Empujar la roca
T¨², Marisa, que has pintado tantas criaturas y has volcado muchas piedras y has pasado tantas horas agazapada mirando, t¨² comprender¨¢s lo que digo.Hoy estuve en el mercado que ponen en la calle en uno de los barrios de la periferia del sur de Par¨ªs. Se puede comprar de todo en este mercado, desde un par de botas a un kilo de erizos. Hay una mujer que vende el mejor piment¨®n que he probado nunca. Hay un pescadero que me llama a voces siempre que tienen alg¨²n pescado raro y, seg¨²n ¨¦l, hermoso, porqu¨¦ cree que se lo comprar¨¦ para dibujarlo. Hay un hombre flaco que vende miel y vino. ¨²ltimamente le ha dado por escribir poes¨ªa, y reparte fotocopias de sus poemas entre sus clientes habituales, y parece ¨¦l m¨¢s sorprendido de darlas que ellos de recibirlas.
Uno de los poemas que me dio esta ma?ana dec¨ªa as¨ª: "?Qui¨¦n me ha puesto este tri¨¢ngulo en la cabeza? / Este tri¨¢ngulo nacido del claro de luna / me atraves¨® sin tocarme / haciendo ruidos de lib¨¦lula / de noche en la roca".
Despu¨¦s de leerlo, me entraron ganas de hablar contigo sobre los primeros animales pintados. Lo que quiero decir es obvio, es algo que debe de percibir todo el que haya visto pinturas rupestres, pero que nunca (o casi nunca) se ha dicho claramente. Es posible que la dificultad sea una dificultad de vocabulario; es posible que tengamos que encontrar una nueva referencia.
Cada vez se alejan m¨¢s en el tiempo los or¨ªgenes del arte. Puede que las rocas esculpidas recientemente descubiertas en Kununurra, Australia, tengan 75.000 a?os. Dicen que las pinturas de caballos, rinocerontes, cabras monteses, mamuts, leones, osos, bisontes, panteras, renos y b¨²hos encontrados en 1994 en la cueva de Chauvet, en el Ard¨¨che franc¨¦s, son 15.000 a?os m¨¢s antiguas que las de las cuevas de Altamira. El tiempo que nos separa de estos artistas es por lo menos doce veces mayor que el tiempo que nos separa de los fil¨®sofos presocr¨¢ticos.
Lo que sorprende de su antig¨¹edad es la agudeza de la percepci¨®n que revelan. El porte del cuello de un animal, la forma de su boca, el vigor de sus ancas eran observados y recreados con una fuerza y un control comparables a los que se pueden encontrar en las obras de un fra Filippo Lippi, un Vel¨¢zquez o un Brancusi. Aparentemente, el arte no tuvo unos principios torpes. Los ojos y las manos de los primeros pintores, de los primeros grabadores, eran tan diestros como los de los que vinieron despu¨¦s. Se dir¨ªa que es una gracia que acompa?¨® a la pintura desde sus or¨ªgenes. Y ¨¦ste es el misterio, ?no?
La diferencia entre entonces y ahora no es de grado de refinamiento, sino de espacio: el espacio en el que sus im¨¢genes exist¨ªan y eran imaginadas. ?sta es la cuesti¨®n para la que tenemos que encontrar una nueva forma de hablar, pues la diferencia es inmensaExisten unas fotograf¨ªas soberbias de las pinturas recientemente descubiertas en Chauvet. La cueva ha sido cerrada al p¨²blico. Los animales pintados en las rocas han vuelto a la oscuridad de la que ven¨ªan y en la que vivieron durante tanto tiempo.
No tenemos una palabra para esta oscuridad. No es ni la de la noche ni la de la ignorancia. De vez en cuando, todos cruzamos esta oscuridad, vi¨¦ndolo todo: tanto lo vemos todo, que no vemos nada., T¨² lo sabes, Marisa, mejor que yo. Es el interior del que procede todo.
