El mito aza?ista
Apenas salidos del mito franquista -"salvador de la Patria", "centinela de Occidente", "caudillo providencial".- estamos cayendo en el mito aza?ista, tan falso como aquel, pero propiciado por cuantos pretenden afirmar su propia credibilidad democr¨¢tica arrim¨¢ndose a la imagen de quien un d¨ªa se consider¨® a s¨ª mismo encarnaci¨®n pura de la democracia. Va haci¨¦ndose tarea urgente desvelar la realidad de lo que fue en la pr¨¢ctica el aza?ismo -y de lo que fue la democracia, republicana en la Espa?a de los a?os treinta: una democracia traicionada por sus propios valedores-. Aza?a, como teorizante del regeneracionismo republicano, no dud¨® en confundir la Rep¨²blica con su propia versi¨®n de la Rep¨²blica. En esa pretendida infalibilidad excluyente radic¨® el hundimiento de la democracia.Aza?a fue, ante todo y sobre todo, un gran intelectual; y como tal, un gran "proyectista" de Espa?a, dentro de la corriente de pensamiento animada por la "generaci¨®n de 1914". Conviene subrayarlo: ¨¦sa es la fecha en que se abre para la monarqu¨ªa alfonsina el ¨²ltimo "posibilismo" procedente del campo republicano, el de Melquiades ?lvarez y su partido reformista. Aza?a milit¨® en el melquiadismo hasta que se convenci¨® de que -por limitaciones temperamentales del "jefe"- ese camino no llevaba a ninguna parte. Pero entretanto hab¨ªa militado en la espl¨¦ndida promoci¨®n de grandes figuras que avalaron el partido en su nacimiento: o, m¨¢s bien, la posibilidad de ver nacer un gran partido radical dentro del R¨¦gimen: Ortega, Pittaluga, Am¨¦rico Castro, Garc¨ªa Morente, Te¨®filo Hernando...
Durante a?os, Aza?a se redimi¨® de la mediocridad burocr¨¢tica en que vegetaba -la Direcci¨®n General de Registros- mediante la evasi¨®n intelectual; pero sin que su pluma alcanzase la notoriedad que ciertamente merec¨ªa. Unamuno, que le conoci¨® bien, subray¨® ya entonces el peligroso reverso que esa frustraci¨®n -paralela a la de sus fracasos en el intento de lograr acta de diputado dentro del "reformisino"- pod¨ªa generar en el complejo personaje:Cuidado con Aza?a. Es un escritor sin lectores. Ser¨ªa capaz e hacer la revoluci¨®n para que leyesen". Hay que buscar, sin duda, en sus iniciales frustraciones como escritor. y como pol¨ªtico, es decir, en el resentimiento que esas frustraciones dejaron en ¨¦l, las razones de sus juicios, notoriamente injustos, sobre muchos de sus contempor¨¢neos m¨¢s ilustres en uno u otro campo -el de la literatura y el de la pol¨ªtica- Y no deja de ser significativa su especial inquina contra Ortega y Gasset, m¨¢ximo orientador de las minor¨ªas intelectuales que oscilaron desde las lindes de la izquierda mon¨¢rquica -en los d¨ªas de "vieja y nueva pol¨ªtica"- hasta la ruptura total con a Monarqu¨ªa "secuestrada" por la Dictadura. Esa inquina tiene claras apariencias de desecho cuando Azafla aborda el ensayismo Filos¨®fico de Ortega: "Una cosa es pensar; otra, tener ocurrencias. Ortega enhebra: ocurrencias... Iba a ser el genio tutelar de la Espa?a actual: lo que fue el ap¨®stol Santiago en la Espa?a antigua. Qu¨¦dase en revistero de salones... Su originalidad consiste en haber tomado la metaf¨ªsica por trampol¨ªn de su arribismo y de sus ambiciones de se?orito... Como prometi¨® aprender enseguida el alem¨¢n, le hicieron catedr¨¢tico... "(!!!).
