La casa com¨²n del hutu y del tutsi
Tras el s¨²bito retorno de m¨¢s1 de 500.000 refugiados, una nuevaera de sombras inunda Ruanda
ENVIADO ESPECIAL A la Ruanda profunda, la que cultiva cada rinc¨®n de tierra, desde el fondo de los valles a la cima de las monta?as, se llega por caminos endiablados. M¨¢s de 40 kil¨®metros lleva grabados en los pies descalzos Bernadette Dusahimana, de 35 a?os, un ni?o de dos semanas al pecho y otros dos que caminan a su lado, y Patrice Ndarifite, de 32, dos vecinos de la Busumba, un sector la comuna de Rwere, prefectura de Ginyi, al norte de Ituanda y fronterizo con Zaire. Son parte el medio mill¨®n de retornados, hutus en u mayor parte, que levan cinco d¨ªas camiando desde los campamentos de refugiaos en la regi¨®n zairea de Kivu Norte, en que han pasado dos a?os y medio. Cargaos con sacos de m¨¢s e 40 kilos en los que be todo su ajuar, su mayor temor es que est¨¦n ocupadas las casas y tierras que abandonaron en julio de 1994, cuando el triunfo del tutsi Frente Patri¨®tico Ruand¨¦s llev¨® a m¨¢s de dos millones de hutus al exilio.
Tos vecinos nos reciben bien. Nos saludan, pero no nos han dado nada". La casa com¨²n del hutu y del tutsi est¨¢ todav¨ªa por construir.
Tras el genocidio que se llev¨® por delante en tres meses de 1994 a casi un mill¨®n de tusis y hutus moderados y la ida posterior de un cuarto de a poblaci¨®n ruandesa, sigui¨® el etorno de casi 700.000 tutsis, al unos exiliados desde 1959. El etorno de m¨¢s de medio mill¨®n e refugiados en Kivu Norte, iniciado s¨²bitamente el pasado iernes, ha resuelto apenas una etra del enrevesado jerogl¨ªfico ruand¨¦s. Los problemas no han echo m¨¢s que comenzar.
En Rwerere, el burgomaestre el jefe militar presiden una conurrida asamblea de todos los responsables administrativos de comuna. Asisten tres invitados el Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Derechos Humanos (ACNUDH): un turco y dos griegos, involuntario ejemplo de convivencia ¨¦tnica.
El debate es muy vivo, un reflejo de las nuevas amenazas que ciernen sobre Ruanda. El jefe militar pide que se evite toda revancha y hace un llamamiento "en favor de la reconciliaci¨®n de todos los ruandeses", aun que a rengl¨®n seguido advierta que as intenciones del gobierno son "hacer justicia y encarcelar a los que tengan alguna culpa". lo que el burgomaestre a?ade que e notifique la llegada "de todo aquel que se fue con armas para que pueda ser investigado". El tema se despacha pronto, porque lo que de momento m¨¢s inquieta a todos es lo relativo a la propiedad de la tierra."?Cu¨¢ntos d¨ªas debe esperar el retornado a que el ocupante de su tierra y su casa abandone su pro piedad?". El burgomaestre, que ha empezado la asamblea a cielo abierto reclamando que se reciba a los retornados con afecto, "porque muchos de ellos vuelven traumatizados", recuerda que el Gobierno ha esta blecido con toda claridad que los retornados tienen el pleno amparo de la ley para recuperar sus viviendas y sus tierras.
El burgomaestre apela buena voluntad de todos para llegar a un acuerdo y evitar los enfrentamientos. Son todav¨ªa muy pocos los retornados que han llegado a la comuna de Rwerere, pero la Administraci¨®n local se ha dado m¨¢s prisa que la comunidad internacional para afrontar uno de los retos capitales del futuro de Ruanda.
Las buenas Intenciones chocan tozudamente con la realidad. Giorgos y Errol, el griego y el turco de la ACNUDH, acompa?ados de Evy Karampatsou, que realiza un v¨ªdeo que debe servir para mostrar en el resto de las comunas c¨®mo resolver problemas que si no se atajan ser¨¢n dram¨¢ticos, se dirigen despu¨¦s con una consejera -una de las escas¨ªsimas mujeres con cargos de responsabilidad en la comuna- a comprobar sobre el terreno c¨®mo van las cosas.
