Vivir sin filosof¨ªa
"Afortunados aquellos para quienes... por cercanas que se hallen la una de la otra, la hora de la verdad son¨® antes que la hora de la muerte". (Marcel Proust)Hace unos meses, destacados cient¨ªficos espa?oles hicieron p¨²blica su preocupaci¨®n por la situaci¨®n de la ciencia en Espa?a elaborando un manifiesto que tuvo amplio eco en los medios de difusi¨®n y sobre todo un¨¢nime acogida por parte de la opini¨®n p¨²blica. Se dir¨ªa que la generalidad de los ciudadanos ten¨ªa certeza, m¨¢s o menos reflexionada, de que tras la aparente aridez de su lenguaje y la parcializaci¨®n en ¨¢mbitos ultraespecializados la ciencia encierra algo que a todos concierne. Un par de a?os atr¨¢s hab¨ªa surgido un movimiento an¨¢logo a favor de la filosofia, disciplina que muchos consideraban amenazada por disposiciones administrativas y concretamente por la nueva ordenaci¨®n del bachillerato. Pues bien, no s¨®lo el eco medi¨¢tico de tal inquietud fue incomparablemente menor, sino que desde el primer momento estuvo te?ido por una suerte de generalizada sospecha: no se percib¨ªa aquella reivindicaci¨®n como intento de salvaguardar y revitalizar una exigencia social y espiritual que (tal el caso de la ciencia) habr¨ªa sido soslayada en raz¨®n de atraso econ¨®mico o barbarie sociopol¨ªtica; se ve¨ªa m¨¢s bien como defensa de meros intereses corporativistas de los profesionales de la filosof¨ªa; intereses tan leg¨ªtimos como los de los trabajadores amenazados de Iberia pero maquillados con insufrible ret¨®rica sobre la necesidad de salvaguardar principios humanistas y el esp¨ªritu cr¨ªtico de nuestras sociedades. Es dif¨ªcil negar que algo (o mucho) hab¨ªa de ello y que la reacci¨®n indiferente o irritada de muchos estaba m¨¢s que justificada.
Y, sin embargo, la filosof¨ªa es objetivamente elemento esencial en la configuraci¨®n de la vida espiritual. En relaci¨®n a la ciencia (y lo mismo podr¨ªamos decir de arte) se halla tan vinculada al proceso mismo de constituci¨®n de sus teorizaciones fundamentales que en ocasiones (en los nombres de Descartes, Leibniz, Galileo, el propio Arist¨®teles) es imposible discernir d¨®nde acaba el cient¨ªfico y d¨®nde comienza el fil¨®sofo. Trat¨¢ndose de reivindicar un aut¨¦ntico enriquecimiento (indisociablemente espiritual y material) de nuestras sociedades, ambas reivindicaciones (pro ciencia y pro filosof¨ªa) deber¨ªan hallarse vinculadas. Y cabe decir que el hecho mismo de que no lo est¨¦n pone de relieve lo est¨¦ril de la una y de la otra. La ciencia que hay que reivindicar no cabe en ausencia de la filosof¨ªa; no cabe porque tal ciencia lleva la filosof¨ªa dentro. Vincularse a la filosof¨ªa es algo que la ciencia realiza autom¨¢ticamente cuando meramente reconoce su propio origen, a saber, el aristot¨¦lico estupor ante el mundo y el irrefrenable deseo de hacerlo transparente cuando reivindica el apetito de intelegibilidad que confiere sentido a los procedimientos computativos, inductivos y descriptivos que constituyen su pr¨¢ctica concreta. Pero dar cabida a una ciencia que reivindicara su raz¨®n de ser supondr¨ªa un aut¨¦ntico haraquiri para la organizaci¨®n de la vida cultural, econ¨®mica y afectiva sustentada precisamente en el hecho de que los ciudadanos difiramos permanentemente el momento de confrontaci¨®n con aquello en lo que reside nuestra raz¨®n de ser. No cabe, hoy por hoy, vincular la generalidad de la pr¨¢ctica cient¨ªfica a la filosof¨ªa simplemente porque no hay espacio social para ¨¦sta, o, por mejor decir, porque el espacio social que conocemos se sustenta en un repudio de la filosof¨ªa.
