Fado del agente doble
A las puertas del mercado de L¨®pez de Hoyos, del lado madrile?o madrile?o de La Prosperidad, pregonaba ayer mismo, sin llegar a gritarlo, un mozalbete gitano: "Se?ora, ?compre mis clementinas!", No era s¨²plica ni mandato, sino una su gerencia de acera, un fluido salirle al otro al paso por las buenas; si, bien, ?a qu¨¦ negarlo?, chocaba un poco el posesivo extra?o del que pend¨ªan aquellas relucientes clementinas, esparcidas, pa?uelo negro mediante, por el mism¨ªsimo suelo. Y el gitano a?ad¨ªa: " ?No. tienen pipo, ,se?ora, se de .jan comer solas!". Era brillante su insinuaci¨®n de falta de estorbo., de ausencia de tropiezo entre telilla y jugo, presa giando un eclips¨¦ d¨¦ toda idea de cuidado o r¨¦celo, en el acto de desgajarse para asumir el zumo del abandono y abandonar esa inhumana carga, seca y pesada, de los cinco sentidos.Mas el joven gitano, que espiaba, a su aire, la reacci¨®n que iban, causando sus impropias palabras en los rostros ajenos, hubo de doblegarse `y, de cuando en cuando, agregar: "Si no me cree, se?ora, se la dejo probar". Tal salto del. plural al singular, aun sin cambiar de g¨¦nero, me parece que mas que picaruelo era forma sutil de limitar el riesgo, de frenar el regreso del bumerang, de evitar, en resumen, que a lo mejor fuera a pensarse la otra que ¨¦l iba derechito a la ruina con aquello de prueba y prueba, como el de Gila, que con las payas nunca se sabe en cuantito que empiezan. Y no quiero dar nombres.
Rosita y Carmina se llaman, sin embargo, las dos mujeres entre las cuales s¨¦ debate- y se acongoja el esp¨ªa al que Enrique Vila-Matas disfraza de escritor para que delire a su antojo en la novela titulada Extra?a forma de vida (Anagrama, 1997). La primera, una loba: zorra, atractiva y en jarras. La segunda, una oveja: gallina, protectora y en ascuas, am¨¦n de hermana de la primera. As¨ª est¨¢ el patio, de Romero de Torres a esta parte, en nuestra realidad diferencial y extremosa, con un sol del carajo en febrero. Bueno, pues dicho esp¨ªa, Marcelino de chico y de mayor Cyrano, empieza la jornada observando que "el ni?o horrendo", su propio hijo, que tiene por m¨¢s suyo que de Carmina, ha dejado por vez primera de mirar hacia abajo y, yendo de corrida a la otra punta, ha empezado a mirar hacia arriba. Total, que empieza bien el d¨ªa para ese, pobre padre.
(Como yo no hago cr¨ªtica, har¨¦ solapa:"Extra?a forma de vida, fado literario, se asemeja a una clementina: no tiene pipo" se deja comer sola," EL PA?S.) En realidad, ya el abuelo de Cyrano era un esp¨ªa de la hostia, hasta el punto de hacerse construir una: capilla, contigua a su dormitorio, para observar por un agujero el halo de la santa eucarist¨ªa, y acabar confundiendo a un ins¨ªpido secretario con una mandarina sabrosona. Por no hablar del padre, experto en sondear los zumbidos del subsuelo. Una dinast¨ªa, en suma, tocada por la fiebre de todo aut¨¦ntico esp¨ªa: otorgarle al lenguaje un doble sentido, imaginarse poeta oriental ("Coma la yedra el mas¨®n"/ "Pasa la escoba por la mezquita") sentir que, sin esa violencia, involuntaria siempre, y a menudo muy cari?osa, hecha al lenguaje com¨²n, lo me jor ser¨ªa no decir ni mu. Est¨¢n esos agentes contra la ducha fr¨ªa del realismo, contra la falta de doblez, contra la confesi¨®n a la luz, de la luna y contra la bravuconada fascista de barber¨ªa.
Y tiene narices que sea un esp¨ªa quien nos ilustre ahora sobre la velocidad, en zig-zag, que cogen enseguida algunos melanc¨®licos, sin apearse jam¨¢s del potro de la monoton¨ªa ambiental, tan necesaria en ellos para dispararse, para que no se les escape ni una, aunque luego se escape y qu¨¦ m¨¢s da. Cyrano, agente doble (esp¨ªa y escritor), ha sufrido el hechizo de un fado, Una casa portuguesa, con el que ya la portentosa. Amalia Rodrigues, tambi¨¦n a gente doble (salazarista y muy suya), nos ense?ara aquello tan dif¨ªcil de retener a este lado de la raya: que la melancol¨ªa y el ensue?o, huyendo del prestigio del ¨¦xtasis, pueden ir muy deprisa.
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