Max Weber en Vasconia
En septiembre de 1897, Max Weber, en compa?¨ªa de su mujer, Marianne, hizo un viaje por el Pa¨ªs Vasco. Durante su estancia en Getxo, no lejos de Bilbao, el soci¨®logo escribi¨® a su madre una larga e interesante carta, cuyo contenido Juan J. Linz puso en conocimiento de Jos¨¦ Miguel de Azaola. ?ste, hace a?o y medio, la tradujo y public¨®, con las correspondientes anotaciones, en el peri¨®dico mensual Bilbao (que, dicho sea de paso, acaba de cumplir 100 n¨²meros; felicidades, sobre todo, a ?ngel Ortiz Alfau). Ahora, tras varias gestiones frustradas de Azaola y de quien esto escribe, parece seguro que la carta se va a publicar como libro.Como bien ha explicado Azaola, el viaje de Max Weber (1864-1920) y su mujer, la inteligente escritora y feminista Marianne, de soltera Schnitger (1870-1954), prima segunda de Max, se produjo en un momento dif¨ªcil de la vida del soci¨®logo. Unos meses atr¨¢s, el matrimonio de sus padres hab¨ªa entrado en una profunda crisis, despu¨¦s de 34 a?os de convivencia, ciertamente cargada de problemas. El padre, un prominente pol¨ªtico de Berl¨ªn, fue por completo incapaz de compartir el sufrimiento de la madre, cruelmente afectada por la muerte de dos hijos y la meningitis del primog¨¦nito Max. Muy al contrario, en casa quiso imponer unas formas autoritarias y exigir a su mujer y a sus hijos obediencia absoluta. Antes de la posible reconciliaci¨®n, el padre muri¨®, en el mes de agosto de 1897. As¨ª que Max, que claramente hab¨ªa tomado partido por su madre, busc¨® serenidad espiritual en este viaje al Pa¨ªs Vasco, con regreso por Zaragoza y Barcelona. Por desgracia, las cosas iban a ir a peor. En los meses que siguieron, Weber mostrar¨ªa claros signos de trastornos nerviosos, que le llevar¨ªan a interrumpir la docencia en Heidelberg, universidad a la que se hab¨ªa incorporado el a?o anterior, y a recibir tratamiento psiqui¨¢trico intermitente. Por consejo m¨¦dico, los Weber emprendieron otros viajes por Europa y Am¨¦rica, pero el soci¨®logo no se repuso de sus males hasta 1903, y no volver¨ªa a su c¨¢tedra hasta despu¨¦s de la Primera Guerra Mundial.
Max se sinti¨® siempre muy compenetrado con la destinataria de la carta, su madre, Helene Weber (1844-1919), mujer educada en un estricto calvinismo y que nunca abandon¨® una fuerte moral puritana. Max no emprend¨ªa aquel viaje con disposici¨®n activa, sino m¨¢s bien, como escribe, decidido a recibir "sobre uno la pl¨¦tora de sensaciones a que tenemos aqu¨ª acceso". Antes de hospedarse en Getxo (probablemente en el desaparecido balneario), Weber se hab¨ªa detenido en Ir¨²n, Deba y Gernika (hay una menci¨®n a la "sacra reliquia nacional" del viejo ¨¢rbol), y quiz¨¢ en San Sebasti¨¢n. Desde Gexto, cuya playa le parec¨ªa "excelente" y toda la comarca "preciosa", hizo excursiones a Bilbao y otros puntos de Vizcaya.
Weber se muestra muy cr¨ªtico con algunos aspectos de la Administraci¨®n p¨²blica. Le parece inaudito que los sellos no puedan adquirirse en Correos, sino en la compa?¨ªa arrendataria del monopolio de tabacos, y que no exista el giro postal, siendo adem¨¢s muy aleatoria la suerte que corren los telegramas. En cambio, la clase campesina le parece "una de las m¨¢s estupendas del mundo", y alaba el car¨¢cter democr¨¢tico que se respira en los "usos e instituciones de la sociedad". "Aqu¨ª no se hace ning¨²n tipo de diferencias entre las clases", dice, y pone por ejemplo lo que ocurre en la fonda, donde "a nadie se le sirve con m¨¢s atenciones que a cualquier otro". Observaciones que recuerdan mucho las que hab¨ªa hecho casi cien a?os antes otro viajero por Vasconia, el ling¨¹ista Wilhelm von Humboldt.
