Idea del hombre
Bien que, a la postre, sea yo un simple aficionado a las cosas del pensamiento, no pude declinar la invitaci¨®n que me hizo Hans Meinke, director del C¨ªrculo de Lectores, de presentar, en acto p¨²blico reciente, el nuevo libro de Pedro La¨ªn que lleva el t¨ªtulo que antecede. En primer lugar, por Meinke mismo, a quien guardo gran estimaci¨®n como persona y como editor; y en segundo lugar, por el propio La¨ªn, al que me unen tres cordiales sentimientos que empiezan casualmente por la misma letra: amistad, admiraci¨®n y agradecimiento por tantas cosas como me ha ense?ado. Esta fue mi oraci¨®n:Aunque La¨ªn naciera en 1908 y yo en 1916, creo que pertenecemos a la misma generaci¨®n, en el sentido orteguiano del t¨¦rmino. Una prueba de esa coetaneidad es la amplia afinidad con que vemos y sentimos ambos a nuestra ¨¦poca, a nuestro pa¨ªs y a nuestros compatriotas.
La¨ªn no alberga ya -claro est¨¢- ni la ingenuidad ni las ilusiones de la mocedad, pero sigue siendo un hombre lleno de actividad, de tal modo que su senectud, plena de ¨¢nimo y escasa de melancol¨ªa, es, en realidad, una vida madura felizmente prolongada. Y aunque sabe muy bien que no puede serlo todo ni puede comenzar a vivir de nuevo ma?ana -como ¨¦l caracterizaba a la juventud-, puede, en cambio, comunicamos a los dem¨¢s la sabrosa experiencia sobre el mundo y sobre el hombre que le ha dado su noble y fruct¨ªfera vida.
Los hitos fundamentales de la aventura intelectual de La¨ªn, sus tres pasiones viscerales, han sido: la historia de la medicina, de cuya disciplina fue el verdadero creador en la Universidad espa?ola; el conocimiento del hombre, que le exigi¨® la b¨²squeda del puesto del hombre en el cosmos y de lo eterno en el hombre, por emplear dos t¨ªtulos de Max Scheler que ¨¦l suele citar, y el convencimiento de que pertenec¨ªa a un pasado que hab¨ªa que comprender y un futuro que hab¨ªa que proyectar no en la utop¨ªa, sino aqu¨ª y ahora, en esta complicada Espa?a y sobre el rescoldo a¨²n humeante de una de las guerras civiles m¨¢s cruentas y largas de su tr¨¢gica historia, hecho esencial de nuestra com¨²n generaci¨®n,
En los ¨²ltimos a?os, La¨ªn viene dando cursos de conferencias, como miembro que es del Colegio Libre de Em¨¦ritos, sobre diversos temas de humanidades. El C¨ªrculo de Lectores, en su Galaxia Gutenberg, ha publicado la mayor parte de ellos. Esperanza en tiempo de crisis fue el que inici¨®, en 1993, su, ciclo sobre la realidad y el comportamiento del hombre. En su libro famoso La espera y la esperanza, que yo tuve el placer de publicar en las ediciones de la Revista de Occidente, expuso c¨®mo vieron los grandes pensadores esa salvadora actitud que, en medio de las mayores tribulaciones, lleva a esperar un porvenir mejor, individual o colectivo. Un fen¨®meno peculiar que La¨ªn comparaba graciosamente al empe?o del bar¨®n de M¨¹nchhausen de salir del pozo donde hab¨ªa ca¨ªdo tirando de su propia coleta. En el curso aludido, La¨ªn cerraba el tema buscando la esperanza de esos pensadores; es decir, c¨®mo interven¨ªa la esperanza en su propia vida y no s¨®lo en su doctrina.
Sigui¨® a ¨¦se un curso sobre el cuerpo humano y otro en 1994 Acerca del alma, examinando c¨®mo han visto los fil¨®sofos desde Plat¨®n a Ortega y Zubiri a esa desconocida. Siguieron en 1995 unas apasionantes lecciones sobre Teatro y vida para meditar sobre ese gran hermeneuta del misterio de la vida que es la obra teatral; y ha dado en este a?o acad¨¦mico siete lecciones sobre El problema de ser cristiano en las que el profesor aspira a "un examen sencillo, sincero y objetivo del modo como el problema de ser cristiano se presenta en la sociedad plural y secularizada de Europa y de Am¨¦rica". De todos ellos di comentario en este peri¨®dico.