El verano pasado, por julio, sub¨ª una tarde a los pastos m¨¢s altos, mucho m¨¢s arriba de las granjas, a buscar las vacas de Louis. Es algo que suelo hacer durante la siega del heno. Para cuando hemos descargado la ¨²ltima carretada del tractor es ya casi la hora en que Louis tiene que ir a llevar la leche de la tarde a la central, y, adem¨¢s, ya estamos cansados; as¨ª que, mientras ¨¦l prepara la orde?adora, yo voy a por las vacas. Subo por un sendero que sigue el curso de un torrente que nunca se seca. El camino estaba ya en sombra y el aire era todav¨ªa caliente, pero no pesado. No hab¨ªa t¨¢banos, como la tarde anterior. El camino pasa, como un t¨²nel, bajo las ramas de los ¨¢rboles, y en algunos trozos est¨¢ embarrado. En el barro quedaban mis huellas entre las incontables huellas de las vacas.
A la derecha, el terreno cae casi a pico hasta el torrente. Las hayas y los serbales hacen que la escarpada pendiente no sea del todo peligrosa; detendr¨ªan la ca¨ªda de cualquier animal. A la izquierda, crecen matorrales y alg¨²n que otro ¨¢rbol viejo. Caminaba despacio, y vi un mech¨®n de crin de vaca rojizo prendido en uno de los matorrales. Empec¨¦ a llamarlas antes de verlas. As¨ª ya estar¨ªan todas agrupadas en una esquina del prado cuando yo apareciera. Cada cual tiene su propia manera de hablar con las vacas. Louis les habla como si fueran los hijos que nunca tuvo: con dulzura y con furia, susurr¨¢ndoles o imprec¨¢ndoles. Yo no s¨¦ c¨®mo les hablo; pero, a estas alturas, ellas s¨ª que lo saben. Reconocen mi voz sin verme.
Cuando llegu¨¦, estaban esper¨¢ndome. Quit¨¦ la alambrada electrificada y les grit¨¦: "Venez, mes belles, venez". Las vacas son d¨®ciles, pero no les gusta que las apremien. Las vacas viven lentamente; un d¨ªa suyo equivale a cinco de los nuestros. Cuando las golpeamos, lo hacemos siempre por impaciencia. Nuestra impaciencia. Castigadas, alzan la vista con ese largo sufrimiento que es una forma de impertinencia (?s¨ª, lo saben!), porque sugiere que m¨¢s que cinco d¨ªas son cinco siglos.
Fueron saliendo con calma del prado y empezaron a bajar la cuesta. Todas las tardes Delphine se pone la primera, y todas las tardes Hirondelle se pone la ¨²ltima. La mayor¨ªa de las otras se unen siguiendo siempre el mismo orden. Esta regularidad acompa?a en cierto modo a su paciencia.
Empuj¨¦ a la coja por las ancas para que se moviera y, como cada tarde, sent¨ª bajo la camiseta su inmensa calidez alcanz¨¢ndome los hombros. "Allez, Tulipe, allez", le dije, sin quitar la mano de su cadera, que sobresal¨ªa como la esquina de una mesa.
Apenas se o¨ªan sus pisadas en el barro. Las vacas son muy delicadas en su forma de andar: ponen las pezu?as como esas maniqu¨ªes que levantan ligeramente los finos tacones para girar al llegar al extremo de la pasarela. Alguna vez, incluso se me ha pasado por la cabeza la idea de amaestrar una vaca y hacerla caminar por una soga. De un lado al otro del torrente, por ejemplo.
El rumor del torrente formaba parte de nuestro cotidiano descenso vespertino, y, cuando se acallaba, las vacas o¨ªan el desdentado escupir del agua en el abrevadero pegado al establo, donde podr¨ªan saciar su sed. Una vaca se bebe treinta litros en dos minutos.
As¨ª ¨ªbamos bajando aquella tarde, lentamente, como las otras. Pas¨¢bamos ante los mismos ¨¢rboles. Cada ¨¢rbol empujaba al sendero, gui¨¢ndolo, a su manera. Charlotte se par¨® junto a un trozo de hierba fresca. Le di un empujoncito y sigui¨® andando. Suced¨ªa todas las tardes. Ve¨ªa los prados segados al otro lado del valle.
Hirondelle hund¨ªa la cabeza al andar como hacen los patos. Le pas¨¦ el brazo por el cuello, y de pronto vi la tarde como si estuviera a mil a?os de distancia.
