Un brindis: dos bodegas, dos restaurantes
Esto de comer y beber mejor y m¨¢s a lo bruto desde que asoman los d¨ªas en los que Ni?o Dios hizo turismo en la Tierra, uno no sabr¨ªa decir si es cosa de subdesarrollo metaf¨ªsico o es cosa de pobres. Es un hecho. Pues all¨¢ hay que ir: a dos restaurantes que apuntan alto y quien quiera puede tocarlos (cuatro, cinco mil pesetas), vivirlos y gozarlos.Los dos aman el vino y lo sirven con saber. El uno, Las Cuatro Estaciones (General Ib¨¢?ez ¨ªbero, 5; tel¨¦fono 553 63 05) es una especie de M¨®naco universal de un pr¨ªncipe que tiene la suerte de llamarse Miguel Arias, sin m¨¢s, y que no le hacen falta princesas m¨¢s o menos aficionadas a la vida del mundanal ruido para ser mundial.
Aqu¨ª hay que arrodillarse ante uno de los contados se?ores que, en la Espa?a de la restauraci¨®n, saben tener al vino en los brazos sin tocarlo, es decir, que saben que el vino necesita una temperatura por debajo de los 15 grados, que no quiere ruido y que le espanta la luz abrumadora del d¨ªa. Y m¨¢s a¨²n, claro: en Las Cuatro Estaciones se sienta uno en penumbras alumbradoras para degustar: ensalada de chipirones, pescados aut¨¦nticos aunque tirando a una modernidad, y chulet¨®n de buey para dos personas que vale poco m¨¢s de 3.000 pesetas. Y al que le cumpla no tiene m¨¢s que abrirse al festival de postres insignia de la casa. ?Nos hemos olvidado de decir que en sus bodegas acristaladas reposan todos los vinos?. Y el aparcacoches las comodidades todas, simples, brumosas, invitan a la emoci¨®n o al silencio o a estar, sin m¨¢s.
Ahora hay que parlamentar sobre El Chafl¨¢n (P¨ªo XII, 34; tel¨¦fono 345 04 50). Es una sorpresa perfecta, salvo para su clientela, para sus feligreses si se quiere ajustar el tiro. Como de costumbre en estas rese?as, o l¨ªneas, no se pretende abrumar con datos que no sean muy esenciales; s¨ª desear¨ªamos exponer alguna idea para que el que leyere se sensibilice y piense por su cuenta; y en este caso, ni pintiparado. El Chafl¨¢n, que uno conoci¨® hace d¨ªas por azar, esto es, porque el susodicho se complementa con un hotel (Aristos), de una finura -como el restaurante- que, por otro azar, nos sirvi¨® de aposento una noche, tiene por lema lo que yo pod¨ªa so?ar: "Lo que nosotros pretendemos aqu¨ª es recuperar la cocina sustancial de siempre con un empaque y una cierta altura". Esto es dogma de fe cuando se prueba el risotto de pescados y mariscos al azafr¨¢n, el risotto de setas y hongos de temporada, el risotto de pich¨®n: cada plato, 2.500 pesetas, y uno puede darse por comido, claro; es dif¨ªcil hablar del bacalao a la brasa que recuerda un dibujo de Toulouse-Lautrec, y no m¨¢s f¨¢cil describir el solomillo de cerdo acompa?ado de pur¨¦ de lentejas especiadas. Hablar de la la bodega ser¨ªa ofensa, casi, cuando se le escucha, una vez s¨®lo, al director, Juan Pablo Felipe Tablado: Es un festival, una enoteca, en su contenido y en la oratoria de este hombre. Y atenci¨®n: en el bar contiguo al comedor, un men¨² de 1.500 pesetas...
Joya marginal de la semana: ?por qu¨¦ hay que soportar a los taxistas madrile?os que, a trav¨¦s de la emisora que los controla, atorran al cliente con sus chanzas del estilo: "?Oye, chato!, las tetas de la de anoche chorreaban. ?Qu¨¦ t¨ªa!".
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