No escapa a la observaci¨®n del soci¨®logo el nulo inter¨¦s por la cultura. Tampoco la influencia de la Iglesia, que proh¨ªbe el baile agarrado y quiz¨¢ impone el empleo de "espantosos trajes de ba?o de color negro o marr¨®n que cubren todo el cuerpo". Queda anotada tambi¨¦n la popularidad de1a pelota vasca y de los toros,- as¨ª como la presencia de m¨²sicos, contratados por los ayuntamientos para tocar todas las tardes y los, domingos a mediod¨ªa, y la costumbre del paseo (en castellano, en el original), que "representa_ aqu¨ª [ ... ] el papel que nuestro baile de sociedad desempe?a como lonja matrimonial".
De sus andanzas por los pueblos de la costa vizca¨ªna saca Weber la conclusi¨®n del "comunismo gremial" de los pescado-res, para quienes se iza una bandera roja si los precios bajan mucho, a fin de que no se hagan a la mar. "?Cl¨¢sica instituci¨®n greinial!", exclama el ilustre viajero, quien a continuaci¨®n describe brevemente el r¨¦gimen de concierto econ¨®mico, implantado no hac¨ªa veinte a?os, en 1878, tras la segunda guerra carlista. La carta contiene tambi¨¦n una referencia del "movimiento separatista" (reciente, pues Sabino Arana comenz¨® su actividad en 1893), que se le antoja "carente de porvenir", y cuyas pretensiones resume Weber as¨ª: "Lo que se quiere es no estar sujetos a contribuci¨®n".
No hay compasi¨®n hacia el sistema pol¨ªtico y electoral: "La elecci¨®n es un negocio de compraventa", escribe Weber, y se extiende en detalles sobre el soborno, y en concreto sobre la cantidad percibida por el elector al presentar ¨¦ste el comprobante de haber votado. Pero acto seguido escribe: "Es asombroso que semejante 'democracia' [entrecomillado de Weber] tenga como resultado una Administraci¨®n eficaz, pues hay que reconocer que el estado de las v¨ªas p¨²blicas, la limpieza de las ciudades, etc¨¦tera, etc¨¦tera, son de todos modos mucho mejores que lo que cab¨ªa esperar; mejores, tambi¨¦n, que en el sur de Francia (?con la excepci¨®n de Burdeos!)". Y este p¨¢rrafo de la carta termina con la siguiente frase: "Las guarrer¨ªas de altos vuelos s¨®lo empiezan a partir del gobernador, primer funcionario estatal".
Tras visitar las minas de hierro de la Orconera, en Ortuella, y otros centros mineros de capital internacional, Weber escribe que el vasco es "el m¨¢s moderno de los capitalismos". "No hay en el mundo cosa m¨¢s grandiosa que estas minas", a?ade, admirado por los sistemas de transporte y acarreo en las explotaciones, pero sin olvidar los aspectos negativos, como la suciedad, la viruela negra, etc¨¦tera, que se cebaban entre los obreros. Las afirmaciones sobre el capitalismo, como observa Azaola, van contra la m¨¢s conocida idea del soci¨®logo, que asociaba capitalismo y protestantismo, idea que plasm¨® por vez primera en 1903-1904. Lamentablemente, ni en la primera redacci¨®n de la idea, en la revista por ¨¦l fundada, Archiv f¨¹r Sozialwissenschaft und Sozialpolitik, ni en el libro aparecido el a?o de su muerte (1920), La ¨¦tica protestante y el esp¨ªritu del capitalismo, hay rastro alguno de estas impresiones vascas ni de la contradicci¨®n que planteaban a su teor¨ªa. Azaola resuelve la contradicci¨®n mencionando el distinto "concepto de la vida" de los vascos, que Julio Caro Baroja encuentra ya en los siglos XVI y XVII, y, tras citar la reciente tesis de Eduardo Jorge Glas sobre la formaci¨®n de la ¨¦lite econ¨®mica bilba¨ªna y la industrializaci¨®n de Vizcaya, expone su opini¨®n de la influencia del jesuitismo y el puritanismo Jansenista. Cuestiones profundas y actuales, como se ve, que a?aden m¨¢s inter¨¦s a esta carta del gigante de Erfurt.
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