Las dos morales
Acostumbrados como estamos al discurso fundamentalista de la derecha liberal que nos invade, empe?ada en convertir las leyes del mercado en necesidades incuestionables basadas en oscuras razones de corte metaf¨ªsico, no podemos menos que agradecer el art¨ªculo de Juan Antonio Rivera La izquierda y la escala (EL PA?S, 31 de diciembre de 1996), en el cual la defensa del liberalismo y la cr¨ªtica a la izquierda adoptan un tono civilizado y una argumentaci¨®n inteligente, si bien creo -como tratar¨¦ de mostrar- que su razonamiento sigue aceptando algunos supuestos que es necesario discutir.Sabiendo que todo resumen constituye una traici¨®n, la tesis de Rivera viene a decir lo siguiente: los valores morales m¨¢s caros a la izquierda, como la solidaridad, la igualdad, la participaci¨®n pol¨ªtica directa (lo que ¨¦l llama valores c¨¢lidos), s¨®lo son aplicables a comunidades de tama?o reducido. Las civilizaciones extensas y superpobladas en que vivimos exigen otro tipo de valores, como la libertad, el respeto, la democracia representativa (valores fr¨ªos), que est¨¢n perfectamente adaptados a la gran dimensi¨®n de nuestras sociedades actuales. De modo que "el principal enemigo de la izquierda es la demograf¨ªa": sus valores tradicionales no pueden mantenerse en las actuales condiciones, en las cuales los valores liberales se muestran mucho m¨¢s eficaces. La izquierda ha tratado de resolver este desacoplamiento de varias formas, algunas ut¨®picas, otras claramente autoritarias, siendo la m¨¢s inteligente la que propone la socialdemocracia, que, seg¨²n ¨¦l, consistir¨ªa en un compromiso factible entre los valores fr¨ªos del macrogrupo y los valores c¨¢lidos de la cultura tribal, compromiso en el cual los valores liberales se llevar¨ªan la parte del le¨®n.
La moral siempre ha resultado pol¨ªticamente molesta. Su permanente empecinamiento en no aceptar los hechos sin cr¨ªtica, su negativa a conformarse con la situaci¨®n existente en nombre de un deber ser a menudo enfrentado con aquello que ha dado en llamarse la realidad, le han merecido frecuentemente la calificaci¨®n -o descalificaci¨®n- de ut¨®pica. Y este t¨¦rmino ha sido aplicado ante todo al pensamiento de izquierdas, como una de tantas maneras de neutralizar sus pretensiones de transformar la realidad. La izquierda, se dice, propone metas inalcanzables, sue?a con un mundo de igualdad y fraternidad universal tan hermoso como imposible. Y es precisamente esta inadecuaci¨®n con el mundo real lo que la lleva a construir brutales sistemas autoritarios cuando consigue el poder: la m¨¢s sublime utop¨ªa se convierte en un siniestro totalitarismo cuando se enfrenta con una naturaleza humana a la que hay que forzar para que se adecue a sus pretensiones ang¨¦licas.
La tesis de Rivera que atribuye a la izquierda los valores c¨¢lidos del microgrupo, reservando para el liberalismo "los valores fr¨ªos que la civilizaci¨®n favorece", constituye una versi¨®n moderna de este viejo argumento. Y si bien hay que reconocer que no faltan ejemplos que han respondido y responden a esta caricatura (v¨¦ase, por ejemplo, el mesianismo pol¨ªtico -religioso de ETA), es necesario negar que este utopismo est¨¦ril constituya un componente de la izquierda en su conjunto.
De hecho, y aunque sea pol¨ªticamente incorrecto citar a Marx en los tiempos que corren, hay que recordar que el pensamiento marxista nace precisamente como una reacci¨®n contra los utopismos moralizantes que proliferaron en el siglo XIX, ellos s¨ª basados en valores morales de tipo tribal y contra los cuales arremete Marx. con inclemencias que hoy se nos antojan demasiado duras. "Los comunistas no predican ninguna moral", dijo Marx, "no imponen a los hombres la exigencia moral: amaos los unos a los otros, no se¨¢is ego¨ªstas, etc¨¦tera". Lo cual no significa, por supuesto, que la dimensi¨®n moral est¨¦ ausente de ese discurso, sino que -por usar el lenguaje de Rivera- no son los valores de tipo "c¨¢lido" los que motivan la necesidad de transformar la sociedad, sino la necesidad de superar un estadio de la historia que se ha convertido en un obst¨¢culo para el desarrollo de la humanidad. La izquierda -la mejor izquierda- no pretende basar sus propuestas en una mera compasi¨®n sentimental con los oprinmdos ni en un regreso a la solidaridad de la tribu: sus propuestas se dirigen a construir una sociedad en la cual, las relaciones de dominaci¨®n y explotaci¨®n de unos hombres por otros dejen paso a una con cepci¨®n del trabajo que revierta en la sociedad entera, antes que concentrarse en unos pocos privilegiados. Objetivo tan ut¨®pico como lo era el pensamiento ilustrado a los o¨ªdos de los defensores del ancien r¨¦gime.
