El regreso de la memoria
La sociedad, espa?ola iba pasando de puntillas al lado del 60? aniversario de la guerra civil. En estos ¨²ltimos a?os, lo pol¨ªticamente correcto era insistir en la idea de que la con tienda fue una cat¨¢strofe colectiva en la cual el juego de res ponsabilidades y culpas se distribu¨ªa con salom¨®nica precisi¨®n. Ciertamente, resulta dif¨ªcil y poco elegante alabar la su blevaci¨®n militar, pero basta con tomar como punto de partida la supuesta situaci¨®n ca¨®tica de la Espa?a republicana para proporcionar una justificaci¨®n indirecta al alzamiento. ?Cu¨¢ntas veces habremos visto por televisi¨®n las mismas im¨¢genes de los guardias a caballo y las gentes corriendo sin sentido? Luego, si hubo matanza de republicanos en Badajoz (y en tantos otros lugares), entran en juego para compensar la caza y captura de sacerdotes o los paseos del Madrid rojo. Etc¨¦tera. Todos responsables, todos culpables, como si la represi¨®n sistem¨¢tica puesta en pr¨¢ctica de liberadamente por los generales africanistas pudiera equiparar se a la respuesta, ciertamente b¨¢rbara en ocasiones, de una violencia popular frente a la cual reaccionan con impotencia y lucidez dirigentes republicanos como Manuel Aza?a, Juan Peir¨® o Manuel Irujo. Y tras la expiaci¨®n, el reencuentro fraternal, clave de b¨®veda en apariencia de nuestra cultura pol¨ªtica de la transici¨®n. La reciente visita de los veteranos de las Brigadas Internacionales ha venido a alterar ese feliz ambiente presidido por el olvido y la supuesta reconciliaci¨®n de los unos y los otros, fundidos ahora en un sujeto colectivo. Ante todo, pudo verse que la reconciliaci¨®n sigue estando caracterizada por la asimetr¨ªa: los viejos brigadistas propusieron razonablemente la superaci¨®n de los odios y resquemores de la guerra, pero Aznar, Trillo y, en general, las autoridades del Partido Popular nos han recordado con su comportamiento displicente que esa fraternidad y esa pretendida reconciliaci¨®n no rezan para ellos. Por supuesto, la guerra ha terminado para todos, pero no se ha extinguido la conciencia de "la victoria" entre algunos herederos de quienes se impusieron gracias al golpe y con el apoyo de los fascismos. Constatar esa asimetr¨ªa resulta pertinente, por lo menos para no hacer lecturas deformadas de la reconciliaci¨®n nacional -por cierto, iniciativa del PCE, cosa olvidada incluso cuando se evoca 1956- o para descubrir la ideolog¨ªa subyacente cuando dichas lecturas nos son propuestas.
Es como si, al votar por la concesi¨®n de la nacionalidad a los brigadistas, los dirigentes del Partido Popular no se hubieran dado cuenta de lo que ello representaba. Con ese reconocimiento oficial quebr¨® la supuesta equidistancia entre "los bandos", expresi¨®n que, en cuanto se usa, ya connota la propensi¨®n al franquismo -declaraciones de Fraga, reportaje sobre los testigos de la guerra en Antena 3-, pues resulta impensable una medida similar para los aviadores de la Legi¨®n C¨®ndor que calcinaron Guernica. La votaci¨®n del Congreso supuso reconocer, involuntariamente para muchos, y por primera vez desde el inicio de la transici¨®n, que en la Espa?a de 1936 exist¨ªa una sola legitimidad: la del r¨¦gimen democr¨¢tico de la Rep¨²blica Espa?ola. Y que por encima de los tr¨¢gicos avatares que siguieron, e incluso del enlace formal entre el r¨¦gimen de Franco y la Monarqu¨ªa restaurada, la Il Rep¨²blica constituye el antecedente de la democracia actual. Como consecuencia, estos viejos soldados de todas las nacionalidades que nos visitaron en noviembre pasado encaman el enlace entre una y otra. Cualquiera que fuese su ideolog¨ªa, actuaron efectivamente como voluntarios de la libertad, reconocidos en calidad de tales por las gentes del pueblo espa?ol entre 1936 y la despedida de 1938, y ahora de nuevo, en su ¨²ltima visita, por generaciones que no conocieron la guerra, la cual, por supuesto, no quieren repetir, pero que saben distinguir, mejor que bastantes historiadores, lo que era defender la democracia de lo que era traer a Espa?a el fascismo. Los recibimientos que otorgaron a los interbrigadistas los asistentes al mitin-recital del Palacio de los Deportes madrile?o o los estudiantes de las universidades de Albacete y de Madrid, curiosamente privados de visibilidad estos ¨²ltimos actos por las informaciones de prensa y televisi¨®n, son muestra' de esa recuperaci¨®n espont¨¢nea de la memoria, por encima de una evidente resistencia institucional, en el m¨¢s amplio sentido de la palabra.