El libro que ahora publica este joven profesor de 88 a?os, Idea del hombre, viene a cerrar el ciclo de sus meditaciones sobre esta extra?a especie animal que somos los seres humanos, "Desde Descartes hasta hoy", nos dice; m¨¢s precisamente, desde el yo pienso" cartesiano hasta la realidad radical" de Ortega, la "pregunta por el ser" de Heidegger y la "impresi¨®n primordial de la realidad" de Zubiri, el prop¨®sito primero del fil¨®sofo ha sido elegir un punto de partida exento de supuestos. Pues bien, para esa realidad que llamamos hombre, ?cu¨¢l deber¨¢ ser el punto de partida? Esta respuesta da La¨ªn: "Un hombre a cuya concreta individualidad pertenezcan todas las notas esenciales de la condici¨®n humana. Una abstracci¨®n, por tanto".
Para ello se ha de proceder a la descripci¨®n, explicaci¨®n, comprensi¨®n e intelecci¨®n de esa realidad. Y ¨¦stos son precisamente los temas y cap¨ªtulos de este libro, lleno de sabidur¨ªa, de profundas lecturas y de pasi¨®n de conocimiento.
En la descripci¨®n se atiende a la etiolog¨ªa morfol¨®gica y fisiol¨®gica del cuerpo humano, pero sin olvidar la sentencia de Letamendi de que "forma y funci¨®n, todo es funci¨®n", ni la fina observaci¨®n de Von Bertalanffy de que "los ¨®rganos no son sino funciones demoradas"; es decir -aclara La¨ªn-, "apariencia ocasional de procesos morfol¨®gicos y funcionales que transcurren con enorme lentitud".
La explicaci¨®n se?alada no basta y hay que ir a la comprensi¨®n de la realidad del hombre. La sentencia "con¨®cete a ti mismo" es un imposible. S¨®lo Don Quijote dec¨ªa con seguridad: "Yo s¨¦ qui¨¦n soy"..., pero era un loco. La¨ªn recuerda la ocurrencia de un escritor ingl¨¦s que tantas veces citaba Unamuno: "En cada Tom¨¢s hay tres Tomases: el que ¨¦l cree ser, el que los dem¨¢s creen que es y el que ¨¦l es realmente y s¨®lo Dios conoce". Por que, seg¨²n La¨ªn, es dificil, si no imposible, la autocomprensi¨®n -esto es, el conocimiento de s¨ª mismo-, y aqu¨ª aparece la necesidad de conocer la vocaci¨®n que para Zubiri -nos recuerda La¨ªn- es "la voz que se?ala lo que uno debe hacer para ser aut¨¦nticamente ¨¦l mismo".
No s¨®lo es el hombre el ¨²nico animal locuente; tambi¨¦n es el ¨²nico interrogante. Ya Nietzsche nos hab¨ªa dicho que es el ¨²nico animal capaz de prometer. Pero, a diferencia del animal, el hombre es capaz de ensimismamiento hundi¨¦ndose en esa "soledad sonora" de san Juan de la Cruz. Esto le lleva a La¨ªn al problema del conocimiento del otro, que exige tres formas superiores de comprensi¨®n: la transposici¨®n, la, revivencia y la recreaci¨®n.
Nunca acabar¨¢n los hombres de preguntarse por el ser, pero nos previene la afirmaci¨®n de Arist¨®teles de que "lo ¨²ltimo ser¨¢ siempre incierto y lo cierto siempre pen¨²ltimo".
Las p¨¢ginas de La¨ªn nos llevan, como siempre en ¨¦l, a visiones profundas a la par que po¨¦ticas de la naturaleza humana. Como la funci¨®n de la palabra y el silencio en la vida del hombre en esta cita de Tagore, realmente hermosa: "La peque?a verdad tiene palabras claras. / La gran verdad pide grandes silencios".
Y como conclusi¨®n, el libro de La¨ªn afirma que "la aspiraci¨®n a trascender la din¨¢mica espaciotemporal, y la convicci¨®n de que la realidad c¨®smica global, y dentro de ella la particular realidad del hombre, es constitutivamente enigm¨¢tica". Aunque las meditaciones de Pedro La¨ªn rompan de cuando en cuando las nieblas del esp¨ªritu y dejen que la claridad asome por el horizonte.
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