Don Jos¨¦
A su majestad don Jos¨¦ I de Bonaparte le ignoran por usurpador algunas cronolog¨ªas mon¨¢rquicas, como si borr¨¢ndole de la n¨®mina pudieran hacer desaparecer el episodio. Jos¨¦ I Bonaparte fue un rey tan espurio, por ejemplo, como don Amadeo de Saboya, aunque ¨¦ste, en su leve paso por el trono, dej¨® indeleble memoria acu?ada con su efigie en un duro de plata al que el pueblo puso su nombre.El mismo pueblo obsequi¨® al rey Jos¨¦ con el alias de Pepe Botella, no por su afici¨®n a la bebida, como a menudo se interpret¨® a posteriori, sino porque una de sus primeras medidas de gobierno consisti¨® en abolir los descomunales impuestos que gravaban el alcohol, una manera de ganarse el favor de sus malquistados s¨²bditos que hab¨ªan sufrido la brutalidad de las tropas de Murat y de los jefes militares de la operaci¨®n, carniceros m¨¢s napole¨®nicos desde luego que el pac¨ªfico don Jos¨¦, que no tardar¨ªa en ganarse un nuevo apodo, el de Rey Plazuelas, a causa de sus inquietudes urban¨ªsticas, que se materializaban en derribar conventos y abrir espacios p¨²blicos para el goce de sus ariscos s¨²bditos.
Desde luego Napole¨®n le jug¨® una mala pasada a su hermano Pepe cuando le forz¨® a aceptar el trono de Espa?a. Quiz¨¢ fue una venganza corsa por incidentes acaecidos en la infancia, pero lo cierto es que ninguno de los hermanos Bonaparte quer¨ªa hacerse cargo del compromiso.
Al final le toc¨® al primog¨¦nito que hasta ese momento se contentaba con el trono de N¨¢poles, un bon vivant de talante m¨¢s liberal que autoritario, que dijo toda su vida preferir "una tierra en Toscana a un trono en Espa?a", sabia y horaciana m¨¢xima que no pudo cumplir, condenado a convertirse en el m¨¢s deseable de los indeseables que ocuparon un trono que a continuaci¨®n hollar¨ªa un indeseable de verdad, leg¨ªtimo y din¨¢stico, Fernando VII, al que por iron¨ªas de la historia, los cronistas se empe?aron en llamar El Deseado.
La feroz represi¨®n de Murat al levantamiento del Dos de Mayo cort¨® todo posible entendimiento entre un rey que no quer¨ªa serlo y un pueblo que no quer¨ªa tener como rey a un usurpador apoyado por las bayonetas imperiales. El rey Pepe escribi¨® a su hermano pidiendo el indulto para los sublevados del Dos de Mayo.
Pero Napole¨®n Bonaparte se neg¨® y le contest¨® recomend¨¢ndole mano dura contra la chusma. "Las cinco sextas partes de los habitantes de Madrid son buenas personas", escribe el emperador, "pero la gente respetable debe ser apoyada y eso s¨®lo se consigue si se la protege de la chusma".
El rey Pepe piensa que su hermano, por muy emperador que sea, no tiene ni idea de c¨®mo son los espa?oles en general y los madrile?os en particular a los que ya va conociendo.
El rey Pepe se lo cuenta a su mujer por carta: "Ellos no conocen esta naci¨®n, que es semejante a un le¨®n: tratada de manera racional se dejar¨ªa conducir por un hilo de seda, pero ni un mill¨®n de soldados podr¨ªan aplastarla con su poder¨ªo militar".
El rey se niega a ver c¨®mo "apalean a franceses y espa?oles" y termina su misiva con estas palabras: "No se conseguir¨¢ nada por medio del rigor, y yo menos que nadie". El T¨ªo Pepe hubiera podido llegar a un buen entendimiento con el pueblo de Madrid, si no como rey, al menos como alcalde de la villa. Con m¨¢s merecimientos que el rey alcalde por antonomasia, Carlos III, que tambi¨¦n fue rey de N¨¢poles y que se pas¨® su reinado cazando todo lo que se le pon¨ªa a tiro mientras sus ministros concejales adecentaban y empedraban la capital.
El T¨ªo Pepe se retir¨® sabiendo que el problema resid¨ªa en los militares y sus m¨¦todos militaristas. Por las buenas, con el hilo de seda, los espa?oles y a¨²n m¨¢s los madrile?os, han visto pasar por el trono a austr¨ªacos y galos, corsos y saboyanos por no remontarnos a cartagineses, romanos, godos o sarracenos.
De alguna forma, los reyes son productos de importaci¨®n exportaci¨®n, endog¨¢micos, cl¨®nicos y ap¨¢tridas o cosmopolitas, seg¨²n se mire desde el punto de vista mon¨¢rquico o republicano.
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