El Real, ay, el Real
Los fantasmas de la ¨®pera se han puesto de acuerdo en celebrar su asamblea de fin de siglo en Espa?a. Aleccionados por un g¨¦nero acostumbrado a maldiciones como las de Rigoletto, o a violetas envenadas como las de Adriana Lecouvreur, han desencadenado todos sus maleficios en unos teatros que a¨²n esperan una resurrecci¨®n evidentemente nada f¨¢cil. En el Liceo el ¨²ltimo cap¨ªtulo por ahora lo escriben jueces y propietarios; en el Real la dimisi¨®n al parecer irrevocable del director art¨ªstico St¨¦phane Lissner. El music¨®logo Jos¨¦ Luis T¨¦llez ten¨ªa raz¨®n. El cruce de dos planetas (creo que Saturno y Plut¨®n, aunque no estoy muy ducho en estos temas) provoca una carta astral llena de desatinos para el coliseo de la plaza de Oriente. Y esto contagia a toda la ciudad. Hasta el modesto festival Mozart va a festejar su d¨¦cimo aniversario con el anuncio de su defunci¨®n: una original celebraci¨®n, desde luego. ?nicamente Jos¨¦ Luis Moreno parece de momento desde el Calder¨®n librarse de tantas conjuras. Tal vez sea ¨¦sa la soluci¨®n.Lissner aglutina la mayor parte de las miradas. El franc¨¦s, como algunos pol¨ªticos le llaman y no precisamente en tono cari?oso, se va tras comprobar que la derecha pol¨ªtica espa?ola no tiene nada que ver con la francesa, y que las cenas de foie y M?et Chandon que le ofrec¨ªa Chirac para apoyar sus espect¨¢culos parisinos aqu¨ª no van a tener su equivalente con jam¨®n de jabugo y Pedro Xim¨¦nez, sino a lo sumo con un bocadillo de calamares recalentado qui¨¦n sabe si con un aceite tan envenenado como las violetas de Adriana. Demasiadas intromisiones, demasiada falta de colaboraci¨®n, demasiado empe?o en demostrar qui¨¦n es el que verdaderamente manda.
Hace unos d¨ªas Lissner escribi¨® la carta fat¨ªdica a la ministra con su renuncia. Muy oper¨ªstico, aunque la carta s¨®lo metaf¨®ricamente se parezca a la de Tatiana a Eugenio Oneguin la noticia ha corrido como la p¨®lvora en todo el mundo de la ¨®pera. Le Monde, Frankfurter AIlgemeine y otros peri¨®dicos lo han reflejado con estupor. Desde Los Angeles o Par¨ªs le han ofrecido a Lissner nuevos trabajos que ¨¦l no ha aceptado y hasta la ministra Esperanza Aguirre ha "movido pieza" tratando de apaciguar los fuegos existentes, ofreciendo la mediaci¨®n en el conflicto del empresario art¨ªstico y director de los Amigos de la Opera Juan Cambreleng, una soluci¨®n que no ha convencido a casi nadie.
En sus meses espa?oles, Lisser ha cometido errores, claro: perdi¨® posiciones en su proyecto orquestal original; cedi¨® el programa inaugural a algo tan poco consistente como la anunciada Vida breve; habl¨® con excesiva ligereza y poco tacto sobre alg¨²n tema local espinoso. Pero al menos, ten¨ªa un plan de programaci¨®n con t¨ªtulos e int¨¦rpretes a cinco o seis a?os vista que, como los buenos vinos, iba mejorando temporada a temporada.
La situaci¨®n del Real a ocho meses de la inauguraci¨®n no puede ser m¨¢s inquietante. La politizaci¨®n es cada vez mayor y la Fundaci¨®n del Teatro L¨ªrico, creada en un principio para garantizar criterios profesionales e independientes frente a las injerencias del poder de turno, ha cedido su centro de gravedad a los ¨®rganos dependientes de una Administraci¨®n obsesionada por borrar cualquier resto de etapas anteriores. Lissner era, para esta forma de actuaci¨®n, un superviviente inc¨®modo.
Cualquier soluci¨®n posible a la crisis planteada pasa por un sustituto alrededor del cual cierren filas un¨¢nimemente todos los organismos implicados apoyando su gesti¨®n sin reservas. No es f¨¢cil. Campean demasiados intereses y muchas veces contrapuestos. Pero ¨¦sa es precisamente la misi¨®n de los buenos pol¨ªticos: favorecer y propiciar climas de trabajo de sus equipos para sacar adelante los proyectos. En el Real no se han lucido. La ignorancia y la arrogancia han ocupado el sitio del di¨¢logo y el sentido com¨²n. El recurso de echar la culpa a la Administraci¨®n anterior de todos los males est¨¢ ya muy gastado. ?O tratar¨¢n tambi¨¦n de hacernos creer que detr¨¢s de los fantasmas de Rigoletto, Adriana, Parsifal, Turantot y otros, que revolotean por Madrid soltando fuego y azufre, se encuentran Elena Salgado, Carmen Alborch y hasta Felipe Gonz¨¢lez?
Babelia
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