Sin embargo, en el momento auroral del huevo r¨¦gimen, al que Ortega llegar¨ªa ilusionadamente dentro del grupo "Los intelectuales al servicio de la Rep¨²blica", el profesor no regate¨® elogios cuando estim¨® que la obra de Aza?a los merec¨ªa: como "haza?a enorme" calific¨® sus reformas militares, con ¨¦nfasis ret¨®rico. Pero Aza?a, lejos de abrir caminos de cordialidad entre uno y otro, dobl¨® -en sus Diarios- la malevolencia con el sarcasmo. Ir¨®nicamente sol¨ªa referirse a ¨¦l llam¨¢ndole "el filosofazo". Cierto que no puede neg¨¢rsele raz¨®n cuando a las c¨®modas cr¨ªticas "desde fuera" opon¨ªa la dura experiencia pr¨¢ctica del gobernante y sus servidumbres: "A Ortega le gastar¨ªa yo la broma de Segismundo: despertarle en la presidencia del Consejo por unos d¨ªas. Su proceder es muy c¨®modo: dice que no sirve para pol¨ªtico, que est¨¢ de paso; pero entre tanto, hace lo que puede para detenernos". Claro que tambi¨¦n era incontestable la observaci¨®n opuesta por el ilustre autor de La rebeli¨®n de las masas a la ol¨ªmpica torre de marfil de Aza?a -aludido, pero no mencionado por su nombre-: "No sirve para dirigir a un pa¨ªs quien no sabe verlo siempre en su totalidad, a trav¨¦s de la celos¨ªa que forma el peque?o tropel de los afines". (En el caso de Aza?a, este error se doblaba con otro m¨¢s grave: la tendencia a invertir los t¨¦rminos de valoraci¨®n -su predilecci¨®n por Casares Quiroga, su debilidad por Rivas Cherif-). De ese imperdonable fallo en sus criterios valorativos parten no pocos de sus tropiezos como gobernante: capaz de trazar amplias l¨ªneas de orientaci¨®n pol¨ªtica, de dise?ar brillantes y definidos horizontes program¨¢ticos, no siempre -m¨¢s bien, casi nunca- era acertada su elecci¨®n de nombres para desarrollarlos, una vez convertidos aqu¨¦llos en obra de gobierno. Pero hablamos de l¨ªneas de orientaci¨®n pol¨ªtica y de horizontes program¨¢ticos. ?Cu¨¢les eran estos? Sin duda, el mensaje de Azana -como escritor, como orador, como estadista- da la m¨¢s perfecta expresi¨®n al ¨²ltimo ciclo regeneracionista: el regeneracionismo republicano, puesto al servicio de un proyecto de clara savia ¨¦tica e intelectual, magistralmente. definido por Marichal: "El principal designio y meta final de los dem¨¢s podr¨ªa formularse as¨ª: Espa?a no ha llegado a ser ella misma, a realizar las potencialidades en ella contenidas.. La Rep¨²blica se propon¨ªa... deshacer todos los lazos que oprim¨ªan la personalidad espa?ola...". Este designio "hab¨ªa de desglosarse en otros menores, pero aplicables a las concretas realidades pol¨ªticas del pa¨ªs... Cuatro designios concretos apuntaban a facilitar la emergencia de las que podr¨ªamos llamar Espa?as subyacentes: la perif¨¦rica, la obrera y campesina, la burguesa, la estatal y la escolar. Las reformas de Aza?a quer¨ªan ser, sobre todo, v¨ªas de expansi¨®n a todas las Espa?as potenciales".