Las vacas de Louis bajando parsimoniosas por el sendero; el rumor del torrente a nuestro lado; el calor remitiendo; los ¨¢rboles empuj¨¢ndonos suavemente, gui¨¢ndonos; las moscas revoloteando en torno a los ojos de las vacas; el valle y los pinos de las crestas m¨¢s alejadas; el olor de la orina de Delphine,- el buitre sobrevolando el prado que llaman La Plaine Fin; el agua cayendo en el abrevadero; yo; el barro en el t¨²nel de ¨¢rboles; la edad inconmensurable de las monta?as: de pronto, todo era indivisible, todo era una sola cosa. Posteriormente, cada parte se fragmentar¨ªa a su propio ritmo. En ese momento formaban un todo compacto. Tan compacto como un acr¨®bata en el trapecio
"Escuchando al logos, no a m¨ª, parece prudente admitir que todas las cosas son una", dijo Her¨¢clito 29.000 a?os despu¨¦s de que se hicieran las pinturas de la cueva de Chauvet.
S¨®lo si recordamos esta unidad y la oscuridad de la que habl¨¢bamos antes, podremos orientarnos en el espacio de las primeras pinturas.
Nada est¨¢ enmarcado en ellas; y, lo que es a¨²n m¨¢s importante, nada est¨¢ frente a nada. Como los animales corren y son vistos de perfil (que es esencialmente la visi¨®n de un cazador mal armado buscando una presa), a veces da la impresi¨®n de que se van a enfrentar. Pero, si se mira con m¨¢s atenci¨®n, se cruzan sin enfrentarse (?incluso en el caso de los dos rinocerontes luchando!).
Su espacio no tiene absolutamente nada en com¨²n con el de un escenario. Los expertos que pretenden ver en estas pinturas el origen de la perspectiva caen en una trampa profunda, anacr¨®nica. Los sistemas pict¨®ricos de perspectiva son arquitect¨®nicos y urbanos- dependen de la ventana y de la puerta. La perspectiva n¨®mada es una perspectiva de la coexistencia, nunca de la distancia.
En lo m¨¢s profundo de la cueva, que significa en lo m¨¢s profundo de la tierra, estaba todo: el viento, el agua, el fuego, lugares lejanos, los muertos, el rayo, el dolor, los caminos, los animales, la luz, lo no nacido... Estaban all¨ª en la roca para ser invocados. Las famosas huellas de tama?o natural (cuando las miramos, decimos que son las nuestras), esas manos, est¨¢n all¨ª troqueladas en ocre, para tocar y marcar todo lo presente y la frontera ¨²ltima del espacio que habita esta presencia.
Las pinturas fueron apareciendo, una tras otra, a veces en el mismo sitio, con a?os o, tal vez, siglos de diferencia, y cada vez los dedos de la mano pintora pertenec¨ªan a un artista diferente.
Todo el drama que en el arte posterior se convierte en una es cena pintada sobre una superficie con bordes, se comprime aqu¨ª en la aparici¨®n que ha atravesado la roca para ser vista. La roca caliza se abre al efecto, prestando aqu¨ª un abultamiento, all¨ª una oquedad, una pro funda grieta, un labio sobresaliente, un lomo hundido. Cuando un artista ten¨ªa una aparici¨®n, ¨¦sta llegaba casi imperceptiblemente, arrastrando un sonido inmenso, distante, irreconocible, y el artista daba con ella y localizaba d¨®nde empujaba o presionaba la superficie, la superficie delantera, en la que permanecer¨ªa visible incluso despu¨¦s de haberse retirado y vuelto al uno.
Suced¨ªan cosas dif¨ªciles de comprender para los siglos posteriores. Una cabeza aparec¨ªa sin cuerpo. Dos cabezas llegaban una detr¨¢s de la otra. Una sola pata trasera escog¨ªa un cuerpo que ya ten¨ªa cuatro patas. Seis cuernos se asentaban en un solo cr¨¢neo.
No importa el tama?o que tengamos cuando empujamos la superficie, podemos ser inmensos o peque?os, lo ¨²nico que importa es lo lejos que hayamos llegado atravesando la roca.
El drama de las primeras criaturas pintadas no se halla ni a un lado ni en el frente, sino que est¨¢ siempre detr¨¢s de la roca. De donde salieron. Como lo hicimos nosotros...
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