De tal repudio la ciencia misma como valor colectivo es la primera v¨ªctima. La aut¨¦ntica democratizaci¨®n del trabajo cient¨ªfico consistir¨ªa en que los ciudadanos, por el mero hecho de serlo, tuvieran ocasi¨®n de reflexionar sobre algo tan elemental, inteligible y cargado de riqueza conceptual como por ejemplo los experimentos de Galileo relativos a tiempo, espacio y movimiento. Mas en lugar de ello se nos ofrece la ocasi¨®n de postrarnos beatamente ante objetos electr¨®nicos, encarnaci¨®n de redes que van efectivamente tejiendo la trama de la vida cotidiana y en ocasiones obsorbiendo su sustancia. Complementariamente las exigencias ¨¦ticas o est¨¦ticas adoptan la forma par¨®dica de una tisana edificante consistente en la iteraci¨®n de' m¨¢ximas que en las condiciones sociales objetivas no tienen la menor posibilidad de ser operativas. Comulgamos (?a bajo precio!) en la afirmaci¨®n de que el abuso del d¨¦bil caracteriza a un canalla o que el jerarquizar a las personas por motivo de raza atenta contra la dignidad que todo humano tiene por el mero hecho de serlo. Mas lo que, de verdad nos dignificar¨ªa ser¨ªa reflexionar sobre el hecho (?tremendol) de que el sistema de valores imperante se sustenta en jerarquizaciones econ¨®micas y culturales de las cuales el racismo es inevitable expresi¨®n; en consecuencia de lo cual el que no abusa del d¨¦bil corre serio peligro de ser v¨ªctima de abuso.
En el ¨ªnterin, la confrontaci¨®n futbol¨ªstica va tomando caracteres de verdadera agon¨ªa y la menor quiebra de la patria imaginaria es vivida como la mutilaci¨®n m¨¢s ¨ªntima. Pues vivir sin filosof¨ªa equivale efectivamente a per manecer extraviados entre que haceres cotidianos generalmente embrutecedores y a buscar compensaciones meramente imaginarias, que de realizarse nada satisfacen, pero de no hacerlo frustran realmente. Vivir sin filosof¨ªa es aceptar como propio un mundo en el que todo problema verdadero ha sido arrancado de nuestro horizonte mientras proliferan asuntos y cuitas en el origen puramente artificiosos pero que acaban realmente por constituir la trama ¨ªntegra de nuestras vidas y determinar exhaustiva mente el sistema de valores que las rige. ?Necesario todo esto? ?Condenados los humanos a agonizar entre simulacros, entre parodias de lo que realmente nos duele? La ¨²ltima palabra no est¨¢ pronunciada. Pues, aunque todo indica que vamos a vivir sin filosof¨ªa, resulta que sin filosof¨ªa... pura y simplemente no cabe vivir. No cabe vivir al menos si de vida humana se trata y no de mera existencia biol¨®gica. Arist¨®teles lo se?ala radicalmente en frase que constituye un deber iterar en cuantas ocasiones sea necesario: "Todos los humanos por genuina disposici¨®n aspiran a ser l¨²cidos". Por lo irremediable de tal aspiraci¨®n, vivir sin filosof¨ªa es sumergirse en la sombra; sombra poblada de fantasmas, en ocasiones meramente grotescos, en otras virtualmente criminales.
Exhortando a la confrontaci¨®n consigo mismo que la lucidez supone, un proverbio franc¨¦s ("Il fautpas mourir aveugle") incita a vencer la ceguera al menos en el momento de la muerte: "Pues en realidad no hay alternativa", cabr¨ªa a?adir, al barruntar que en tal momento la asunci¨®n de lo real es de hecho inevitable: "Afortunados aquellos para quienes... por cercanas que se hallen la una de la otra, la hora de la verdad son¨® antes que la hora de la muerte".
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