A?os de doce meses
Pol¨ªticamente hablando, el pa¨ªs necesita a?os que tengan doce meses y en los que la gesti¨®n de los asuntos p¨²blicos no se produzca de manera sincopada. Creo que ¨¦sta es la conclusi¨®n que habr¨ªa que extraer de la experiencia de estos ¨²ltimos cuatro a?os, en los que ninguno ha tenido, desde una perspectiva pol¨ªtica, una duraci¨®n acorde con el calendario.Las razones de que as¨ª haya sido han sido muy diversas: enfrentamientos en la direcci¨®n del PSOE en la primavera de 1993, que impusieron al presidente del Gobierno la disoluci¨®n anticipada de las c¨¢maras y la convocatoria de nuevas elecciones; la no aceptaci¨®n de los resultados del 6 de junio de 1993 por el PP y la solicitud de nueva convocatoria de elecciones en oto?o de ese mismo a?o; la renovada exigencia de la disoluci¨®n de las c¨¢maras en 1994, sobre todo a ra¨ªz de las elecciones al Parlamento Europeo; la retirada del apoyo parlamentario a los presupuestos de 1996, anunciada por Jordi Pujol en el verano de 1995; los resultados electorales del 3 de marzo de 1996, que dilat¨® de manera anormal la formaci¨®n del nuevo Gobierno... La enumeraci¨®n es puramente ejemplificativa.
Pero el resultado de todas ellas ha sido el mismo. No ha habido ni un solo a?o desde 1993 que tuviera doce meses y en el que se pudiera hacer pol¨ªtica con esta perspectiva temporal.
Que, en tales circunstancias, se haya seguido una pol¨ªtica razonable, que nos ha ido poniendo en condiciones de hacer frente al examen europeo que el pa¨ªs tiene que aprobar este ano que empieza, me parece que es algo que debe resaltarse expresamente. El sistema pol¨ªtico espa?ol, en medio de una tensi¨®n que s¨®lo se puede calificar de extraordinaria, ha demostrado su capacidad para dar respuesta a los problemas a los que la sociedad espa?ola ten¨ªa que enfrentarse.
Por eso no se puede entender la denuncia del presidente de la Confederaci¨®n Espa?ola de Organizaciones Empresariales (CEOE) de que los pol¨ªticos no son capaces de tomar las decisiones que se tienen que tomar porque est¨¢n en cierta medida cautivos de los votos que el sistema democr¨¢tico les obliga a solicitar. La evidencia emp¨ªrica de que disponemos nos conduce a una conclusi¨®n completamente opuesta. Basta comparar la reacci¨®n del sistema pol¨ªtico espa?ol a la crisis del petr¨®leo de la primera mitad de los setenta con la reacci¨®n del sistema democr¨¢tico actual para hacer frente a los criterios de convergencia. No es s¨®lo su superioridad moral, sino adem¨¢s su mayor eficacia, lo que justifica su existencia. A las duras y a las maduras.
Ahora bien, el que el sistema pol¨ªtico espa?ol haya sido capaz de superar la crisis de estos ¨²ltimos a?os de manera razonablemente satisfactoria no quiere decir que no se haya visto afectado por la misma y que se pueda mantener en esa situaci¨®n de manera mas o menos indefinida.
En estos ¨²ltimos cuatro a?os se ha tensado la cuerda mucho m¨¢s de lo que se deber¨ªa haber tensado y se ha seguido una pol¨ªtica de deslegitimaci¨®n del Estado, que no deber¨ªa haberse seguido, sobre todo cuando todav¨ªa no se ha puesto fin al fen¨®meno del terrorismo. Las consecuencias las estamos viendo desgraciadamente todos los d¨ªas.
Por eso se impone la reflexi¨®n. Y la reflexi¨®n de naturaleza institucional. Los a?os tienen que tener doce meses y las legislaturas cuatro a?os. La acci¨®n pol¨ªtica tiene que tener una continuidad, pues no hay ninguna circunstancia que contribuya m¨¢s a prestigiar las instituciones democr¨¢ticas que su funcionamiento ininterrumpido. Las disoluciones anticipadas frecuentes son casi siempre el indicador de una enfermedad grave del sistema pol¨ªtico.
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