Incorporar el socialismo a esta obra -a fin de que la "refacci¨®n de Espa?a" no conllevase el coste de una revoluci¨®n de abajo a arriba- ser¨ªa, sin duda, la gran aportaci¨®n de Aza?a a la configuraci¨®n del R¨¦gimen. Su magn¨ªfico discurso en el Front¨®n Recoletos (14 de abril de 1933) supone la m¨¢s brillante cima lograda en el doble campo -oratoria y pol¨ªtica- por el hombre de gobierno. "En este orden -proclam¨®
entonces-, "con la Rep¨²blica as¨ª concebida y con la incorporaci¨®n del proletariado espa?ol al gobierno del Estado y a la direcci¨®n de la Rep¨²blica.... se emprende en Espa?a una experiencia fundamental de inter¨¦s hist¨®rico universal... Se trata de saber, con la experiencia iniciada y aplicada rectamente, lealmente y con amplitud el esp¨ªritu de la Constituci¨®n en este principio que acabo de recordar, si es posible que en nuestro pa¨ªs se haga una transformaci¨®n profunda de la sociedad espa?ola, ahorr¨¢ndonos los horrores de una revoluci¨®n social ...".Y, sin embargo, es aqu¨ª -en el programa del "regeneracionismo republicano"- donde hemos de ver la clave fundamental de las contradicciones internas en que naufragar¨ªa el R¨¦gimen. Si la virtud esencial de la Restauraci¨®n canovista se hab¨ªa basado en un transaccionismo capaz de lograr la integraci¨®n nacional mediante una conciliaci¨®n civilizada, la nueva s¨ªntesis aza?ista -que se basaba en ¨¦l acuerdo entre la izquierda jacobina y la social democracia-, implicaba un designio de ruptura radical, tanto con la derecha posibilista como con el republicanismo centrista. Esa ruptura la proclamaba Aza?a como exigencia irrenunciable. Recordemos lo antes advertido: tal actitud respond¨ªa a sus experiencias negativas dentro del Partido Reformista de Melquiades ?lvarez. Ya en las p¨¢ginas de El jard¨ªn de los frailes hab¨ªa escrito: "En el ¨¢pice del poder¨ªo, m¨¢s aire me hubiera dado a Robespierre que a Marco Aurelio". "Para Aza?a -ha escrito Marichal- la tragedia del liberalismo espa?ol desde sus principios en el siglo XIX, pero sobre todo desde 1854, ha sido su tendencia a la transacci¨®n y al compromiso... El deber de los verdaderos liberales es, pues, muy claro: la que ¨¦l llama intransigencia...".
Aza?a llev¨® su intransigencia, a la hora de la verdad, hasta negar pr¨¢cticamente la democracia de la que ¨¦l se cre¨ªa m¨¢xima encarnaci¨®n. Ocurri¨® esto en 1933, cuando, en unas elecciones efectuadas con absoluta pulcritud por Mart¨ªnez Barrio, presidente entonces del Gobierno y hombre de intachabIe ideolog¨ªa izquierdista, triunfaron las formaciones de centro y derecha que pilotaban, respectivamente, Lerroux y Gil Robles. La reacci¨®n de Aza?a resulta inconcebible: se apresur¨® a entrevistarse con Mart¨ªnez Barrio para exigirle nada menos que esto: dar por no realizadas las elecciones -disolver la nueva C¨¢mara antes de que se reuniese-; formar un nuevo Gobierno de izquierdas rabiosas, que ofreciera garant¨ªas; y llevar a cabo un nuevo proceso electoral que deb¨ªa restablecer la antigua mayor¨ªa. Se trataba de un pucherazo de tal magnitud que jam¨¢s lo hubiera intentado, con todas sus corruptelas electorales, el antiguo r¨¦gimen. Mart¨ªnez Barrio se neg¨® -con determinaci¨®n que ciertamente honra su propia lealtad democr¨¢tica-; y tambi¨¦n se neg¨® a an¨¢logas incitaciones al presidente de la Rep¨²blica, Alcal¨¢ Zamora.
