El miedo a la sociedad abstracta
Me pregunto una y otra vez por qu¨¦ se enfrenta el sistema capitalista con tanta oposici¨®n por parte de quienes se consideran amigos del progreso y de la igualdad, nominatim, la gran mayor¨ªa de los lectores de este peri¨®dico.Siendo el consumo (como dijo Adam Smith) el ¨²nico fin de la actividad econ¨®mica, est¨¢ claro que la competencia favorece a los consumidores. La experiencia tambi¨¦n muestra que los puestos de trabajo protegidos por la subvenci¨®n de empresas p¨²blicas o privadas se convierten en canonj¨ªas a cuyo tranquilo disfrute, como a panal de rica miel, "cien mil moscas acudieron". Es patente que la libertad econ¨®mica permite a muchos pueblos del que llamaban Tercer Mundo pasar a la categor¨ªa de Tigres del Sudeste Asi¨¢tico o Milagros del Mercosur. Es obvio que el bautizado Estado de bienestar se torna imposible de financiar porque tiende a fomentar la imprevisi¨®n y pasividad que pretend¨ªa remediar. Pese a todo ello y m¨¢s que podr¨ªa decir, no oigo sino denuestos contra la "globalizaci¨®n", denuncias del "neo-liberalismo" y exabruptos contra el capitalismo salvaje.
Mucho se debe al desconocimiento de las condiciones necesarias para el buen funcionamiento del mercado, cuyo peor enemigo es el enga?o, la coacci¨®n y la violencia. La actividad mercantil, por su propia naturaleza, s¨®lo tiene lugar cuando ambas partes se benefician del trato; por definici¨®n tiene que ser espont¨¢nea y voluntaria. Para prosperar necesitamos, pues, un marco de seguridad y transparencia. Pero los humanos no s¨®lo somos negociadores sino tambi¨¦n aprovechados; no s¨®lo competitivos sino tambi¨¦n violentos. Por ello necesitamos que los Estados, esas instituciones de coraz¨®n fr¨ªo, como las llamaba De Gaulle, se dediquen principalmente a mantener el orden y la ley, a defendernos contra los enemigos exteriores e interiores. Cuando el Estado falla, como hoy parcialmente en Rusia y casi del todo en el Zaire, el mercado negrea. Es parad¨®jico que en esos casos se culpe de la anarqu¨ªa resultante al mercado y no al Estado.
El car¨¢cter nivelador de la competencia tambi¨¦n explica parte de esa hostilidad. El igualitarismo moderno consiste en desear que otros paguen impuestos para mejorarla situaci¨®n de los necesitados. Pero cuando los pobres, especialmente si son de pa¨ªs ajeno, se atreven a competir con nosotros produciendo bienes y servicios de mejor calidad y menor precio que nosotros, ah¨ª se acaba nuestro amor por la igualdad. Se suele criticar el sistema capitalista alegando que, a¨²n siendo muy productivo, aumenta la distancia entre pobres y ricos. La verdad es muy otra: s¨®lo en las sociedades cerradas permanecen inc¨®lumes los privilegios. El libre mercado, por causa de la competencia, pone en continuo peligro las situaciones establecidas de quienes se duermen sobre sus laureles.
En un mercado abierto no hay fortuna permanente: a la postre triunfa el empresario o la empresa que sabe servir a los dem¨¢s.
Pero en el fondo late un miedo mayor. Como dijo hace muchos a?os Karl Popper en su libro La sociedad abierta y sus enemigos (1945), el atractivo para los humanos de las sociedades cerradas, los mercados intervenidos, las naciones compactas, es su car¨¢cter c¨¢lido, org¨¢nico, cuasi familiar. Con la extensi¨®n del comercio y la competencia, con la consolidaci¨®n de la ley y la objetividad, las sociedades van tomando un car¨¢cter fr¨ªo, abstracto, deshumanizado, que no satisface algunos de nuestros impulsos m¨¢s naturales y primitivos. Con sorprendente premonici¨®n imaginaba Popper una sociedad del futuro en que las personas pr¨¢cticamente nunca se vieran cara a cara y "se comunicaran por cartas a m¨¢quina y por telegramas". Hoy dir¨ªamos por Internet.
Es ciertamente m¨¢s dif¨ªcil vivir en una sociedad abierta. Pero tambi¨¦n tiene las ventajas de la independencia, la autonom¨ªa, la responsabilidad personal. Pueden aparecer relaciones personales de un nuevo tipo, "en las que desempe?en un papel m¨¢s destacado los lazos espirituales, en vez de los biol¨®gicos o f¨ªsicos" (I, 10). Se va creando una sociedad en la que el bienestar y el triunfo dependen del propio esfuerzo e ingenio: una sociedad de individuos, m¨¢s que de tribus. La elecci¨®n es nuestra.
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