"El principal enemigo de la izquierda es la demograf¨ªa", dice Rivera. Creo que se trata precisamente de lo contrario. Los valores liberales han tenido tiempo de demostrar que su vigencia conduce necesariamente a asegurar la prosperidad de una parte de la humanidad en detrimento de la mayor¨ªa, a aumentar la concentraci¨®n de la riqueza en determinadas ¨¢reas del mundo mientras la mayor parte de sus habitantes van quedando progresivamente fuera de la historia. Y a repetir este esquema aun en el interior de los pa¨ªses desarrollados. Seg¨²n el Informe sobre desarrollo humano del Programa de la ONU para el Desarrollo, las desigualdades entre el mundo desarrollado y el resto (la mayor¨ªa) del mundo no han cesado de crecer en los ¨²ltimos 30 a?os, durante los cuales la riqueza se ha concentrado cada vez en menos manos. "El mundo est¨¢ cada vez m¨¢s polarizado", dice el informe, "y la distancia que separa a los pobres de los ricos se est¨¢ agrandando cada vez m¨¢s". "Los desequilibrios del crecimiento econ¨®mico ocurridos en los ¨²ltimos 15 a?os son bastante evidentes, pero si se permite que contin¨²en hasta bien entrado el pr¨®ximo siglo, el resultado ser¨¢ un mundo con monstruosos excesos y con desigualdades humanas y econ¨®micas grotescas".
Creo que la raz¨®n de este estado de cosas hay que buscarla en la misma ra¨ªz de los valores liberales. El liberalismo oculta, bajo su pretendida defensa de la libertad, una creencia m¨¢s profunda en lo que se ha llamado darwinismo social, que algunos te¨®ricos del siglo XIX, como Spencer y el mismo Darwin, expresaban claramente. Razonaban m¨¢s o menos de esta manera: ya que en la evoluci¨®n de la naturaleza la supervivencia de los organismos m¨¢s aptos y la eliminaci¨®n de los d¨¦biles ha contribuido al progreso de la historia natural, apliquemos el mismo esquema a la sociedad humana, de tal modo que los poderes p¨²blicos no interfieran en la lucha por la supervivencia, y de este modo los individuos m¨¢s aptos alcanzar¨¢n altos niveles de desarrollo, mientras los d¨¦biles ser¨¢n barridos por la historia. El discurso liberal actual -basado en los valores fr¨ªos de que habla Rivera- no puede desprenderse de estos supuestos, aun cuando sus defensores traten de suavizarlo con matices m¨¢s o menos bienintencionados. Es por ello que la demograf¨ªa constituye el principal enemigo del liberalismo: su discurso ¨¦tico-pol¨ªtico resulta incompatible con su pretendido alcance universal. Si establecemos como principio rector de la historia esta selecci¨®n social, que hoy suele esconderse tras el eufemismo de la competitividad, nadie podr¨¢ evitar que en esa competencia unos ganen y otros pierdan, que es lo que est¨¢ sucediendo. Y hablando de utop¨ªas, ninguna tan ut¨®pica como la de suponer que puede mantenerse a largo plazo una situaci¨®n en la que unas pocas sociedades opulentas sobrevivan circundadas por una creciente masa de miserables rode¨¢ndolas por todas partes sin que ese equilibrio se rompa de modo tr¨¢gico para todos. Sobre todo si tenemos en cuenta que el crecimiento demogr¨¢fico del mundo subdesarrollado supera con creces la exigua tasa de natalidad de los pa¨ªses ricos.
Volvamos a la moral. Creo que las opciones pol¨ªticas actuales no se mueven en la polaridad valores c¨¢lidos-valores fr¨ªos. Contraponer ambos tipos de valores implica recaer en la vieja dicotom¨ªa entre moral privada y moral p¨²blica, reservando para la primera los contenidos y dejando para la segunda las meras formas legales, compatibles en muchos casos con la explotaci¨®n y la violaci¨®n de los derechos humanos. Nadie -salvo grupos m¨¢s o menos marginales- propugna la vuelta a los valores tribales del microgrupo o la recuperaci¨®n del para¨ªso en que viv¨ªa el buen salvaje. Nadie -casi nadie- niega tampoco el aporte hist¨®rico de los valores de origen liberal, como la libertad, la tolerancia, la democracia o el pluralismo, convertidos hoy en patrimonio de la humanidad m¨¢s sensata. Pero, ante la necesidad de construir unas relaciones racionales entre los habitantes del planeta que hagan posible una vida en condiciones dignas para todos los seres humanos de carne y hueso, los valores del liberalismo se muestran incapaces de dar una respuesta de validez universal, aun cuando se los sazone con algunos ingredientes socialdem¨®cratas.
La moral liberal, por s¨ª sola, es una moral construida a medida de "los que est¨¢n sentados a la mesa", v¨¢lida para la propia comunidad de vecinos o a lo sumo para el interior de naciones pr¨®speras. Pero incapaz de enfrentarse con lo que constituye el verdadero problema pol¨ªtico de este fin de siglo: la exclusi¨®n de la historia de la mayor parte de la humanidad. Los valores morales de la izquierda, aun cuando est¨¢n necesitados de una profunda revisi¨®n que los salve del dogmatismo y la esclerosis- en la que frecuentemente han ca¨ªdo, recogen, sin embargo, una de las mejores herencias de la Ilustraci¨®n: su pretensi¨®n de validez universal. La opci¨®n se plantea, en definitiva, entre proyectos pol¨ªticos distintos y no entre diversas temperaturas morales.
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