Esta barbaridad pol¨ªtica se doblar¨ªa cuando, pasados dos a?os y agotada la situaci¨®n centrista tras los famosos esc¨¢ndalos radicales, unas nuevas elecciones dieron el triunfo al Frente Popular. Porque entonces, el mismo Aza?a que hab¨ªa exigido la disoluci¨®n de las Cortes derechistas antes incluso de que ¨¦stas se reuniesen, encabez¨® la incalificable maniobra encaminada a destituir al presidente de la Rep¨²blica, bas¨¢ndose, precisamente, en el supuesto de que la disoluci¨®n, por fin, de aquellas Cortes, no estaba justificada. Aqu¨ª, el cinismo se doblaba con la arbitrariedad.
Entre una y otra fecha -1933; 1936-, se sit¨²a el amago revolucionario de octubre de 1934 -lamentable resultado de las nuevas orientaciones impresas al PSOE y a la UGT por Largo Caballero, y de los recelos de la "Generalitat" catalana con respecto al Gobierno de las derechas en Madrid- Aunque es cierto que Aza?a, por un elemental sentido com¨²n, y porque no participaba de las alegr¨ªas revolucionarias de Largo, se mantuvo al margen de aquella lamentable intentona de doble signo, no es menos cierta su responsabilidad moral en el "clima" que gener¨® aquel gran disparate.
Desde 1935, y tras superar la ofensiva, asimismo lamentable, de que la derecha le har¨ªa objeto aprovechando las circunstancias, Aza?a se vuelca al esfuerzo de todas las izquierdas -incluso aqu¨¦llas con las que su Gobierno se hab¨ªa enfrentado durante el primer bienio republicano: los ¨¢cratas de la CNT-, para derrocar la coalici¨®n centro-derecha que, seg¨²n, ¨¦l, era un simple "par¨¦ntesis" en el R¨¦gimen. En su concepto se trataba, sin m¨¢s, de un retorno a la situaci¨®n de 1932. Pero ese retorno era ya imposible: la terrible crisis de Asturias hab¨ªa alumbrado un maximalismo revolucionario que en nada se parec¨ªa a la "ruptura sin revoluci¨®n" preconizada por Aza?a en su famoso discurso del Front¨®n Recoletos.
Por exceso de confianza en s¨ª mismo, Aza?a no lo entendi¨® as¨ª, o lo entendi¨® demasiado tarde. En octubre de 1935, en su gran discurso "en campo abierto" -el Campo de Comillas-, erguido ante un mar de pancartas, de banderas llameantes como anuncios de incendio, hab¨ªa proclamado: "Yo no me hago el distra¨ªdo, y nosotros vemos el torrente popular que se nos viene encima, y a m¨ª no me da miedo del torrente popular ni temo que nos arrolle... Si yo viese a esta fuerza popular en trance de perderse, malgastarse o extraviarse, yo ser¨ªa el primero en atravesarme en vuestro camino a decir: ?Alto! La hora no ha llegado... ".
Era una arrogante afirmaci¨®n, que implicaba un grave compromiso. Pero cuando, a la hora de la verdad, el torrente se desbord¨® extravi¨¢ndose, Aza?a prefiri¨® rehuir el esfuerzo que las circunstancias le exig¨ªan en cuanto obligado "encauzador" de las aguas revolucionarias desde la presidencia del Consejo, para refugiarse en otra Presidencia -la de la Rep¨²blica que le pon¨ªa al margen de la lucha directa, necesaria para evitar la cat¨¢strofe. Fue entonces cuando Aza?a cometi¨® un pecado imperdonable: falt¨® para siempre, a partir de ese momento, a su m¨¢ximo compromiso con Espa?a y con la Historia. Es m¨¢s: situando al frente del Gobierno -cuando ¨¦l ocupaba ya la Presidencia de la Rep¨²blica- a Casares Quiroga, estimul¨® un acelerado deslizamiento hacia el desastre. Los desplantes de su "hombre de confianza" a la cabecera del banco azul, distaban mucho de favorecer un clima de distensi¨®n, cada vez m¨¢s necesario. Cuando Ventosa dec¨ªa: "Lo que hace falta en Espa?a es que exista no una incompatibilidad, sino un terreno de compatibilidades y convivencia", predicaba ya en el desierto: Espa?a, desgarrada, se polarizaba vertiginosamente hacia dos mitos divorciados del convencionalismo parlamentario: el mito de la revoluci¨®n; el mito del "golpismo" y de la "cruzada".
