Encuentro en la Alameda
Me piden semblanzas, balances, recuerdos, y la verdad es que necesito detenerme, reflexionar, respirar un poco. La escritura de circunstancias adquiere sentido cuando deja de ser escritura de circunstancias. Pienso en los escritores cercanos que murieron, en una lista heterog¨¦nea y cada d¨ªa m¨¢s larga: Carlos Barral, Enrique Lihn, Jaime Gil de Biedma, Cristi¨¢n Huneeus, entre muchos otros. En la gen eraci¨®n anterior, Luis Oyarz¨²n, Pablo Neruda, Julio Cort¨¢zar. Julio Cort¨¢zar decidi¨® alejarse antes de ser alejado por la muerte, por razones que ahora me parecen menores. Eran tiempos de confusi¨®n, de ofuscaci¨®n general y compartida. En mi ¨²ltima conversaci¨®n con Jos¨¦ Donoso me dijo que estaba leyendo Rayuela. Estaba deslumbrado con el libro, fascinado. Le coment¨¦ que hac¨ªa poco hab¨ªa revisado con atenci¨®n los cuentos de Cort¨¢zar, pero que no sab¨ªa qu¨¦ me pasar¨ªa al releer Rayuela. Me propuse poner manos a la obra alguno de estos d¨ªas, Ahora compruebo que mi tarea se ha multiplicado: Rayuela, El obsceno p¨¢jaro de la noche, Coronaci¨®n, El lugar sin l¨ªmites. Uno deber¨ªa pasarse el resto de la vida releyendo, saboreando el ritmo lento, incomparable, profundo, de la relectura. Empiezan a crearse tejidos de referencias, v¨ªnculos insospechados, comprobaciones evidentes, rectificaciones sorpresivas.Una de mis primeras im¨¢genes de Jos¨¦ Donoso es la de una noche en el antiguo caf¨¦ Bosco, en plena Alameda de Santiago de Chile, m¨¢s o menos a la altura de la iglesia de San Francisco y de la tambi¨¦n antigua y desaparecida P¨¦rgola de las Flores. En medio del humo, del bullicio, de los vinos baratos, vimos aparecer de repente a Donoso, un joven alto, sobrio, m¨¢s bien p¨¢lido, m¨¢s bien t¨ªmido, que nos entreg¨® quiz¨¢ el primero de sus cuentos, China. Los cuentos y los poemas de nuestra generaci¨®n circulaban en forma manuscrita, en copias de, m¨¢quinas de escribir que ten¨ªan los tipos gastados, saltados. Creo que Pepe ni siquiera se dign¨® sentarse. No era hombre de las tertulias del Bosco. Despu¨¦s de hacer un par de bromas nos dej¨® el manuscrito y me parece que lo le¨ªmos de inmediato. Ahora no me acuerdo mucho, no s¨¦ si a causa de la naturaleza del texto o del efecto de los vinos de lija, que nos dejaban c¨ªrculos de color morado en los labios. Admiro, eso s¨ª, la astucia de Jos¨¦ Donoso para no quedarse en aquella mesa. ?Cu¨¢ntas horas perdidas, cu¨¢ntos devaneos in¨²tiles, cu¨¢ntos amaneceres con un par de se?oras uniformadas del Ej¨¦rcito de Salvaci¨®n vendi¨¦ndonos El grito de guerra! ?l actu¨® desde un comienzo como un escritor ajeno a las costumbres de la tribu literaria, una especie de exc¨¦ntrico tranquilo, e hizo muy bien. Recuerdo una frase de Alone, el cr¨ªtico hegem¨®nico de aquellos a?os en que hab¨ªa cr¨ªtica y en que el espacio de la literatura, parad¨®jicamente, era mucho m¨¢s amplio que el de ahora: "Parece ingl¨¦s". Parecer ingl¨¦s pod¨ªa constituir entre nosotros un inconveniente grave, pero sospecho que Pepe supo convertirlo en una ventaja, un aspecto de su independencia creativa.
