Una aparici¨®n ser¨¢fica con arco
Hay que ir al Pradillo y contener la respiraci¨®n ante la dura, honesta y penetrante lecci¨®n de inconforminidad que da Olga Mesa en su pieza, s¨®lo apta para personas libres, pues el grito ahogado de su talento en busca de horizonte se revuelve en un estupor sin fin, algo sordo que se extiende m¨¢s all¨¢ del placer. Una mujer en su interior sin vistas, tratando de ganar tiempo, de encontrar una pausa entre las miserias de la autocomplacencia. Si hay una frontera para la desesperaci¨®n, ¨¦sa la pone la core¨®grafa en su juego de horror, un rito sin la menor compasi¨®n.Mesa va a mejor cada vez: la artista traza en tiza sobre, el suelo un gr¨¢fico que comprende vectores y las palabras pricipio, espera, final, el martilleo de un metr¨®nomo pisa la grabaci¨®n de un ensayo vocal. Es un inteligente y desgarrado soliloquio de fuerte impronta sexual. Ella, esta vez est¨¢ m¨¢s din¨¢mica sobre el suelo, y su estudiado registro de impulsos ofrece una lectura de fuerte erotismo, ir¨®nica con sus propios fantasmas. Hay un continuum onanista frente a un imaginario espejo convexo y deformante.
Compa?¨ªa Olga Mesa
estO NO eS Mi Cuerp0: coreografia e interpretaci¨®n: Olga Mesa; m¨²sica: Carles Barros, Raul Haussman y otros; violonchelo: David Manuel Fern¨¢ndez; vestuario: B. Cervig¨®n, Festival de Oto?o. Teatro Pradillo, Madrid. Hasta el 17 de noviembre.
La bailarina se hiere con el suelo, sus muslos tatuados est¨¢n llenos de huellas y la combinaci¨®n de raso gris se agujerea en el ajetreo de su cuerpo potente. Va y viene, reta con su mirada, se toca duramente por delante y por detr¨¢s. Pero todo se pone turbiamente grave con el filme y la luminosa aparicion del chelista, cuyo desnudo (a pesar de los disuasorios calcetines blancos) es un, revulsivo, una aparici¨®n ser¨¢fica que impone su voluntad con lo que ta?e y as¨ª la hace bailar espasm¨®dicamente en el repentino y falaz entusiasmo del espectro de una posesi¨®n que no existe. Al final Olga Mesa se pone el metr¨®nomo por montera y la luz del juicio, que sale de debajo de las butacas del p¨²blico, la empotra contra su destino solitario donde no queda ni el eco de las cuerdas del violonchelo. Silencio y oscuro. La belleza del dolor.
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