Norte y sur
Ayer pas¨¦ ante un mendigo yacente, una clase social que crece y crece. Se encontraba en la plaza de C¨¢novas, vulgo Neptuno, muy cerquita del hotel Palace. Reposaba sobre unos trapajos y otros le cubr¨ªan, sin excluir la cabeza, de modo que era imposible averiguar a simple vista si estaba dormido o despierto, sano o enfermo, vivo o muerto. Ninguno de los transe¨²ntes, incluido yo, se aproximaba para averiguar su estatus, que se dice ahora, dentro de la gama de posibilidades citada, y socorrerle en su caso. Claro que del amasijo textil emerg¨ªa una mano con la palma hacia arriba, en inequ¨ªvoco gesto petitorio, as¨ª que seguramente estaba vivo, para tranquilidad de la conciencia peatonal. Aunque, pens¨¢ndolo bien, pod¨ªa tratarse de un caso de rigor mortis. Lo que pasa es que no resulta nada saludable barajar posibilidades como ¨¦sta, sobre todo a la hora de la comida. Prosegu¨ª, por tanto, mi pase¨ªllo ciudadano hacia un restaurante que presentaba su carta de primavera-verano, me pape¨¦ el branzino stufato y dem¨¢s manjares preparados por el joven chef Marco di Tullio, charl¨¦ por los codos con los amiguetes y me olvid¨¦ por completo del mendigo yacente.Unas tres horas m¨¢s tarde, ya restaurado, volv¨ª a pasar junto a ¨¦l y pude comprobar con satisfacci¨®n que ?estaba vivo! No porque hubiera cambiado de postura, mano petitoria incluida, sino porque encima del lugar ocupado presuntamente por su cabeza hab¨ªa izado un parag¨¹illas pigmeo para protegerse de la lluvia, qu¨¦ nivel. Pues siempre, siempre, en este mundo cruel, hay escalones m¨¢s bajos que los del tumbado homeless de marras. Son, por ejemplo, los que ocupan esos infortunados ni?os zaire?os o ruandeses, tutsis o hutus, que trashuman agonizantes hacia la muerte por las peladas tierras, cubiertas de carro?a humana, de ?frica, el mismo continente de junglas lujuriantes con el que so?amos despiertos en la infancia. Ellos, solos, hu¨¦rfanos, asustados, enfermos, llagados, privados de todo, de todos, ¨²nicamente han conocido en su corta vida el espanto y el dolor.
?Por qu¨¦ no interviene la superpotencia mundial y sus sat¨¦lites para remediar tan largo e inhumano sufrimiento? Porque debajo de los pies o los mu?ones de esos ni?os no hay mares de petr¨®leo que defender y no est¨¢n los tiempos para romanticismos absurdos, pues impera en el llamado primer mundo eso que denominan neoliberalismo, cuyo primer axioma podr¨ªa centrarse en el viejo "?que se mueran los feos!", tan espa?ol. S¨®lo que el idioma de Occidente se ha vuelto mucho m¨¢s hip¨®crita y melifluo, de modo que ya no se pronuncian palabras tan fuertes como feo, y mucho menos negro, que ya se sabe que no somos racistas. Lo que les sucede a estos ni?os, as¨ª como a algunos miles de millones de seres humanos m¨¢s, incluido nuestro mendigo de la madrile?a plaza C¨¢novas del Castillo y todos los marginados y pobres de solemnidad de la Tierra, es que son del sur, menuda mala pata. M¨¢s todav¨ªa: ellos son el sur. ?Y el norte? El norte es Mario Conde, paradigma de la celtib¨¦rica cultura del pelotazo, y con ¨¦l todos los viejos y nuevos ricos propietarios de fincas de miles de hect¨¢reas para el divertimento de unos pocos, de yates inmensos que se pudren en Puerto Ban¨²s con toda su tripulaci¨®n por el puro farde de la cosa, de fastuosos palacios vac¨ªos o cuando menos infrautilizados, y capaces de otros despilfarros para los cuales mi imaginaci¨®n, que seguramente es del sur, no encuentra ejemplos adecuados.
Claro que la nueva cultura liberal tampoco utiliza t¨¦rminos tan ¨¢speros como abus¨®n, ego¨ªsta o insolidario. No, no, es sencillamente que estas personas son del Norte. ?Vamos!, el Norte mismo.Ni, desde luego, disimular. El otro d¨ªa cog¨ª al desgaire cierta revista de un hotel de lujo y me qued¨¦ turulato ante el lenguaje que empleaba para referirse a un nuevo establecimiento de la cadena, al que denominaba "vergel de los Ricos y Famosos". A?ad¨ªa que se trataba del "destino ideal para quienes pueden permit¨ªrselo: la evidencia de su riqueza y su amor al lujo les rodear¨¢...
Yo me acord¨¦ de los ni?os del Zaire. "And I said to myself: what a wonderful world!".
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