Aguas de buen amor
Arroyos, r¨¢pidos y cascadas cantan las correr¨ªas del arcipreste de Hita por el valle segoviano del Espinar
Una de las muchas miserias del progreso es que, de tanto como se han acortado las distancias, el mundo ya no es la caja de Pandora que era, sino un paquete tur¨ªstico. La verdad es que viajar as¨ª, a tiro hecho, no tiene ning¨²n misterio.Quien s¨ª sab¨ªa viajar como Dios manda -vale decir: a lo que salga- era el arcipreste de Hita, que en el amanecer del siglo XIV quiso probar la sierra, y all¨¢ que se fue con lo puesto en el mes de marzo, "d¨ªa de san Meder", arrostrando el hedor del granizo y la cellisca, el hambre medieval de los osos y los lobos, el genio montaraz de las vaqueras y su desaforado apetito ven¨¦reo. Cl¨¦rigo de jacarandosos h¨¢bitos, Juan Ruiz cuenta en el Libro de buen amor c¨®mo tropez¨® con la Chata en Malagosto y con Gadea en Riofr¨ªo, y c¨®mo, despu¨¦s de mucho porfiar, obtuvo de ellas lumbre, vianda y cama a cambio precisamente de esto ¨²ltimo. De regreso a su arciprestazgo, el s¨¢tiro de Hita top¨®se con Aldara, la fea de Tablada, y como no era santa de su devoci¨®n, prometi¨®le el oro y el moro con tal de quit¨¢rsela de encima; la misma artima?a de la que hab¨ªase servido, muy poco antes, para burlar a la serrana boba de Comejo, Menga Lloriente.
A tiro de fusil de la estaci¨®n de El Espinar (a tres kil¨®metros y medio, para ser exactos), en la confluencia del arroyo de Blasco con el r¨ªo Moros, se hallan las ruinas de la venta del Comejo. Arrinconadas entre los merenderos, las piscinas y los aparcamientos del ¨¢rea recreativa de La Panera, el destino de estas piedras es el olvido, como lo es el de la vieja ca?ada real que, en los mejores tiempos de La Mesta, ganaba el vecino puerto de Pasap¨¢n y corr¨ªa luego junto a la venta camino de los invernaderos extreme?os.
Desbordado el r¨ªo Moros con las lluvias de diciembre, anegados pues los merenderos que atraen la tortilla y la bullanga a este apartado vallejo, el lugar recupera en invierno la calma primordial en que deb¨ªa de hallarse cuando asom¨® el arcipreste por la ca?ada: "Lunes, antes del alba, comenc¨¦ mi camino / y, cerca de Cornejo, hall¨¦, cortando un pino, / una serrana lerda; dir¨¦ lo que me vino. / Pens¨® casar conmigo como con un vecino".
El matrimonio de la serrana
La calma con la que Menga Lloriente se avino a hablar de matrimonio con Juan Ruiz, y ¨¦l, por seguirle la corriente, prometi¨® regalarle cuando ella pidiere: un prendedero y un pandero, seis anillos y un jub¨®n, zarcillos y hebilla de lat¨®n, toca amarilla y botas hasta las rodillas. La paz que no deseaba perder el arcipreste cuando le dijo a la boba: "A tus parientes convides; / hagamos luego las bodas, / de todo esto nada olvides,/ que ya voy por lo que pides". Y no volvi¨®.Para recuperar el sabor a?ejo de aquella paz, el excursionista deber¨¢ llegarse al Fluente Negro, que queda a menos de un kil¨®metro por encima del ¨¢rea recreativa, y echarse a andar por la margen derecha del r¨ªo Moros (mano izquierda del caminante). La pista forestal que habr¨¢ de seguir a lo largo de toda la jornada remonta el brioso curso hasta casi acariciar sus fuentes -los ojos del r¨ªo Moros, que ven la luz en la ladera occidental del Mont¨®n de Trigo-, rodea los embalses de las Tabladillas y del Vado de las Cabras y vuelve por la margen contraria faldeando las moles de Pe?a Bercial, Pe?a del ?guila y la Pe?ota. La gira no tiene p¨¦rdida: son dos horas de suav¨ªsimo ascenso hasta la cabecera del valle y otras tantas de regreso hasta el Puente Negro, vigilando ¨²nicamente la oportunidad de desviarse, a mitad del descenso, por un ramal de la pista que sale a mano derecha.
Paseando entre pinos silvestres -pinos como aqu¨¦l que cortaba Menga Lloriente-, el excursionista no dejar¨¢ de escuchar un solo momento el cantar de los r¨¢pidos y las cascadas del r¨ªo Moros: es una melod¨ªa recia, como amor de serrana o c¨¢ntiga de buen amor.
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