Ester Nzabonimpa lleg¨® el lunes a su casa de Rwerere y la encontr¨® ocupada. Ha pasado la noche en el patio con sus seis hijos. No se ha atrevido a hablar con los que ocupan su vivienda porque ha regresado sin su marido, perdido en alg¨²n lugar de Ruanda. "No tenemos comida, ni agua, ni techo", dice a la consejera, que la escucha con paciencia y las manos cruzadas. A instancias de los enviados de la agencia de Derechos Humanos responde con una pregunta: "Si no hay comida, si la casa est¨¢ ocupada, si todav¨ªa no ha llegado la ayuda de las organizaciones humanitarias, ?qu¨¦ podemos hacer? Hay que tener paciencia. Haremos lo que podamos, pero sin ayuda de la ONU poco podemos", dice antes de pedir dinero para tomar una cervecita".
La mayor¨ªa de los casos se pacen a los de Ester Nzabonima, por eso resulta ins¨®lita la historia de Theoneste Ntibaheba. arado frente a su pobr¨ªsima asa de adobe junto a una de sus os mujeres y sus cinco hijos, que comen "mazorcas de ma¨ªz regaladas por los vecinos", Theoneste ofrece un "ejemplo de reconciliaci¨®n", apunta Giorgos.
A la izquierda del grupo posa Mirindi Gasore, el ocupante. En segundo t¨¦rmino, asomada a la puerta, la segunda mujer de Theoneste, con otro hijo. A la derecha, rozando el m¨ªsero huerto, una de sus suegras, y sentada, la mujer de Gasore, con un ni?o que exprime en vano unos pechos muertos. Todos, salvo Theoneste, que viste zapatos destrozados, est¨¢n descalzos. Parece una estampa de la historia m¨¢s negra de Las Hurdes, pero son paisanos del coraz¨®n de Africa, y la foto acaba de ser tomada.
Una de las mujeres de Theoneste Ntibaheba es tutsi y huy¨® al Este de Zaire con sus cuatro hijos y su madre cuando en abril de 1994 comenz¨® el genocidio. Theoneste, que es hutu, sigui¨® los pasos de su primera mujer con su segunda esposa en el mes de julio, cuando tras la victoria del Frente Patri¨®tico Ruand¨¦s m¨¢s de un mill¨®n de hutus huyeron a la regi¨®n zaire?a de Kivu. en tres d¨ªas. A la residencia vac¨ªa de Theoneste regres¨® su suegra poco despu¨¦s, y encontr¨® que la pobreza se hab¨ªa multiplicado: hab¨ªan saqueado la casa.
En diciembre de ese a?o, Mirindi Gasore, un tutsi que huy¨® de Ruanda en 1959, cuando el camino de la cercana independencia se sembr¨® de matanzas, ocup¨® una parte de la casa de Theoneste con su mujer y su hijo, tras obtener el consentimiento de la suegra. El s¨¢bado, despu¨¦s de huir a pie del campo de refugiados de Mugunga, cerca de Goma, la capital de Kivu Norte, Theoneste regres¨® con sus dos mujeres y sus seis hijos. Propietario y ocupante, un hutu y un tutsi, han decidido convivir hasta que el segundo pueda levantar su propia casa. "Tenemos que comprendernos y ayudarnos unos a otros", dice Theoneste con su voz grave.
Es un ejemplo de convivencia inter¨¦tnica en la misma casa, ahora que el regreso masivo de los refugiados ha desencadenado una nueva era de sombras en Ruanda, un diminuto e hipercultivado pa¨ªs casado con el sufrimiento. Paradojas del destino, desde la casa que comparten Theoneste y Mirindi se divisa a lo lejos el campo de refugiados de Kiburriba, donde Theoneste y los suyos pasaron dos a?os y medio de nostalgia. Tal vez sirva de triste recordatorio para que la casa com¨²n del tutsi y del hutu eche ra¨ªces y conjure los males que desde hace m¨¢s de 30 a?os desangran el pa¨ªs de las mil colinas.
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