Arte del chisme
Es mejor muchas veces quedarse en casa leyendo el libro que salir a la calle a conocer a su autor. La compa?¨ªa de los artistas puede ser mala, suele ser mala. Si en el papel resultan de lo m¨¢s admirable, la carne, como a todo mortal, les traiciona, y corremos el riesgo de que el espejo de sus virtudes art¨ªsticas se rompa a la primera mirada de cerca. Algunos adem¨¢s huelen mal, visten mal, miran mal (desde lo alto), o tienen la tendencia a no pagar las consumiciones, esperando que el admirador se haga cargo de todas sus copas. Cuando pertenecen al g¨¦nero locuaz la cosa puede empeorar; los unos hablan encarnizadamente de la cocina de su elevado oficio, una conversaci¨®n que casi siempre empacha a quien lo que le gusta es comer y no cocinar, sobre todo teniendo en cuenta que estos chefs de las artes nunca dan al final su receta. Los otros hablan, como se dice en Inglaterra, de la tienda y eso equivale habitualmente a un discurso sobre el dinero de los adelantos, el monto de las ventas a un coleccionista, la humillaci¨®n sufrida ante un rival de m¨¢s ¨¦xito, el porcentaje limpio de una buena taquilla teatral. Pero hay excepciones. He conocido a artistas con el don de escuchar, y eso que ellos mismos ten¨ªan, cuando abr¨ªan la boca, la rara gracia de seducir con humor y sabidur¨ªa. La semana pasada yo di por bueno el tiempo dedicado a Gore Vidal, que pas¨® por Madrid y Barcelona para presentar la edici¨®n de su libro Palimpsesto, en espa?ol s¨®lo llamado Una memoria, que era la segunda mitad del t¨ªtulo original. En el primer encuentro, una cena de pocos comensales convocada por su editor Mario Muchnik, Gore Vidal hizo honor a la mitad social de su fama; anecdotario internacional, ingenio nunca hueco, histrionismo (en el sentido recto de la palabra: sus imitaciones de Chaplin y el presidente Kennedy provocaron las carcajadas), elegancia adornada de malicia. A¨²n m¨¢s apasionante fue la velada en el C¨ªrculo de Bellas Artes ante un p¨²blico que le hac¨ªa preguntas sin cortapisa, y donde todos pudimos o¨ªr en directo al segundo Vidal, el valiente enemigo de una Norteam¨¦rica soezmente imperial y ensimismada, el radical que lleva 30 a?os clavando aguijones al establishment. O¨ªr a Gore Vidal. M¨¢s bien o¨ªr y verle en acci¨®n, pues este hombre de apariencia senatorial y dicci¨®n de gal¨¢n maduro ha sido siempre un gran int¨¦rprete (a veces se ha ganado la vida actuando). En mi caso la inmersi¨®n vidaliana continuaba en casa con las p¨¢ginas de su grueso volumen, como si el lector quisiera comprobar, al regreso de unas representaciones tan brillantes, la verdad del escritor.
Una memoria cubre los primeros 39 a?os de su vida y es un libro hermoso y suculento que a m¨ª me devuelve el Vidal que prefiero entre los muchos vivos bajo su nombre: el novelista -La ciudad y el pilar, El juicio de Paris, Myra Breckinridge, Juliano- capaz de introducir en contextos muy diferentes la desfachatez de una voz intempestiva, aguda, arrolladora. Y es que a Gore Vidal le ha acompa?ado siempre -como un nube de maleficio- la fama de su exceso. Fue una beautiful thing desde peque?o, un adolescente perseguido por hombres y mujeres (las p¨¢ginas de su complicado romance con Ana?s Nin y su complicada amistad con Tennessee Williams son divertid¨ªsimas), un hombre de mucho ¨¦xito en el teatro y la televisi¨®n, un pol¨ªtico eternamente in p¨¦ctore (aunque lleg¨® a presentarse a unas elecciones para la C¨¢mara de Representantes, que perdi¨®), un depredador sexual ("a los 25 a?os calcul¨¦ que f¨¢cilmente habr¨ªa tenido m¨¢s de mil encuentros sexuales" una celebridad entre celebridades, y la sociedad, sobre todo la sociedad literaria, nunca le perdon¨® que tuviera encima tiempo de escribir.
Pero no hay que dejarse enga?ar por los brillos del papel couch¨¦; por mucho chisme de alto voltaje que el lector encuentre -y disfrute- en esta memorias, Gore Vidal no malgasta su genuino talento de escritor. La obra est¨¢ sagaz y bellamente construida como un lamento en el crep¨²sculo; a la recurrente historia de su ¨²nico amor inconfesado y pronto perdido, el del compa?ero de estudios que muri¨® en lwo Jima sin llegar a leer a Walt VVhitman, Vidal superpone la elegante y dolida y l¨²cida manera de entender y describir un mundo de palabras que ¨¦l se empe?a en ver como "la simple coda de una aliteratura occidental cada vez m¨¢s irrelevante".
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