richard Nixon, y la de los ochenta, por Ronald Reagan. Los a?os noventa estar¨¢n siempre relacionados, para bien o para mal, con Bill Clinton.Incluir el nombre del ex gobernador de Arkansas entre esa media docena de figuras produce cierto v¨¦rtigo si se mira desde el respeto que otorga la historia a los dem¨¢s y si se juzga con ojos poco generosos lo que Clinton nos ha mostrado hasta ahora. Pero, sin la actitud reverencial que suelen suscitar los s¨ªmbolos, m¨¢xime si est¨¢n muertos, Bill Clinton puede ser considerado tan buen exponente de los noventa como sus antecesores lo fueron de las d¨¦cadas pasadas. Y no porque los noventa sean peores. Al contrario, la Am¨¦rica de Clinton es mejor que muchas anteriores o, por lo menos, tan din¨¢mica, diversa y apasionante como la de las mejores ¨¦pocas.
Prescindamos de los datos econ¨®micos conocidos, al fin y al cabo coyunturales y circunstanciales. Prescindamos tambi¨¦n del debate pol¨ªtico cotidiano, que siempre ofrece una visi¨®n algo distorsionada de la realidad que vive el pa¨ªs. Qued¨¦mosnos s¨®lo con los s¨ªntomas que parecen mostrar m¨¢s profundamente la cara de esta sociedad y encontraremos una naci¨®n saludable, en permanente estado de renovaci¨®n, conservadora de sus valores y audaz ante lo innovador, algo menos poderosa, algo menos injusta, ligeramente m¨¢s cerrada al exterior y m¨¢s abierta y tolerante con la disidencia interna, tan orgullosa de s¨ª misma como siempre, pero menos arrogante como en los ¨²ltimos 100 a?os.
La Am¨¦rica de Clinton es, por mencionar uno de los aspectos m¨¢s claramente diferenciadores, un pa¨ªs pr¨¢ctico. No es que ese rasgo de Estados Unidos no hubiera surgido antes, sino que ahora se ha acentuado, se ha convertido en el car¨¢cter fundamental.
En las elecciones recientes, m¨¢s que nunca, los norteamericanos han votado con el sentido pr¨¢ctico del reparto de poderes. Pero el martes pasado dej¨® en California un ejemplo a¨²n mejor del pragmatismo actual: los electores se pronunciaron al mismo tiempo por la abolici¨®n de las leyes que ayudan con peque?os privilegios a las minor¨ªas y por la legalizaci¨®n de la marihuana para usos m¨¦dicos. En ambos casos, los aspectos ideol¨®gicos -que seguramente hubieran dominado una discusi¨®n de ese tipo en Europa- quedaron al margen, y se impuso el instinto pr¨¢ctico de esta sociedad, que acepta una droga si sirve de algo y que rechaza una f¨®rmula de justicia social que se ha demostrado que no sirve de mucho.
Al prescindir de la ideolog¨ªa, la d¨¦cada de los noventa no necesita de un l¨ªder, de un conductor. Requiere de un moderador, un guardia de tr¨¢fico que evite los excesos de algunos y garantice que el movimiento de la sociedd es fluido. Para eso se requiere una persona flexible, suficientemente humilde como para admitir que su misi¨®n no es imponer el rumbo, y suficientemente atractiva como para ganarse, al menos, la simpat¨ªa de los millones de descre¨ªdos. Qu¨¦ duda cabe, esa persona es Bill Clinton. Clinton no es un l¨ªder, y por eso su inclusi¨®n en la lista junto a los cinco grandes presidentes del siglo suena chocante.
La Am¨¦rica desideologizada de los noventa es m¨¢s libre. Los norteamericanos de las ¨²ltimas generaciones est¨¢n menos apegados al dinero, odian la ostentaci¨®n y han redescubierto el gusto por la vida sencilla. Tambi¨¦n tienen menos prejuicios raciales y sociales. Los j¨®venes blancos de hoy, tras a?os de educaci¨®n en lo pol¨ªticamente correcto, se comunican m¨¢s f¨¢cilmente con los negros, y ¨¦stos tambi¨¦n est¨¢n pujando por encontrar f¨®rmulas diferentes al tradicional c¨ªrculo de victimismo-revanchismo en el que se han movido.
Bill Clinton posee una caracter¨ªstica, propia de su generaci¨®n, que no concuerda con la d¨¦cada de los noventa: la ambici¨®n. ?se es su principal punto de desencuentro, y lo que le ha hecho aparecer como un personaje maniobrero y tramposo. Pero se le perdona porque tiene otras muchas condiciones apropiadas para las exigencias de la Am¨¦rica contempor¨¢nea: su sencillez, su humanidad, incluso su debilidad. Clinton ha pasado media vida en conflicto con una mujer inteligente que demanda su propio espacio, como tantos norteamericanos de hoy; en conflicto con su pasado, con su origen, con sus ideas. Es un personaje contradictorio y confundido, como tantos norteamericanos de hoy.
La Am¨¦rica de los noventa sufre de desorientaci¨®n. Los estadounidenses acuden al trabajo cada ma?ana con serias dudas de que quieran convertir sus vidas en una carrera hacia el ¨¦xito profesional. Los j¨®venes hacen estudios de vaga definici¨®n y tardan a?os en encontrar su vocaci¨®n. Se refugian en el deporte y en la psiquiatr¨ªa en busca de respuestas a sus dudas m¨¢s ¨ªntimas. Pero esa desorientaci¨®n tiene un lado creativo. Casi todo es motivo constante de reconsideraci¨®n: su posici¨®n en el mundo, sus valores, el aborto, la eutanasia, la crisis de la sociedad del bienestar. Bill Clinton es el reflejo de todos los norteamericanos, plantados frente a esos problemas, sin saber muy bien qu¨¦ hacer, buscando soluciones pr¨¢cticas, satisfactorias para la media de la sociedad. La Am¨¦rica de Clinton, como otras anteriores, sigue empe?ada en su sagrada misi¨®n de dejar para las generaciones futuras una sociedad mejor que la que heredaron de sus antepasados. Ese objetivo se va convirtiendo, sin embargo, en una carga demasiado pesada para una naci¨®n que, poco a poco, est¨¢ descendiendo a la categor¨ªa de mortal, se va haciendo m¨¢s corriente, m¨¢s humana, menos admirable. Como Bill Clinton.
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