Aqu¨ª, en Vilvoorde
VILVOORDE NO queda lejos de Espa?a. Las repercusiones del cierre brutalmente anunciado de la f¨¢brica de Renault en la periferia flamenca de Bruselas han empezado a llegar aqu¨ª. El comisario europeo encargado de controlar las ayudas p¨²blicas, Karel van Miert, belga flamenco, ha bloqueado la autorizaci¨®n. de 1.900 millones de pesetas, en concepto de ayudas p¨²blicas espa?olas, para la f¨¢brica de Renault en Valladolid. Aunque con ese gesto Van Miert pretendiese tan s¨®lo comprobar si la ampliaci¨®n de producci¨®n en este centro guarda relaci¨®n con el cierre de la planta de Vilvoorde, su utilizaci¨®n tiene tintes de demagogia nacionalista no habituales en la instituci¨®n que representa.La firma automovil¨ªstica francesa Renault ha actuado tambi¨¦n con malas formas. Lo ocurrido refleja que la UE carece de resortes institucionales suficientes para gestionar razonablemente este tipo de crisis. Al anunciar el cierre inmediato de la factor¨ªa de Vilvoorde, con 3. 100 empleados directos y otro millar de indirectos, Renault ha orillado las normas de conducta tradicionales sobre consultas a los empleados en casos de despidos colectivos. De poco ha servido que esta multinacional francesa tuviera un comit¨¦ de empresa europeo, pues con su actuaci¨®n unilateral ha convertido a los sindicatos en espectadores.
En una B¨¦lgica sumida en una profunda crisis econ¨®mica y pol¨ªtica, la decisi¨®n de Renault ha sido cafificada como "acto de terrorismo" y ha forzado una inhabitual intervenci¨®n del rey Alberto y, por supuesto, del Gobierno. Incluso Chirac y, Jupp¨¦ han criticado las formas -que no el fondo- de la decisi¨®n de Renault, empresa cuyo accionista mayoritario -no conviene olvidarlo- sigue siendo el Estado franc¨¦s, con el 46% del capital. Jupp¨¦ ha recomendado al presidente de Renault, Louis Schweiter, negociar con las partes interesadas, pero ¨¦ste s¨®lo acepta negociar medidas de acompa?amiento, en ning¨²n caso la decisi¨®n del cierre.
Renault sufre de exceso de capacidad y costes elevados, lo que le obliga a concentrar su producci¨®n en menos plantas. Pero este cierre -que est¨¢ causando mucha m¨¢s indignaci¨®n que el de la planta portuguesa de Set¨²bal en 1995, quiz¨¢ porque aquella f¨¢brica no estaba en el coraz¨®n de Europa- refleja tambi¨¦n un fracaso de gesti¨®n, ya que Renault ha invertido en los ¨²ltimos tres a?os m¨¢s de 200.000 millones de pesetas en la planta de Vilvoorde, convirti¨¦ndola en una de las m¨¢s modernas de Europa.
Que parte de la producci¨®n de Vilvoorde se traslade ahora a Espa?a puede ser motivo de una disimulada satisfacci¨®n nacionalista coyuntural, pero es un espejismo. Las f¨¢brica s espa?olas, como bien sabemos con ejemplos como el de Gillette -y como se han encargado de repetir, por s¨ª hab¨ªa alguna duda, los gerentes de Renault en Espa?a-, no est¨¢n a salvo de posibles deslocalizaciones, al amparo de la globalizaci¨®n econ¨®mica.
No le falta raz¨®n al presidente de la Comisi¨®n Europea, Jacques Santer, cuando confiesa que el cierre de Vilvoorde constituye "un duro golpe al esp¨ªritu de confianza europea". Esta Europa en la que parece que no circulan los trabajadores, sino las f¨¢bricas, no puede limitarse a ser un mercado sin reglas. Tambi¨¦n debe ser la Europa de la convergencia real. Necesita de una fuerte base pol¨ªtica y social para trabar de modo solidario y razonable este espacio. Por ello debe desarrollarse la Europa de los ciudadanos y la Europa social, incluyendo en ella la componente sindical, si quiere canalizar el di¨¢logo entre los agentes econ¨®micos y no actuar s¨®lo mediante, el autoritario diktat de los poderosos.
En esto ¨²ltimo est¨¢ especialmente interesado nuestro pa¨ªs y, en el caso que nos ata?e, su sector automovil¨ªstico, estrat¨¦gico para nuestra econom¨ªa, pero cuyo control y propiedad ya no est¨¢n en manos espa?olas. Lo que hoy le ha pasado a Vilvoorde puede ocurrirle ma?ana a una Espa?a que compita para las localizaciones de estas f¨¢bricas en los pa¨ªses de la Europa central y oriental y, posiblemente en un futuro no tan lejano, en la ribera sur del Mediterr¨¢neo. Adem¨¢s de empresas competitivas, Espa?a necesita el marco europeo y su modelo social para defenderse.
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