Creaci¨®n
Dios cre¨® el mundo en s¨®lo seis d¨ªas, y esa prisa se nota. Basta contemplar algunos reportajes de National Geograpihic o leer en la Biblia a Isa¨ªas para entender que este mundo ha sido fabricado por alguien que nunca volvi¨® la vista atr¨¢s. Existe una, duda. No. est¨¢ claro si Dios cre¨® al hombre a su imagen y semejanza o s¨ª fue un mono en medio de la floresta quien imagin¨® que m¨¢s all¨¢ de las nubes hab¨ªa un gobernador pare cido a s¨ª mismo, aunque ya sin rabo y coronado de oro, que era el supremo depositario de toda la crueldad. En cualquier caso, esta creaci¨®n humana o divina, al parecer, se realiz¨® con gran precipitaci¨®n, en el ¨²ltimo d¨ªa, en medio de las tinieblas. De hecho, el barro de Dios o del hombre est¨¢ a¨²n sin cocer del todo, de modo que la labor creativa debe continuar. Mientras en los reportajes de National Geographic los leopardos, con suma elegancia, devoran a las gacelas, los moralitas, en las tribunas, claman contra la corrupci¨®n general, pero nada puede cambiar si Dios no cambia. Cuando la corrupci¨®n es general habita tambi¨¦n en el coraz¨®n del inquisidor que la combate como la violencia est¨¢ en las entra?as de todas las fieras. A veces me pregunto si creo en Dios. El problema consiste en que creo demasiado. Cada d¨ªa esta creaci¨®n es m¨¢s dilatada. Dios tambi¨¦n es el blando silencio de la nieve y el fondo del lago Constanza donde duerme la doncella que enamor¨® al anciano Carlomagno. Dios es el violonchelo de Rostropolv¨ªch y el esp¨ªritu de los metales que en el cr¨ªsol fund¨ªan los alquimistas; tambi¨¦n equivale a la sustancia de un potaje bien trabado y al mismo tiempo palpita en cada duna del desierto de Libia, y est¨¢ en el belfo espumoso de todos los caballos de carreras y en ciertos versos de Dante. En el solsticio de invierno ahora Dios comienza a abrir el comp¨¢s de la luz. La vida s¨®lo podr¨¢ terminar feliz mente cuando Dios se confunda con el queso de cabra de nuestra ensalada junto con el apio y los rub¨ªes de la granada. Hay que ensanchar a Dios todos los d¨ªas, pero no hasta las entra?as de los tigres.
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