Atm¨®sferas como cuchillos
De Albert Camus (1913-1960), premio Nobel de Literatura a los 46 a?os, se han publicado r¨ªos de tinta, porque ¨¦l escrib¨ªa a sangre, sobre el dolor y la libertad. Hoy, en el crep¨²sculo de este siglo aberrante, resulta urgente, por en¨¦sima vez, resucitar su compromiso, capaz de aguar p¨®lvora con palabras. Ven¨ªa a decir el gigante que las palabras contra las pistolas no sirven, pero que las palabras, junto con las ideas y las pistolas, siempre vencen a las armas cargadas de sinraz¨®n. Era un ser hecho de honestidad / coraje; de ah¨ª que mientras Sartre se ocultaba del terror nazi, ¨¦l lo enfrentaba. Camus ten¨ªa don de ubicuidad, estaba en todos los combates, contra los viajes de la miseria, defendiendo la historia com¨²n de los hombres. Como escritor logr¨® transformar las atm¨®sferas en cuchillos que traspasaban al lector; consigui¨® desnudar el adjetivo y dotarlo de alma, con una precisi¨®n imposible; convirti¨® las oraciones en sensaciones. Al leer su fr¨ªo uno se hiela, y con el calor de sus detalles se suda. Al igual que en las pinturas de Vel¨¢zquez, suspende polvo sobre sus escritos. Sus estructuras, en apariencia simples, est¨¢n repletas de recovecos; en consecuencia, cualquiera de sus libros respira como una novela, incluida La Peste. Definici¨®n de novela: historia, pulsi¨®n, pegada.?Pero qu¨¦ ocurre con el escritor que se vuelca en el papel, que se materializa en la batalla? Camus encuentra el placer a trav¨¦s del dolor, y tambi¨¦n como sensaci¨®n ¨²nica pero limitada por el cuerpo. Busca su identidad, busca el sentido, ser pleno aliado de la libertad, y es que tambi¨¦n es un vitalista. Para ¨¦l, cuando S¨ªsifo escala la monta?a no porta una piedra, sostiene la carga moral que le empuja como hombre. No est¨¢ sometido a unos dioses que representan la cobard¨ªa: limitaci¨®n del ser humano. Albert Camus eleva esa carga moral a arte. El arte responde al miedo. Por asumir el miedo halla el valor. Vence al miedo comprendiendo que forma parte del hombre. Ha tenido capacidad de sufrir, lo mismo que S¨ªsifo. Al cabo, el arte es el medio; el hombre, su recuperaci¨®n para la bondad, el fin.
Albert Camus quiere decir a los intelectuales: no os encerr¨¦is en torres de plastilina, sois los guardianes del conocimiento, compartirlo y defenderlo, estar a la altura de la historia, aunque sea hiriente. Su mensaje, ahora, en Espa?a, se diluye. Lo salvan Mu?oz Molina, Goytisolo, Juaristi, Valente, Savater y pocos m¨¢s.El fin de siglo se construye sobre arterias coaguladas. Hay una coalici¨®n de necios que contemplan c¨®mo se propinan palizas y cometen asesinatos, sin resolver nada. Se habla y no se act¨²a. Madrid, el polvor¨ªn de San Sebasti¨¢n ... La violencia se ha sumado a los paisajes cotidianos, la inercia del terror ha contaminado a algunos ciudadanos, que, como animales, marcan un territorio de orines. Los intelectuales espa?oles se refugian en una erudici¨®n de biblioteca, y no vital, pensando: ya pasar¨¢, la historia acabar¨¢ por arreglarse a s¨ª misma. Esos supuestos intelectuales se re¨²nen en actos de gui?ol. Son marionetas del poder que lampan en el escenario a ver qui¨¦n se queda con el papel protagonista. Hay otra clase de intelectual, el que menosprecia esos actos pero permanece en la torre; se cree grande, brillante. Pretende edificar su ventana al mundo sin encarar el combate. La ventana del mundo de Camus es un lugar imaginario donde se reposa con la intenci¨®n de batallar luego. Camus se sienta en el balc¨®n, medita, sufre; despu¨¦s enfila la batalla. No padece s¨®lo la mordedura de ser hombre, le duele una comunidad cerril, que no mide las consecuencias de su ceguera. En Espa?a, la ceguera es la pasividad. Adem¨¢s, los intelectuales est¨¢n tuertos. Son ambiguos, vol¨¢tiles en las expresiones, decimon¨®nicos en los trabajos, cobardes en las acciones. Les atemoriza un rayo de verdad, pues analizan la realidad como una ficci¨®n. Pierden las posaderas por salir en la foto, mientras deber¨ªan existir fuera de la foto, hermanados con cualquier hombre y mujer libre.
Una congregaci¨®n de falsarios infecta las pinacotecas, los cines, las librer¨ªas, ajustando la vida a una mirada de gusano. En Espa?a, la cabeza de Albert Camus se clava en una pica, ¨¦sa es la apariencia. No es la gran cabeza que se encima en el altar para ser adorada. Nos faltan, a pu?ados, gentes que sientan el arte como lucha, que se mojen y rasguen las vestiduras. Dec¨ªa el maestro que el aleteo de la paz ¨²nicamente se descubrir¨¢ en el fragor del combate. Los intelectuales espa?oles no lo han comprendido. Ambicionan la paz por la paz. Ja.
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