Resulta doloroso comprobar que el Aza?a con aut¨¦ntica calidad de estadista, el que supera el "rupturismo jacobino" en una aspiraci¨®n integradora, es el Aza?a impotente, el que queda aprisionado como un reh¨¦n de la izquierda inconciliable, desde el mismo estallido de la guerra civil. Creo que su conversi¨®n a la realidad, desde los esquemas te¨®ricos del intelectual-pol¨ªtico, tiene una fecha concreta: el 23 de agosto de 1936; fecha nefasta en que la matanza de la C¨¢rcel Modelo hizo decir a Prieto: "Hoy hemos perdido la guerra". Impresiona todav¨ªa la lectura de una de las p¨¢ginas m¨¢s pat¨¦ticas de los Diarios aza?istas: "Tarde de agosto madrile?o. Contemplo la plaza de Oriente desde la ventana. S¨ªntomas de inquietud. Humaredas. Noticia del incendio de la c¨¢rcel. Anochecido, me cuentan que todo se ha acabado y que hay tranquilidad. A las once y media, conversaci¨®n telef¨®nica con el ministro de Comunicaciones. Primera noticia del suceso. Mazazo. La noche triste. Problemas en busca de mi deber. Desolaci¨®n... Duelo por la Rep¨²blica...". ?Qu¨¦ lejos ya aquella arrogante pretensi¨®n de superar la marea revolucionaria! En la C¨¢rcel Modelo, una de las v¨ªctimas eminentes hab¨ªa sido Melqui¨¢des Alvarez. Aquel horror vino a romper como un "mazazo", la afectada dureza del Aza?a que exig¨ªa como norma del liberalismo espa?ol la "intransigencia".
La espantosa realidad de la Guerra llevar¨ªa al Presidente a conocer la "realidad aut¨¦ntica" de una Espa?a al margen de esquemas intelectuales; y a sustituir intransigencia por moderaci¨®n. En la "Velada en Benicarl¨®" culmina la expresi¨®n literaria de Manuel Aza?a, quiz¨¢ porque una experiencia desgarradora le ha humanizado (no sin fundamento ha podido decirse de este admirable ensayo en forma de di¨¢logo que "es a la vez un acto de desesperaci¨®n y un acto de fe"). Sorprende escuchar, de labios del personaje que encarna al propio Aza?a, el m¨¢s puntual elogio de la moderaci¨®n: "Habla usted del moderantismo, dando al vocablo una significaci¨®n baja, despectiva, como si la moderaci¨®n fuese mero empirismo, que recorta las alas de la novedad. No es eso. La moderaci¨®n, la cordura, la prudencia de que yo hablo, enteramente razonables, se fundan en el conocimiento de la realidad, es decir, en la exactitud... Nos conducimos como gentes sin raz¨®n, sin caletre...".
Es este Aza?a el que la Historia debe exaltar: el hombre y el pol¨ªtico fundidos por fin, demasiado tarde -cuando ya era imposible salvar el Estado-, en una imagen de aut¨¦ntico estadista. El que ha reconocido que s¨®lo la moderaci¨®n -el transaccionismo que ¨¦l hab¨ªa repudiado en el Partido Reformista, a¨²n atenido a la tradici¨®n canovista- puede redimir en un pa¨ªs tan proclive como el nuestro a polarizarse en extremismos "sin raz¨®n, sin caletre", del mal absoluto -la guerra civil-.
El reverso del Aza?a convertido en mito.
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