Me lo encontr¨¦ otra vez al mediod¨ªa en la esquina de la Alameda con la calle de Ahumada o con Estado. No s¨¦ si ven¨ªa de las oficinas cercanas de la editorial que se llamaba entonces, si no me equivoco, Nuevo Extremo, y que despu¨¦s se transformar¨ªa en Pomaire. Hab¨ªa traducido los cuentos de una escritora remota, perfectamente desconocida en aquellos a?os y hasta mucho tiempo despu¨¦s, Isak Dinesen. Ahora pienso que esa traducci¨®n era un signo anunciador, una se?al clara: en una ¨¦poca de realismo, sin excluir, desde luego, el realismo socialista, Jos¨¦ Donoso se inclinaba en forma decidida por la literatura de la individualidad y de la imaginaci¨®n. Descuid¨¦ la lectura, por distracci¨®n, por lo que sea, de los Siete cuentos g¨®ticos y de los Cuentos de invierno, y los descubr¨ª mucho m¨¢s tarde, a fines de la d¨¦cada de los sesenta. En parte coincidieron y en parte ayudaron a preparar un cambio de perspectiva, algo que se podr¨ªa describir como una liberaci¨®n. Me sorprendi¨® entonces y todav¨ªa me sorprende la lucidez del joven Donoso, extra?amente indiferente a lo que parec¨ªan las tendencias dominantes.
En ese encuentro, en esa esquina, debo de haberle hablado de mis proyectos de separarme de la casa familiar, que se encontraba en la misma Alameda, pero en el lado del sur y un poco m¨¢s arriba. Me acuerdo de la reacci¨®n suya como si fuera hoy: "Qu¨¦date en la casa de tus padres, donde te dan todo, y aprovecha para escribir. ?No seas tonto!". No s¨¦ si estaba en condiciones de seguir ese consejo. No lo segu¨ª, de hecho, y la separaci¨®n tuvo algunas ventajas, pero el coste fue pesado, fatigoso, a veces abrumador. Me transform¨¦ en abogado penalista, en peque?o agricultor, en funcionario de la Direcci¨®n Econ¨®mica del Ministerio de Relaciones, delegado ocasional de Chile ante el GATT y ante algo que se conoc¨ªa, en la jerga del oficio, como Primera Unctad. Llegaba a las casas de mis amigos escritores, escuchaba el tecleo de sus viejas Underwood o de sus Olympias, y ten¨ªa un sentimiento de frustraci¨®n amarga. No sab¨ªa si podr¨ªa sobrevivir. He gozado de buena salud, felizmente. Jos¨¦ Donoso, entretanto, parec¨ªa sufrir de una mala salud cr¨®nica, de una enfermedad relacionada de alg¨²n modo oscuro con la creaci¨®n literaria y a la que se sobrepon¨ªa siempre. Por eso, en forma contradictoria, daba la impresi¨®n de que no iba a morirse nunca.
Otro encuentro en la Alameda de aquellos a?os se produjo al llegar a la calle de la Bandera, en la zona del Club de la Uni¨®n. Pepe Donoso se estaba metiendo a un auto. Cuando me vio pasar, asom¨® la cabeza y agit¨® en el aire el primer ejemplar reci¨¦n salido de la imprenta, con sus tapas amarillas, de Coronaci¨®n. Eso fue todo. Le¨ª la novela y publiqu¨¦ ya no s¨¦ d¨®nde un ensayo que se ha extraviado. Ahora recuerdo un caser¨®n, una anciana hundida en su camastro, un hombre maduro m¨¢s bien solitario y que coleccionaba, me parece, bastones, unos amores en los patios traseros y en los dormitorios, servidumbre, como se dec¨ªa en el Chile de entonces. Despu¨¦s supe que el novelista se hab¨ªa refugiado para escribir en una casa de Isla Negra frente a la cual yo pasaba siempre en mis paseos de fin de semana. Era una bonita casa de inquilinos, de un piso, rodeada de ¨¢rboles torcidos por el viento, en una colina frente al mar. En ese tiempo, antes de los loteos y de las urbanizaciones, era un paisaje de p¨¢jaros, de animales, de aire salobre, de un oleaje que retumbaba en las noches como trueno subterr¨¢neo. Su vecino Neruda sol¨ªa mandarle a un ni?o mensajero para invitarlo a comer. Ah¨ª, en ese paisaje anterior y en esa casa desaparecida, comenz¨® a elaborar Jos¨¦ Donoso su larga serie de novelas. Con su obstinaci¨®n, con su pasi¨®n literaria que no. hac¨ªa concesiones, termin¨® por sacar de su cabeza todo un mundo, un espejo deformado del nuestro y que nos dice, a trav¨¦s de su deformaci¨®n, cosas que necesitamos saber y que no siempre aceptamos.
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