Ahora bien, el regreso de la memoria no debe ir acompa?ado de la implantaci¨®n del mito. Mientras permanecieron los brigadistas en Espa?a no era el momento de entrar en pol¨¦micas historiogr¨¢ficas que hubieran servido para fundamentar fracturas en tomo al dato esencial: la funci¨®n que desempe?an las Brigadas Internacionales en la defensa militar de la Rep¨²blica, de la democracia en Espa?a. Pero una vez pasada la celebraci¨®n, carece de sentido respetar la representaci¨®n simplemente rom¨¢ntica, presidida por la espontaneidad, del proceso que trae los brigadistas a Espa?a. Esta ficci¨®n lleva a mantener una visi¨®n deformada, a lo Tierra y libertad, de lo que fue la guerra tanto en el terreno pol¨ªtico como en el militar. Ni todos los voluntarios que vinieron a luchar al lado de la Rep¨²bl¨ªca se inscribieron en las Brigadas Internacionales ni ¨¦stas fueron el fruto de una acumulaci¨®n de adhesiones individuales que desembocaron en la elecci¨®n de Andr¨¦ Marty como jefe en Albacete. El denominador com¨²n de la mayor¨ªa, no todos, s¨ª es claro y responde a la letra del que fuera himno de la XV Brigada, el ?Ay, Manuela!: "S¨®lo es nuestro deseo, / acabar con el fascismo". Pero a partir de ah¨ª entra en juego el momento de la .organizaci¨®n, y en este punto el protagonismo comunista resulta innegable. Precisamente porque la aportaci¨®n de voluntarios -extranjeros, e incluso la llegada de alg¨²n consejero, hab¨ªan sido un hecho desde el comienzo de la guerra, sin lograr por ello detener las derrotas de las milicias ante el avance del Ej¨¦rcito de ?frica. De la reflexi¨®n ante ese estado cr¨ªtico de la contienda surge la decisi¨®n de 18 de septiembre de 1936 por parte del Secretariado de la Internacional Comunista: "Proceder al reclutamiento, entre los obreros de todos los pa¨ªses, de voluntarios que tengan una experiencia militar, con el objeto de su env¨ªo a Espa?a". Los voluntarios no llegar¨¢n a su aire, como el chico de Ken Loach, sino en expediciones organizadas por el Partido Comunista Franc¨¦s, dos de cuyos dirigentes, Andr¨¦ Marty, por a?adidura secretario de la Internacional Comunista, y Vital Gayman, el comandante Vidal, asumen la direcci¨®n de la base de Albacete. Es cierto que muchos brigadistas no son militantes de partidos comunistas, pero s¨ª es comunista el marco org¨¢nico en que se desenvuelven las Brigadas, las Ediciones Blasco del c¨®digo de la Internacional, y por algo en el archivo de ¨¦sta en Mosc¨², en el antiguo Instituto del Marxismo-Leninismo, a unos cientos de metros del teatro Bolsh¨®i, se encuentra el grueso de su documentaci¨®n. Con todas sus sombras, desde las formas de control pol¨ªtico al empleo abusivo como tropas de choque por la autoridad militar republicana, la actuaci¨®n de las Brigadas Internacionales, a lo largo de la guerra supondr¨¢ quiz¨¢ la contribuci¨®n m¨¢s eficaz del comunismo a la defensa de la Rep¨²blica. ?Por qu¨¦ intentar ocultarlo?
La respuesta es posiblemente que entonces la recuperaci¨®n de la memoria nos llevar¨ªa m¨¢s all¨¢ de las conveniencias de un progresismo primario. La historia de las Brigadas Internacionales no se cierra con el magn¨ªfico discurso de despedida de Pasionaria, ni con la reclusi¨®n masiva de supervivientes en el campo de concentraci¨®n de Gurs, en el sur de Francia, ni siquiera con la relevante participaci¨®n de los brigadistas en la II Guerra Mundial, unos como luchadores antifascistas, otros como prisioneros en los campos de concentraci¨®n nazis. Despu¨¦s de 1945 seguir¨¢n pagando el precio de su condici¨®n de voluntarios de la libertad en un mundo escasamente libre. En Estados Unidos, por el macartismo, pero sobre todo en las llamadas "democracias populares", a cuya creaci¨®n muchos contribuyen. El estalinismo, que ya hab¨ªa estado presente durante la guerra civil, pasa a primer plano, convirtiendo a los brigadistas en blanco preferente de la represi¨®n intrac¨®munista. Entre otros muchos, el ministro Laszlo Rajt en Hungr¨ªa, ahorcado, y el viceministro Artur London en Checoslovaquia, torturado con otros brigadistas supuestamente vendidos al trotskismo, y condenado a cadena perpetua -experiencia reflejada en el estremecedor relato de La confesi¨®n, son los emblemas de ese lado sombr¨ªo de una realidad que es preciso recordar tambi¨¦n con vistasa la consolidaci¨®n de la conciencia democr¨¢tica.
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